Una situación. Un hombre, con unos amigos en un bar, suelta su discurso. Apenas deja hablar a nadie y corta las frases en las que se intuyen preguntas y aportaciones interesantes. Todo en un ambiente muy alternativo. Acaba saliendo el 8M –cómo no- y esa manía de las mujeres de no querer que haya hombres en primera fila. Qué excluyentes son. Y sigue el discurso histórico de la izquierda basado, siempre, en referentes masculinos. Una mujer levanta la voz y replica: “No me siento representada en la conversación porque solo habláis de nombres masculinos”. Respuesta: “Lo siento, nena, pero la historia es la que es. Cuando los hombres estaban en la guerra, las mujeres lavaban y hacían la comida”.
Otra situación. Un grupo de mujeres integra una empresa joven de agricultura ecológica. De nuevo, un contexto muy alternativo. También muy cercano al establishment, porque los puntos de vista y decisiones de ellas nunca son tenidos en cuenta, la organización es vertical, jerárquica y masculina. Aún tienen que oír comentarios pretendidamente graciosos como: “Pero rasca bien en la tierra, ¡eh!”. Hartas, se están organizando para tener voz propia, para ejercer como una especie de organismo autónomo dentro de la empresa y demostrar lo que valen. Porque ese es el quid de la cuestión, tienen que demostrar lo que valen.
Son dos casos con los que me he topado recientemente y con gente joven. No están directamente relacionadas con la falta de presupuestos ni con discriminaciones positivas, sino con el primer gran cambio que todos tenemos a nuestro alcance para incidir en la transformación social feminista: la educación en igualdad, tomar conciencia de ello y transmitirlo. Todas y todos podemos poner nuestro granito de arena. “Insisto en la relevancia del cambio de mentalidad”, decía la fiscal Susana Gisbert en una entrevista reciente en El Temps (hecha por Moisés Pérez).
Las mejores armas que tenemos son la formación e información. A mis manos ha llegado una delicia de la editorial Sembra Llibres: Dones rebels. Històries contra el silenci, de Aina Torres i Rexach. En este libro se repasa la otra historia, la no escrita por los vencedores, pero que existe. Habla, por ejemplo, de la maestra Alejandra Soler, que ha tenido que esperar hasta los 102 años para ser distinguida como hija predilecta de la ciudad de València y un año más para recibir la Alta Distinción de la Generalitat Valenciana, por haber brillado con una mente privilegiada y abierta en una época oscura y cerril. “Hay mujeres muy sabias que han sido ignoradas a lo largo de la historia”, dijo entonces.
Conocemos muy bien a Joan Fuster o a Vicent Andrés Estellés, pero no tanto a Carmelina Sánchez-Cutillas, que igualmente escribía en valenciano poesía, historia y narraciones. ¿Y qué me dicen de Empar Granell, una de las fundadoras de Escola Valenciana? También podemos incluir en nuestras conversaciones a la artista Manuela Ballester, cuya pareja Josep Renau eclipsa el arte valenciano que recordamos hoy de la primera mitad del siglo XX. O el compromiso de Pura Pérez con el anarcofeminismo, que entre otras cosas, en los años 30 ayudó a mujeres a aprender profesiones en los sectores de la metalurgia, los transportes o la administración.
Son algunas de las mujeres valencianas cuya historia rescata Dones Rebels del olvido (junto a otras catalanas, madrileñas o manchegas). Pero son muchas más, claro. Hace poco el documental En el yunque de la desgracia recuperó la vida de Paquita Sanchis , maestra, librepensadora, vegetariana, republicana y naturista nacida en 1896 y con algunas ideas por las que en 2019, quizás, sería citada en algún tribunal. Perteneció a la Sociedad Naturista de València, de ideas avanzadas, pero dominada por hombres. Su hija, Palmira Calvo , esconde otra gran historia que les invito a conocer.
Todas ellas nos vienen a decir que sí, que la historia es la que es, pero que a veces toca rascar con un poquito más de fuerza porque están bajo la losa de 40 años de polvo, desprecio y expulsión de la vida pública y de los libros. Feliz y reivindicativo 8M.