(Artículo publicado en La Vanguardia, edición del 24 de enero de 1980)
¿Olvidado? Sólo a medias. El tiempo es implacable, se encarga de destruir sus propios episodios de la manera más cruel. Quizá decir "tiempo", y pensando en Albert Camus, no sea la palabra adecuada: mejor, "historia". Porque para él, bien mirado, lo que contaba -lo que "pasaba"- no era exactamente el tiempo, concepto casi metafísico, o mera fatalidad física personal que arrastra a la vejez. Desde luego, Camus apenas alcanzó la edad en que el problema pudiese llegar a afectarle con las angustias correspondientes: murió, en un azar hórrido, antes de cumplir los 50. Y la variante metafísica, cuando lo inquieto, nunca fue en términos abstractos, descarnados, sino una reflexión ligada a hechos ya interrogantes nacidos de su circunstancia social. Si: historia, en vez de tiempo. Esa misma historia le devoró, lo ha estado devorando en los últimos 20 años. Sería inútil hacer conjeturas acerca de lo que habría escrito, y lo que habría pensado, de haber vivido hasta hoy, por ejemplo. Su obra, su voz, quedó interrumpida en 1960. Hoy nos parece remota…
Para los celtíberos de mi generación -y, si hubo excepciones, yo no lo fui- la lectura de Albert Camus tuvo que ser tardía y difícil. Andaba de por medio la censura franquista.
Para los celtíberos de mi generación -y, si hubo excepciones, yo no lo fui- la lectura de Albert Camus tuvo que ser tardía y difícil. Andaba de por medio la censura franquista. Pero todavía entrábamos en la órbita de inquietudes que él, como su amigo Sartre, como Merleau Ponty, vivieron en la Francia de la postguerra. Y como Simone de Beauvoir, que hizo la crónica de todo aquello -allá- en su novela “Los mandarines”, un gran documento europeo, por cierto. Se nos escapan matices: muchos. Tal vez nos escapaban más cosas. En realidad, toda aquella literatura del país vecino venía involucrada en unos planteamientos teóricos que nosotros ni siquiera acabamos de entender. Todos ellos, Camus, Sartre, Merleau Ponty, Beauvoir, se debatían en una polémica virtuosa con el marxismo: concretamente con el estalinismo de los partidos comunistas occidentales y con la imagen “progresista” de la Unión Soviética. ¿Y qué sabíamos nosotros, entonces, de Marx o de Stalin? Los libros locales solían hablar del “bien común” y de Santo Tomás de Aquino.
De todos modos, aquello resultaba apasionante. Me temo que un joven actual, si hojea el papeleo francés de la época, no comprenda nuestro encandilamiento ante las novelas y los ensayos que nos venían -con retraso, insisto- de París. Todos deberíamos explicar, en lo posible, qué fue aquella experiencia. ¡Los quebraderos de cabeza que nos llevó la tentación de "l’engagement"! A la postre, el “engagement” no era ninguna novedad, ni ha dejado de ser una urgencia. Nadie fue, ni es ni será “neutral” en nada. O se está con unos o se está con otros. Y eso es lo que el “intelectual” se resiste a aceptar, si no es maniqueo por cuestión de hormonas o de intereses. No fue el caso de “Los mandarines”, aunque el grado de honradez ante el desafío de las denuncias anti soviéticas -un punto clave fue el de los campos de concentración rusos- no siempre se reveló idéntico. Camus tuvo más escrúpulos que los demás ¿Escrúpulos “pequeño-burgueses”? Naturalmente que sí. El “escrúpulo” es un rasgo pequeño burgués. No solo él. “Las manos sucias”, de Sartre, en el fondo, contiene tanta “moralina” como “Los justos”, de Camus. Y Camus, y Sartre, y el resto, se enfrentaban con la fascinación de la violencia revolucionaria. Y dudaban, como era lógico, entre las estrategias posibles.
Todos ellos, Camus, Sartre, Merleau Ponty, Beauvoir, se debatían en una polémica virtuosa con el marxismo: concretamente con el estalinismo de los partidos comunistas occidentales y con la imagen “progresista” de la Unión Soviética
Han pasado veinte años de la muerte de Camus, y el venerable Sartre, hasta anteayer se apuntaba a la línea más extremista que le ofrecían. Es muy probable que, de haberse sobrevivido, Camus hubiese inclinado por una decisión conservadora. Por lo menos, es lo que cabe deducir de una relectura de “El hombre rebelde” y de “El mito de Sísifo”… Pese a todo, sospecho que los “nuevos filósofos” tampoco encuentran a su gusto los libros de Albert Camus. Camus procedía de una moral curiosamente anómala -“mediterránea”, la habría calificado él- que, en definitiva, era un “pied-noir” trasladado a París, y que siempre habría añorado su Argelia nativa, una Argelia con maestros de escuela franceses y con plazas centradas en monumentos a Juana de Arco que el indigenado no comprendía: una moral absolutamente contradictoria. Por este lado, Camus era un “francés” escolar: un subproducto de “instituteurs” radicalsocialistas y coloniales. Era mallorquín -o menorquín- por genealogía materna. Victor Alba ha contado cómo le hizo firmar la traducción francesa del “Cant espiritual” de Joan Maragall. Camus ya no aprendió de su madre ni una sola palabra catalana. No parece que le interesó demasiado el poema del señor Maragall, que era -o “le” era- muy camusiano. En una comparanza entre Maragall y Camus, Camus traducido sale perdiendo.
Me abstendré de más detalles. El humanismo de Albert Camus era tonto y deslavazado. Puso el dedo en muchas llagas, pero no en todas ni las más importantes: su idealismo le constreñía. Los que no le hemos a Camus, sino que le releemos, ahora, ingresamos en el territorio de la perplejidad. Imaginamos que aún se habría distanciado más de Sartre. Y se habría distanciado de sí mismo… Camus me cae bastante simpático, y he traducido al catalán cinco o seis libros suyos: no porque yo compartiese sus “ideas”, sino porque el salario editorial es el que es. Siempre me pareció Albert Camus un filósofo mediocre.
No podía competir con su compañero Sartre que, como filósofo, también es bastante módico. No importa. Camus, Sartre, la Beauvoir, Merleau Ponty, fueron, para nosotros, sus extraviados lectores, una propuesta de “libertad”… eso ocurría en plena historia. Cada momento es historia, por supuesto. Albert Camus no acabó de precisarlo. Le atrapó la historia, sin que él se diese cuenta. De “pied-noir” saltó, pasando por la “resistencia”, a ideólogo de la liberación. Albert Camus tuvo que enfrentarse con muchas contradicciones. Cuando escribía por la liberación de Francia frente a los nazis, ¿ignoraba que el como francés -"pied-noir- era el nazi para los argelinos? O lo era la OAS...
A los veinte años de su defunción, Camus se me ha convertido en un retazo de memoria que no logramos retener. Permanece en “La peste”, “El extraño”, “La caída”… No sé, no sabría qué decir del resto.
El Camus que sigue interesando es este y no el otro. ¿El de “El mito de Sísifo? ¿El de “Los justos”? Son libros enjundiosos, bien trabados, sugerentes. Son, también, una sarta de sofismas. Y lo mismo da… A los veinte años de su defunción, Camus se me ha convertido en un retazo de memoria que no logramos retener. Permanece en “La peste”, “El extraño”, “La caída”… No sé, no sabría qué decir del resto. Las narraciones de Camus -las más distinguidas- son como fábulas y conllevan su moraleja… Me alucinaban hace treinta años. ¿Ahora? Como "El diablo y el buen Dios", de Sartre. La dialéctica de estos mamotretos se esfumó… Si no fuera por el reciente chiste acerca del profesor Kung, yo diría que Jean Paul Sartre es el último teólogo de la tradición cristiana. Y lo es, o lo era. Como quería serlo Camus. Es igual… Les calificaron de “existencialistas”. ¿Y qué? ¿Es la esencia antes que la existencia, o al revés? Estos juegos de palabras, últimamente, ni siquiera tienen acogida en las clases universitarias... ¿Me permitirán los especialistas, en homenaje o contrahomenaje a Camus, un recelo final? Camus nunca leyó a Wittgenstein. Ni Sartre. ¿Para qué?... Dejémoslo estar así, de momento. Y recemos por Albert Camus, a Dios o a los dioses. Él lo habría querido...