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Las redes sociales, aliadas de la ultraderecha

Nuevo fenómeno

Los movimientos populistas han encontrado en estas plataformas el canal ideal para superar el filtro de los medios convencionales y alimentar las manipulaciones y las fake news

Los populistas Donald Trump, Jair Bolsonaro, Matteo Salvini, Santiago Abascal y Nigel Farage aumentaron sus votos gracias a las redes

Agencias

Las redes sociales - Facebook, Twitter e Instragram, principalmente - y los canales mensajería digital - WhatsApp y Telegram - se han confirmado como excelentes aliadas de los movimientos populistas de todo el mundo, y entre estos de los partidos ultranacionalistas o de ultraderecha. Su instrumentalización fue fundamental en la victoria de Donald Trump en las presidenciales de EE.UU, con un uso intensivo de Facebook; sirvió para extender las mentiras en favor del Brexit en el Reino Unido, especialmente a través de Twitter; son la herramienta preferida de Matteo Salvini para difundir sus mensajes y han sido claves en la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil, quien contrató a una empresa especializada en difundir fake news en WhatsApp.

Un análisis de lo sucedido también en las elecciones andaluzas apunta a que VOX ha sabido utilizar también las redes sociales para movilizar a un electorado que le ha otorgado un resultado espectacular, y que ha disparado todas las señales de alarma en España. En una entrevista publicada en ABC, su líder, Santiago Abascal, reconocía que su partido había invertido 150.000 euros en la campaña en Internet. Los partidos usan internet porque permite una estrategias de comunicación imposibles en los medios convencionales para seducir, en ocasiones con noticias exageradas, y en algunos casos manipuladas o directamente falsas, a los votantes.

La primera razón por la que las fuerzas populistas usan con profusión las redes sociales y los canales de mensajería es que estas han acabado con la “intermediación” de los medios de comunicación tradicionales. Es decir, ahora las fuentes pueden llegar directamente al público, sin periodistas de por medio; lo que permite mucho más margen de maniobra para la manipulación de los contenidos o para la fabricación de fake news. Miquel Ramos, periodista valenciano especializado en la investigación de la ultraderecha, señala que estas plataformas son buenas aliadas para los movimientos de extrema derecha porque “no existe ningún tipo de control sobre la veracidad y el rigor de todo aquello que se difunde. Por lo tanto, la manipulación es mucho más fácil”.

El profesor e investigador de la UV Guillermo López, experto en comunicación digital, añade que “nos encontramos varios problemas: por un lado, el origen de las informaciones es indeterminado muchas veces, o directamente está falseado”. Y señala que esas informaciones le llegan al público, además, “a través de intermediarios de confianza (amigos, compañeros de trabajo, familiares) que generalmente también han sido engañados y son los difusores de las informaciones falsas”.

Este investigador apunta también a que el público recibe estas informaciones “en un entorno que no está “mancillado” por los partidos políticos o los medios de comunicación profesionales, que son las fuentes e intermediarios tradicionales para difundir información política, y de cuyas intenciones y veracidad se sospecha”. “Y, paradójicamente, al sospechar de ellos y buscar el aislamiento y la difusión de noticias en entornos más inmediatos, cercanos y reconocibles, el público lo que está haciendo es propiciar que se multipliquen las informaciones falsas y se desplome la veracidad de la información que se consume”.

Veamos un buen ejemplo de esta manipulación. Una manifestación de musulmanes en València en el barrio de Russafa para homenajear a Mahoma fue divulgada en varias web y cuentas de Twitter y Facebook como una manifestación de “islamistas” pidiendo “vivienda gratis, sanidad, educación gratuita, vales de comidas y vacaciones en sus países y un teléfono para hablar con sus familiares”

La catedrática de lingüistica de la UV, Beatriz Gallardo, que acaba de publicar el libro “Tiempos de hipérbole” señala además que, tanto las redes como los canales de mensajería, se ajustan de manera óptima a un tipo de discurso simple, reduccionista, que parece ofrecer recetas fáciles para la complejidad de la política actual: “habría un primer rasgo, formal, que conecta con el propio entorno digital, un entorno que propicia mensajes breves, reacciones inmediatas, difusión masiva y descontextualizada de todo tipo de mensajes”. Mensajes que, como añade Miquel Ramos, permiten una rápida viralización en el ecosistema digital.

A estos rasgos formales, vinculados a la interfaz digital, Gallardo añade un rasgo muy repetido por la investigación del discurso populista, sea o no de extrema derecha, y es el recurso a lo emocional, lo visceral: “Si consideramos qué sentimientos son los que se activan en ese discurso que recorre redes y chats, que interpela al ciudadano desde la intimidad de su pantalla, cabría señalar que la extrema derecha instrumentaliza el discurso sobre lo-que-se-debe-sentir ante los problemas, y lo pervierte”.

No es casual que Steve Bannon, en sus mítines ante el Frente National, FN, francés de la primavera pasada, animara a la gente a que se mostrara orgullosa de ser llamada ‘racista’ o ‘xenófoba’: ‘llevadlo como una banda de honor’, les dijo literalmente. Esta retórica desinhibida se trasmite mucho mejor, con menos cautelas, desde el anonimato que permiten las redes sociales o los canales de chat”.

Pero, ¿cómo se estructura este ejercicio de manipulación de contenidos o de fabricación de fake news? Miquel Ramos apunta a que lo más peligroso son los webs con apariencia de medio de comunicación “que son, en realidad, laboratorios del odio que se dedican a fabricar informaciones, a menudo falsas, que refuerzan prejuicios o estereotipos”. Sobre todo dirigido a las personas migrantes, musulmanas, feministas o de izquierdas. “Si releemos los once principios de la propaganda de Joseph Goebbels encontraremos muchas respuestas a cómo está usando la extrema derecha actualmente las redes, y cómo son el instrumento ideal”.

Otras formas son generar contenidos irreales con apariencia de realidad. Este anuncio de publicidad de la campaña de VOX del 2015 es un buen ejemplo.

A esta posibilidad se suma que con un buen, y en ocasiones perverso, uso de las plataformas digitales se puede segmentar casi individualmente a las personas a las que queremos hacer llegar los mensajes. Los “algoritmos” permiten seleccionar a las personas por millones de variables, y acotar a cada una de ellas los que queremos que consuman, tanto en el terreno comercial como en el informativo. En su libro Diez razones para tus redes sociales de inmediato del guru Jaron Lanier, lo explica con detalle: “las redes sociales están socavando la verdad”, afirma, con multitud de ejemplos que, literalmente, asustan.

El escenario, de gran dispersión y fragmentación (identitaria, ideológica, generacional, etcétera) de las audiencias, “propicia la creación de muchas “opiniones públicas” pequeñas, a las que se dirigen todo tipo de agentes y colectivos con la intención de influir sobre ellas”, señala Guillermo López. Y añade que como ya no estamos en un escenario en el que todos compartamos el acceso a una misma información, como pasaba hasta hace bien poco (todos veían los mismos informativos de televisión, escuchaban los boletines de la radio y leían un número reducido de grandes periódicos), “se hace más difícil contrastar la información que se recibe, y constatar, en su caso, que ésta sea falsa”.

Al no haber “filtros” de los medios tradicionales, nadie controla la manipulación. En su campaña electoral, Bolsonaro mandó fotografías a 110 millones de personas a través de Whatsapp. Un estudio de 100.000 imágenes compartidas por esta plataforma en Brasil demuestra que más de la mitad contenía información engañosa o completamente falsa. Tras la victoria presidencial de Donald Trump, se supo que el dueño de Facebook, Marck Zuckerberg, tenía conocimiento de quelos datos de millones de estadounidenses habían sido vendidos a la consultoría política Cambridge Analytica. Estos datos sirvieron para lanzar una agresiva campaña en esta red social en beneficio de Trump, con multitud de “fake news”.

Guillermo López apunta a que hay dos factores que potencian la difusión de las fake news y la buena disposición del público para creérselas. De un lado, los bulos e informaciones tergiversadas se difunden en grupos no-políticos, de compañeros del trabajo o amigos de la infancia, que también se dedican a otras muchas cosas, y por tanto “siguen la actualidad con más distanciamiento y están menos prevenidos para sospechar del origen de una determinada información o contrastarla con otras fuentes”. Por el otro, “es un público predispuesto para creerse los bulos, precisamente porque, como las audiencias están cada vez más segmentadas y los partidos u organizaciones políticas (de extrema derecha o de otro signo) que generan y difunden este tipo de mensajes cuentan con la información específica para saber qué cosas importan a un determinado público y cómo leen la actualidad”.

La mentira circula con rapidez en las redes sociales, y además es fácil fabricarla y divulgarla. Los expertos alertan de que en algún momento los gobiernos deberán tomarse en serio esta realidad que puede socavar la salud de las democracias. El Brexit, por ejemplo, es un excelente ejemplo de cómo la difusión de mentiras ha colaborado decisivamente a sumir a toda una potencia como Inglaterra en la incertidumbre. Miquel Ramos concluye que “es necesaria una legislación sobre esta materia, puesto que actualmente no existe ningún tipo de control al respeto y estas prácticas resultan impunes”. O eso, o como señala Jaron Lanier, se trataría dejar de consumir contenidos informativos en las redes sociales, pero eso es un imposible. La verdad, al fin, está más en peligro que nunca.