Patriarcas socialistas, dirigentes sanchistas

Cuadernos del Sur

Es ley de vida. Cada generación se revuelve en contra de sus padres y se hace amiga de sus abuelos. Esta máxima, formulada por el filósofo norteamericano Lewis Mumford, enuncia un hecho natural y constante. No existe ninguna sucesión generacional que no suponga una impugnación del pasado inmediato. A veces, este ejercicio de cuestionamiento incluso ayuda a descubrir un pretérito que, por haber sido olvidado o no vivirse, parece novedad; sin serlo.

La grieta política abierta entre los patriarcas del PSOE y sus actuales dirigentes no es nada nuevo. Casi podríamos decir que se trataría de un signo de vitalidad si no fuera porque, como sucede en las empresas mercantiles, la generación que las funda siempre tiene la inquietud, el miedo o el temor de que las venideras, a quienes las legan, terminen arruinándolas.

Felipe González y Pedro Sánchez en el 40 aniversario de la victoria de 1982 celebrado en Sevilla

Felipe González y Pedro Sánchez en el 40 aniversario de la victoria de 1982 celebrado en Sevilla

EFE

A nadie le gusta ceder el paso o dejar un sitio que se ha creado, aunque la educación y la sabiduría, que exige aceptar el paso del tiempo, lo recomienden. En el distanciamiento entre la generación de Suresnes y el sanchismo, que aún conviven dentro del PSOE, los motivos desbordan, sin embargo, la vanidad de los veteranos y el adanismo de los contemporáneos.

La investidura ha colocado a ambos en una encrucijada. Hace menos de un año, con motivo del 40 aniversario de la victoria de 1982, Ferraz reunió en Sevilla en un acto político a Felipe González y a Pedro Sánchez. No fue nada fácil. La dirección del PSOE excluyó a Alfonso Guerra –al que González recordó desde el atril de una forma ambigua y significativa, tras muchos años de distanciamiento– y relegó al resto de históricos de su época al papel de ilustres secundarios en beneficio de los ministros sanchistas. Hubo enfado. Mucho.

Alejandro Rojas Marcos y Moreno Bonilla delante del panel que se usó para contar los votos del referéndum de autonomía

Alejandro Rojas Marcos y Moreno Bonilla delante del panel que se usó para contar los votos del referéndum de autonomía

Museo de la Autonomía

El acto, que tenía algo de sacramental, escenificaba la voluntad del presidente (en funciones): la conmemoración de aquella gesta, cuyo sentido quería proyectarse hacia el presente, tenía que ser muy selectiva –y por tanto injusta– porque entre quienes reconstruyeron el partido tras el franquismo y los actuales dirigentes, que lo son a pesar de muchos de sus mayores, se mantenía un bronco desencuentro que, tras el 23J, se ha convertido en un abismo.

Las advertencias de González, Guerra y Almunia, o Borbolla, ex presidente de la Junta de Andalucía, que aquella mañana fue situado en una esquina, al lado de Susana Díaz, que hace una semana se hizo una foto de familia con la dirección del PSOE andaluz para defender que la investidura de Sánchez es más importante que la desazón que comienza a provocar en la gran autonomía del Sur un pacto con el independentismo vasco y catalán, son un mentís, directo, sin rodeos y expreso a los deseos de la Moncloa.

La manifestación de Sevilla el 4 de diciembre de 19971

La manifestación de Sevilla el 4 de diciembre de 19971

Fototeca Municipal de Sevilla

Ferraz sopesa si convocar una votación interna con las bases socialistas para dotarse de un escudo de autodefensa ante la ofensiva de los históricos de Suresnes que, sin situarse en la orilla del PP, advierten –con firmeza y argumentos– de los demonios que traerán una amnistía y un referéndum –con otro nombre y rango– en Catalunya. Aunque se ganase esta consulta, no exenta de peligros, nada puede ocultar que la ruptura no es sólo generacional. Es moral.

Lo que se dirime en el seno del PSOE, además de la mayoría necesaria para la investidura o una repetición electoral, es el dominio simbólico. Por resumirlo en los términos de la antigua Roma: Sánchez tiene la potestas, pero los patriarcas conservan entre la opinión pública, parte de la militancia y un importante sector de la sociedad española, una indudable auctoritas.

José Rodríguez de la Borbolla, segundo presidente socialista de la Junta de Andalucía

José Rodríguez de la Borbolla, segundo presidente socialista de la Junta de Andalucía

Universidad de Sevilla

Se trata, claro está, de una guerra civil, aunque las armas sean las palabras y los silencios. El sanchismo se lo juega todo. Los patriarcas, en cambio, no arriesgan nada: su obra ya está más que hecha y, en caso de ser impugnada por un acuerdo de investidura con indudables costes políticos, sobre todo en términos territoriales, nadie podrá acusarles de haberse callado.

La estrategia de Moncloa, tras el viaje de la vicepresidenta del Gobierno a Bruselas para verse con Puigdemont, ha visualizado el entreguismo (de partida) del Ejecutivo interino ante una aritmética que, siendo la que es, presenta un grado de radiación política colosal. En Andalucía tanto el PSOE como Sumar han tenido que quemar por disciplina con sus direcciones estatales todo su discurso autonómico, dejándole a Moreno Bonilla en solitario la bandera autonómica que en 1977 capitalizó el PSOE, y que explica toda su antigua hegemonía en el Sur.

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El PP andaluz no sabe todavía bien cómo gestionar esta encomienda, pero no le faltan guías. Alejandro Rojas Marcos, el histórico fundador del PA, reclamó esta semana al presidente de la Junta en un acto público –al que acudió como público– la convocatoria de una manifestación en defensa de “los derechos de Andalucía” el próximo 4 de Diciembre, fecha de las históricas manifestaciones que incorporaron a la región a la condición de nacionalidad histórica.

“España está en peligro, en gravísimo peligro, por una coalición de perdedores”, ha escrito el segundo presidente socialista de la Junta, José Rodríguez de la Borbolla. En la lista citaba “al PSOE de Sánchez, la Sumar de Díaz, el PSC de Illa e Iceta, la Bildu de Otegui, y los ERC y Junts, de Junqueras y Puigdemont, con el estrambote del PNV de Ortúzar y Urkullu”. Y añadía: “Están dispuestos a jugar a lo que sea aunque produzca la deconstrucción de España (…) Es llegado el momento de que, ahora también, los andaluces defendamos a España, porque defendiendo España defendemos a Andalucía y a todos nuestros compatriotas”.

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Borbolla habla por sí mismo, pero no está solo. Una parte notable de los históricos dirigentes del PSOE andaluz piensan algo similar, aunque lo expresen con otras palabras y, de momento, en privado. La rebelión de los veteranos desazonó a la dirección andaluza del partido hasta el punto de forzar que el antecesor de Borbolla, Rafael Escuredo, saliera –en twitter– no tanto a apoyar a los términos de la investidura de Sánchez cuanto a manifestar que “las nuevas generaciones necesitan nuevas soluciones políticas a los viejos problemas de España”.

Lo que la investidura está haciendo emerger, además de las viejas rencillas entre los históricos del PSOE andaluz, y de éstos con sus indeseados herederos, es que la generación de Suresnes y el sanchismo pugnan por el imperium, que no es el control de los dirigentes, sino el juicio de los votantes socialistas, el único dominio que hace que un poder circunstancial sea duradero.

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