Lean si pueden el libro Nudo España de Pablo Iglesias y Enric Juliana (Arpa). En esta larga conversación que mantuvieron el líder de Podemos y el director adjunto de La Vanguardia, publicado en noviembre del pasado año, Iglesias apunta alguna autocrítica que ha devenido, con el tiempo, todo un vaticinio de la grave crisis que iba a sufrir el partido. Durante la charla reconoce, en primer lugar, que se “equivocó” en no autorizar que la formación alcanzara pactos de gobierno en las autonomías, como ocurrió en la valenciana. Y asume que el modelo de partido “personalista” que creó junto a Errejón, Monedero y otros, a modo de las formaciones izquierdistas sudamericanas, no funcionaba, por lo que deseaba recomponer la estructura hacia un modelo más “plural” en la dirección.
Tengo la absoluta convicción de que si Podem hubiera formado parte del ejecutivo de Ximo Puig hoy Antonio Montiel seguiría siendo una pieza clave del partido en València, así como Fabiola Meco o David Torres. Bien al contrario, permanecer como socio parlamentario, en ocasiones aliado y en otras crítico con las decisiones del Consell, ha acabado por tensionar en exceso a una formación que no ha sabido, o podido, en ocasiones, combinar su voluntad de acelerar los cambios sociales en la Comunidad Valenciana con la evidencia de que no formaban parte del gobierno valenciano. Cada negociación con el PSPV y Compromís ha sido una lucha dura, compleja, entre la ideología y el pragmatismo que impone la gestión pública. Suficiente para acabar generando no pocas desilusiones en Podem, y con el tiempo una crisis importante, con las bajas, voluntarias, de algunos de sus mejores perfiles, como los señalados.
Ha sido grave, además, porque ese liderazgo “personalista”, que en su momento el propio Antonio Montiel criticó calificándolo de “cesarista”, se ha acabado por trasladar a todos los niveles del partido. A nivel autonómico ha sucedido algo curioso: sobre Antonio Montiel hubo duras críticas sobre su presunto colaboracionismo y falta de audacia con Ximo Puig y Mónica Oltra, cuando la realidad ha confirmado que el margen de maniobra de Antonio Estañ también era reducido. Se agota la legislatura y se confirma que el problema no era Montiel o Estañ, lo era la posición que Podem decidió adoptar en el 2015 dentro del Pacte del Botànic. Asumiendo, sin quererlo, el papel de tercer protagonista de una obra en la que los papeles principales se cedieron por la propia miopía de Pablo Iglesias, que no supo entender, cuando pudo, la importancia que para su partido debía tener gestionar los recursos públicos.
La decisión de Antonio Montiel de no formar parte de la lista de Podem se enmarca en este contexto. Muy inoportuno en la elección del momento, más aún con su apasionada crítica a pocas semanas de las elecciones, el que fuera líder del partido en el 2015 evidencia con su decisión, en la que llega a pedir el voto para “todos los partidos de izquierda, no necesariamente para Podem”, que esa formación está en plena crisis, como ya se observó en Madrid. Y esto supone, de facto, un grave problema para el bloque de izquierdas, directamente para el PSPV y Compromís.
Porque la desilusión que genera ahora el partido de Pablo Iglesias puede provocar bolsas de abstención peligrosas en un momento en el que cada voto progresista que no acuda a las urnas es una concesión a la victoria de las derechas (Andalucía, como ejemplo). Siendo comprensible la argumentación de Montiel, su maniobra, muy peligrosa por el tempo elegido, alimenta la hipótesis de que este partido está a un paso del abismo, y que tal vez su salvación coyuntural, es decir, su entrada en las Cortes Valencianas en el 2019, se deba, y mucho, al concurso de EUPV.
Veremos el efecto que tal crisis tiene en las próximas elecciones autonómicas. La lección andaluza, y las encuestas, señalan que una parte del voto de Podemos puede reubicarse en el PSOE o incluso en EUPV; pero es una parte. Muchos votantes de esta formación, que mantienen en su alma la pulsión del 15M, pueden sentirse frustrados, huérfanos, de una formación izquierdista y muy combativa que en su momento ansiaba tocar el cielo, superando incluso al vecino socialista, y que con el tiempo se ha ido deteriorando hasta cuestionarse toda la arquitectura, de partido e ideológica. Y eso es, justo, lo que menos desea el bloque de izquierdas. Ahí puede estar una de las claves de lo que suceda en las próximas elecciones autonómicas, sobre las que aún medita Ximo Puig cuándo convocarlas.