¿Quién era Cosme García? La Armada Española ha puesto su nombre a varios submarinos y está previsto que se llame así uno de la clase S-80 que se encuentra en construcción en el astillero de Navantia en Cartagena. Cosme García se llama también un instituto de su ciudad natal, Logroño. Pero la persona en cuya memoria se bautizó murió en el olvido. Como tantos precursores españoles, fue ignorado en su tiempo.
Pocos saben, por ejemplo, en Alicante, que uno de los inventos de este ingenioso autodidacta, el Garcibuzo, fue probado con éxito en la bahía de la ciudad. Lo hizo un año antes que el Ictíneo de Narcis Monturiol fuera testado también en Alicante y con una anticipación de 25 años al momento en que Isaac Peral alcanzara la fama al botar el suyo en San Fernando.
El último viaje a las profundidades del Garcibuzo fue provocado por su propia familia
Pero el último viaje a las profundidades del Garcibuzo fue provocado por su propia familia, que tras encontrar cerradas todas las puertas que podrían respaldar el desarrollo de tan avanzada idea, instado por la autoridad que reclamaba algo a cambio de mantener el artefacto en aguas del puerto -siempre a la vanguardia del I+D-, lo envió al fondo.
Y no parece posible que salga nunca de allí porque, según explicaron a este cronista hace años a los responsables de gestionar la dársena alicantina, lo más probable es que en alguna de las sucesivas ampliaciones del puerto le cayera encima material más que suficiente para enterrarlo en las profundidades.
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Cosme García.
Pero, ¿quién era Cosme García y qué era exactamente el Garcibuzo? Cosme García, natural de Logroño, registró en 1856, junto a dos socios capitalistas, tres inventos en el Conservatorio de Artes y Oficios, según consta en su ficha de la asociación de inventores españoles: una escopeta denominada “Relámpago”, que fue desestimada posteriormente por el ejército a causa de su peligrosidad; una máquina tipográfica sin cintas, de vida más exitosa al editarse con ella la primera gramática de griego en la España del XIX; y, por último, una máquina para toda clase de timbres en tinta que fue empleada en la administración postal española, siendo el propio inventor el encargado de instruir sobre su manejo.
El buen rendimiento de la imprenta le proporcionó un buen capital (45.000 duros) que le permitió abordar proyectos más ambiciosos. En 1857 viajó a Barcelona, donde tuvo su primer encuentro con el mar. Dos años más tarde patentaba su obra maestra: un aparato-buzo para la navegación submarina, de diseño modernísimo y con las novedades de estar construido en hierro y disponer de unos timones de profundidad a proa que permitían su estabilidad en inmersión.
Tras fallar un prototipo testado en aguas de Barcelona, en 1860 el submarino era presentado en el puerto de Alicante ante autoridades españolas y extranjeras
El primer prototipo lo encargó a La Maquinista Terrestre y Marítima de Barcelona, fabricado en hierro con una estructura semejante a un cilindro de 3 metros de eslora, 1,5 de manga y 1,6 de altura. Lo probó sin éxito en aguas catalanas en 1858.
Tenaz como buen inventor, Cosme García corrigió el diseño y encargó la construcción de un segundo prototipo, igualmente de chapa de hierro, pero significativamente mayor: 5,75 metros de eslora, por 1,75 de manga y 2,25 de alto. Su diseño incluía nuevos mecanismos técnicos que le permitían descender o elevarse, y timones y sistemas de lastre que permitieran maniobrar.
Navegaron bajo el agua durante 45 minutos sin auxilio ninguno hasta la profundidad máxima del puerto de Alicante
El prototipo fue trasladado al puerto de Alicante a bordo de un buque con el fin de realizar, en el verano de 1859, las primeras pruebas imprescindibles para acreditar la patente. El 9 de julio de 1859 Cosme García la solicita la patente en España, le fue concedida diez meses después, y el 25 de abril de 1861 en Francia.
El 4 de agosto de 1860, ante notario, se sumerge en el puerto de Alicante el Garcibuzo II. A bordo, el padre de la criatura, el propio Cosme, y su hijo; navegaron bajo el agua durante 45 minutos sin auxilio ninguno hasta la profundidad máxima de este puerto, moviéndose en todas las direcciones y volviendo a la superficie con gran satisfacción de los que presenciaron la prueba, entre los que se encontraba el Comandante de Marina y otras autoridades seleccionadas por el gobierno. Toda la prensa nacional de la época se hizo eco de la hazaña.
Pero, ay, García se trasladó a Madrid con un modelo reducido en cobre para solicitar la financiación del Gobierno. Según relata su biógrafo, Agustín Rodríguez González, en la revista de Historia Naval editada por el Ministerio de Defensa, el inventor llegó a entrevistarse con la reina Isabel II pidiendo su apoyo, pero se le contestó que el Estado, tras los recientes gastos de la Guerra de África no podía correr con los del submarino.
Sin embargo, matiza el historiador, “nos parece más real la explicación de los sectores políticos, navales y hasta de la opinión pública que defendían la revolucionaria arma, entonces aún minoritarios, que prefirieron apostar por el proyecto casi inmediato y más sofisticado de Monturiol, quien tuvo mucho mayores apoyos”.
El entonces emperador Napoleón III se interesó vivamente por el submarino, e incluso llegó a hacer sustanciosas ofertas
Rechazado, a la manera de Magallanes, Cosme García probó suerte en el extranjero, concretamente en Francia, donde patentó su submarino el 25 de abril de 1861. Y es gracias a ello que conocemos los planos y descripción de su submarino, pues la patente española, salvo por la documentación administrativa, desapareció en fecha desconocida del archivo de la Oficina de Patentes, junto a los otros inventos patentados en España por Cosme García.
Cuenta su biógrafo que, al parecer, el entonces emperador Napoleón III se interesó vivamente por el submarino, e incluso llegó a hacer sustanciosas ofertas, pero el asunto no llegó a nada. “Lo cierto es que por entonces la marina francesa estaba construyendo un prototipo muy ambicioso, el Plongeur, propulsado por aire comprimido y botado en 1863”, explica Rodríguez González. Aunque el submarino francés resultó ser un desastre, pues en unos meses de pruebas se hundió nada menos que cinco veces, debiendo ser rescatada su dotación in extremis.
Vuelto a España, y ya en grave situación económica, derivada de los muchos gastos del proyecto, y de su recurso al préstamo para financiar sus inventos, el inventor riojano ideó un nuevo fusil de retrocarga, admitido en principio calurosamente por el Ejército y del que se realizó una serie inicial de 500 armas; existe un ejemplar en el museo Naval.
Animado por este éxito, Cosme García patentó su arma en numerosos países, entre ellos Gran bretaña, Suecia, Noruega y los Estados unidos, adonde llegó a desplazarse con tal motivo. Pero cambios en las especificaciones del nuevo fusil por parte del Ejército, “condenaron a la nada el proyecto y a Cosme García a la ruina”, relata el biógrafo.
Mientras tanto, el “Garcibuzo II” quedó anclado en Alicante hasta que las autoridades del puerto, debido a que solo existía por entonces el muelle de Levante para atender al intenso tráfico de la época, comunicó a su constructor que su presencia resultaba molesta. Sin recursos para trasladarlo, el hijo de Cosme García se encargó de hundirlo en aguas del puerto alicantino, donde aún permanece. El desilusionado inventor murió en Madrid en 1874 casi en la miseria.