La ama de la casa

De niña no me gustaba comer (¡cómo han cambiado las cosas!). Nada. Algunas cosas me desagradaban menos, pero nada me gustaba realmente como para querer sentarme en la mesa. Y ella me gritaba, me castigaba como podía, me amenazaba. Y yo no podía ni comer más ni más rápido porque, sencillamente, no me gustaba. No entendía su enfado. Ella estaba desesperada. Y era la mala, claro.

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Cuando enfermaba, no sé de qué, algún resfriado, constipado, a saber. Ahí venía ella, armada con un supositorio (¿se acuerdan?) que me metía por el culo (perdón, pero era así) y dolía, no era un dolor insufrible, pero sí una sensación característicamente desagradable que, quien lo ha vivido, lo sabe. Parece que ya no existen, y cuánto me alegro.

¿El colegio? Mira, en eso no di guerra. Me gustaba por lo de leer, jugar y, sobre todo, estar con los amigos. Ahora bien, ya entonces era despistada y a veces se me olvidaba hacer los deberes y ella me regañaba, unas veces más fuerte que otras, porque sabía que era más o menos aplicada, pero le agotaban mis descuidos y que tuviera, como me repetía mil veces, "la sangre de horchata". Yo lo aprobaba todo y no entendía porqué tanta dureza. Era mala, malísima.

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Neus Navarro
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Como todas, fui creciendo. Y llegué a esa edad en la que nunca quería volver a casa. Me imponía unos horarios estrictos que no tenía mi hermano, así que, de nuevo, no entendía nada. Pero ahora ya la confrontaba, rebatía sus argumentos, y ya no se enfadaba solo ella, también lo hacía yo, y eso empeoraba más las cosas, claro. Más tarde, tampoco me entraba en la cabeza que las parejas (mujeres) de mi hermano siempre fueran muy majas y mis parejas (hombres), siempre tuvieran algún inconveniente, como si yo no supiera elegir.

"Hacerse mayor" es una mierda, pero veamos el lado positivo: nos sirve para valorar las cosas con otro prisma y comprender cosas que no nos encajaban en nuestro bonito mundo infantil. Lo primero que ves es que no todo el mundo ha tenido un bonito mundo infantil y, quienes sí, es porque hemos tenido la suerte de que alguien nos cuidara de verdad. Las comidas eran guerras porque me quería bien alimentada, siendo hija del hambre de la posguerra y protagonista de la emigración al norte de Europa en busca de una vida mejor. Estaba obsesionada con que estudiara porque ella se ha arrepentido toda la vida de no haberlo hecho y quería que fuéramos mejores que ella. Quería que estuviera pronto en casa porque le atemorizaba un mundo asquerosamente patriarcal y machista que había sufrido en sus carnes. También descubrí que no es que yo no supiera elegir pareja, sino que, como mujer heterosexual, lo tenía muy complicado para encontrar a alguien sin masculinidades tóxicas.

Mientras tanto, se levantaba pronto para despertarnos, para prepararnos el desayuno, para llevarnos al colegio, para comprar, para hacer la comida, para prepararnos la merienda (ojo, nunca faltaba de nada en los estantes de casa), para estar encima para que hiciéramos los deberes, para comprobar si habíamos estudiado, para salir a comprar la cartulina que teníamos que llevar al día siguiente o para acompañarnos a alguna extraescolar, para hacer la cena, y entre todo esto, fregar los platos, poner la lavadora, tender, limpiar la casa, preocuparse de que nos ocupábamos de las mascotas que teníamos porque nosotros las queríamos; comprobar que íbamos bien aseados, peinados y con las uñas cortadas; escuchar nuestras peleas con compañeros del cole e intentar poner un poco de sentido común; pacificar las riñas entre hermanos; observar si estábamos bien de salud (con una mirada lo sabía, cuando pasaba la mano por la frente era simplemente por confirmar).

Así que era la mala, la villana que ponía todos los obstáculos en mi vida. Pero con el tiempo ves que, en realidad, era la víctima y la luchadora, al mismo tiempo, de un sistema patriarcal que la ha ahogado durante décadas. A la que, pese a todo, le decían que "no trabajaba". Porque era ama de casa, concepto desprestigiadísimo que ahora descubro que, en verdad, me encanta: es que toda la vida ha sido así, la ama de la casa. Esta historia acaba bien, porque sigue con quien pudo aportar el sustento económico -gracias a que ella se ocupaba "del resto", es decir, de todo-; pero siempre me he estremecido al pensar qué hubiera pasado de no ser así, qué hubiera hecho sola, con 60 años, de verse sin ingresos. Y qué ha pasado con todas esas mujeres a las que les ha ocurrido o que lo han decidido (hartas de llevar las riendas de todo o del maltrato físico y/o psicológico). Por ellas, ya está más que justificada una renta básica universal.

Así que era la mala, la villana que ponía todos los obstáculos en mi vida. Pero con el tiempo ves que, en realidad, era la víctima y la luchadora, al mismo tiempo, de un sistema patriarcal que la ha ahogado durante décadas"

Por ti, mamá, cada día es un 8M por el que vale la pena luchar.

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