Dejar una red social como X es mucho más que una decisión personal; es una declaración de principios en un mundo donde la hiperconexión se ha convertido en dogma. Años atrás, cuando irrumpió en nuestras vidas, esta plataforma prometía democratizar el acceso a la información, dar voz a los sin voz y acercar a las personas mediante una comunicación inmediata y directa. Pero ese sueño digital se ha transformado en una pesadilla de polarización, desinformación y ruido constante que los periodistas también sufrimos. Plantearse abandonarla no es solo una cuestión práctica, sino también ética.
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X, como otras redes sociales, ha modelado de manera profunda el discurso público, configurándolo como un escenario donde lo emocional prevalece sobre lo racional. La inmediatez que antaño se valoraba como una virtud ha devenido en una carrera frenética por el impacto y la atención. Esto no solo afecta la calidad del debate, sino que también fomenta la radicalización de las posturas, terreno abonado para los ultras. La plataforma, que debería ser un espacio para la reflexión y el intercambio de ideas, se ha convertido en un terreno hostil donde la confrontación prima sobre el diálogo. Las decisiones adoptadas por Elon Musk, el gran aliado de Donald Trump, han agravado esta situación: el debilitamiento de la moderación de contenidos, los cambios en el algoritmo para priorizar publicaciones que generan conflicto y la creciente sensación de arbitrariedad en sus normas han erosionado la confianza de muchos usuarios.
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A esto se suma un cierto desgaste personal. Participar en X exige una atención constante que acaba resultando agotadora, y no exagero. La saturación informativa y el bombardeo continuo de notificaciones fragmentan la capacidad de concentración condicionada por los algoritmos de la “economía de la atención”. En lugar de generar comunidad, a menudo crea aislamiento; en lugar de fomentar el pensamiento crítico, promueve la superficialidad. El tiempo invertido en navegar por discusiones interminables y en consumir contenido efímero podría dedicarse a actividades más enriquecedoras, tanto a nivel personal como colectivo.
Pero abandonar X también plantea una paradoja. En un mundo donde las redes sociales son los nuevos foros de debate público, desconectarse puede interpretarse como un acto de renuncia. Pero también puede ser un acto de resistencia. Resistencia a un modelo de comunicación que premia la agresividad y penaliza la profundidad. Resistencia a una lógica empresarial que convierte nuestra atención en mercadería. Y resistencia, en definitiva, a una cultura digital que amenaza con devorar nuestro tiempo y nuestra capacidad para pensar con calma.
El reto, sin embargo, no termina al cerrar una cuenta. Surge entonces la pregunta: ¿qué viene después? Algunos optan por migrar a otras plataformas más alineadas con ciertos valores, buscando recuperar la sensación de comunidad perdida. Otros deciden desconectar por completo, reivindicando un espacio de desconexión como refugio frente al ruido. Ninguna de estas opciones está exenta de contradicciones, pero todas tienen en común un deseo de recuperar el control sobre el propio tiempo y la propia atención.
En este contexto, dejar X no es solo abandonar una herramienta digital, es rechazar un sistema que prioriza el impacto sobre la verdad, la velocidad sobre la comprensión y el beneficio económico sobre el bienestar colectivo. Es un gesto que, aunque individual, lanza un mensaje claro: no todo vale en la búsqueda de la conexión. Porque, al final, estar hiperconectados no significa estar más cerca, y renunciar a ese espejismo puede ser el primer paso para construir relaciones más auténticas y significativas.
Reconozco que estoy a un paso de dejar X, muy cerca; lo estaba antes de que La Vanguardia decidiera abandonar esta red. De hecho, si he permanecido más tiempo del deseado ha sido por motivos profesionales; principalmente por la facilidad que aún ofrece para distribuir contenidos informativos. Se que en este 2025, más pronto que tarde, abandonaré y seguiré presente en otras plataformas en las que me siento mucho más cómodo. Si no lo hago siempre me podrán recordar este artículo, el primero que publico en este nuevo año.