Volver

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Aunque la agenda de las vacaciones, como tantas cosas, ha ido cambiando en los últimos tiempos, el calendario de las estaciones meteorológicas sigue condicionando las de la mayoría de nosotros, al menos en estas latitudes. Pero como todo lo que se mide con el parámetro del tiempo, hay un momento en que estas se acaban y toca volver a casa, al trabajo, a los estudios, o sea, al tajo. Volver a la normalidad, dicen algunas crónicas de estos días. O, quizás, más bien, a la anormalidad, considerando esta vivir con un ritmo más sosegado que con el que habitualmente lo hacemos. Es decir, caminar sin rumbo cerca del mar o por una senda entre la umbría del bosque, practicar la tan beneficiosa costumbre de la siesta o cocinar sin prisas una receta de cualquier país más o menos exótico sacada de una revista abandonada en el apartamento de alquiler. Un tiempo para ensayar pequeños rituales diarios, sean estos tomar el vermut después del mediodía o revisar los clásicos del cine universal por las noches.

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Hombre que se va de vacaciones y hombre trabajando en la Plaza Sant Jaume en Barcelona.

Paula Sama / Propias

Durante el tiempo de descanso, todo lo que configura nuestro día a día se vuelve más sencillo y más fácil. Por ejemplo, la vestimenta: ahí están las viejas camisetas de algodón llenas de alegatos y reclamos, inclusos las más desgastadas que nos resistimos a tirar, convertidas en el uniforme del verano; y, en los pies, cualquier chancla o “espardenya de careta”. Y cuando se puede, descalzos. Otro pequeño placer del verano. También la alimentación se vuelve más simple. Un tomate, un poco de aceite de oliva y un pedazo de queso se convierten en un manjar. O unas tiras de pimiento asado sobre pan tostado y un pedazo de “tonyina de sorra”. No hace falta más. Casi cualquier cosa puede resultar un pequeño placer. Como en aquel libro de Philippe Delerme, que fue todo un acontecimiento literario en Francia a finales del pasado siglo, titulado “El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida” editado aquí por Tusquets. 

Todo ello sucede, para algunos, sin desentenderse del todo de la actualidad informativa, pero siguiéndola con otro énfasis, como el que transmite el sonido de un motor diésel al ralentí. Incluso percibiéndola como se observa una imagen a través de una gasa o como se ve el mundo cuando se despierta uno con los ojos entelados por las secreciones lagrimales tras una noche de profundo descanso, si las condiciones de humedad lo permiten. Aunque descienda la intensidad no es posible desentenderse de algunos asuntos: La invasión de Gaza y sus consecuencias en la zona sigue golpeándonos como un martillo contra el hierro dispuesto en el yunque, como lo hace el drama migratorio en Canarias y en el Mediterráneo o el bochornoso debate político a cuenta de los menores migrantes. Sin olvidar las sorprendentes ocurrencias del ministro Puente o el surrealista episodio protagonizado por el redivivo Houdini C. Puigdemont.

Un día, sin quererlo, cambia el tiempo, empieza a oscurecer un poco antes y las almendras empiezan a abrirse y a caer del árbol. En las zonas de interior los granos de uva empiezan a madurar, también los frutos de las higueras más tardías. Demasiados indicios empujando la hoja del calendario, que acaba desplomándose de manera implacable. Hay que recuperar la agenda y las rutinas. Hasta, el móvil, quienes hayan sido capaces de guardarlo en un cajón ni que fuese durante las peores horas de la canícula. Se acabaron la placidez, incluso el tedio. Atrás queda el paréntesis de las vacaciones. Ese periodo en el que el tiempo parece dilatarse, sustituyendo el tic tac del reloj, la cuenta atrás de los semáforos o el tono insistente de los mensajes de móvil, por el canto de las chicharras, el zumbido de las abejas debajo de una parra, o el ronroneo del tráfico de las embarcaciones cuando vuelven a puerto. Un tiempo en el que es posible atreverse con la lectura de esos gruesos volúmenes imposibles de abordar durante el resto del año que acaban convirtiéndose en un reto más del verano.

La red está llena de consejos y recomendaciones sobre cómo afrontar la vuelta de las vacaciones, para reincorporarse al trabajo y a las rutinas habituales sin caer en el “síndrome postvacacional” y volver al estrés crónico"

La red está llena de consejos y recomendaciones sobre cómo afrontar la vuelta de las vacaciones, para reincorporarse al trabajo y a las rutinas habituales sin caer en el “síndrome postvacacional” y volver al estrés crónico. Quizás no haga falta tanto y solamente se trate de hacernos la vida más simple. De tomarnos las cosas con más calma. De ser menos dependientes de la tecnología y de las prisas. Como si siguiésemos estando de vacaciones. Es probable que el libro de dimensiones poco habituales que nos propusimos leer no esté concluido. Ahí está el señalador mirándonos de reojo. Recuperarlo, antes que aplazar su lectura para el verano siguiente como hacemos siempre, puede que sea una forma de prolongar el buen sabor de boca de las vacaciones, minimizando así el vértigo de la vuelta.

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