Dos moles de piedra presiden el final del muelle de la Marina Vela Barcelona, una moderna dársena para embarcaciones deportivas junto al hotel Vela. No son dos rocas naturales. Cuando uno se acerca, comprueba que son dos amalgamas de piedras de Montjuïc unidas por argamasa. Una placa en el suelo desvela que se trata de dos bloques del antiguo y estratégico dique de protección del puerto, lo que se conocía como el rompeolas, construido a partir de 1870. Son los restos de una obra que marcó un antes y un después del puerto de Barcelona.
A mediados del siglo XIX, el puerto tenía muchos problemas ocasionados por la falta de un dique de abrigo que lo protegiera. Por ello, estaba permanentemente sometido a las corrientes y arenas. La pujanza económica de la ciudad hacía necesario avanzar hacia un puerto industrial. Por ello, se encargó a Josep Rafo, ingeniero jefe de la provincia, un proyecto de ampliación que incluyó un estudio completo de las condiciones físicas que el clima marítimo sometía al puerto. El proyecto previó la construcción de un dique y un contradique cuya misión era proteger los muelles, una obra imprescindible en la ampliación industrial.
Rafo diseñó también la distribución de nuevas dársenas. Sin embargo, este histórico proyecto, aprobado por el ministerio en 1860, se ejecutó con una década de retraso y solo parcialmente. Se construyeron el dique y el contradique, y la distribución interior del recinto fue modificado con posterioridad por las autoridades portuarias. Los dos bloques fueron recuperados durante las obras de la Marina Vela, una zona muy cercana a la que durante décadas fue la única bocana de entrada y salida de los buques del puerto. Esta marina fue abierta en 2018 y está dotada con modernos mecanismos automatizados para el mantenimiento de las embarcaciones. Los dos bloques son, pues, un monumento al primer puerto industrial que daba respuesta a las aspiraciones económicas de la Barcelona de la época.
El proyecto de Rafo tuvo tanta importancia que Ildefons Cerdà lo incluyó en el plano de los alrededores para su proyecto de Eixample de 1859. Los dos bloques de piedras de Montjuïc son los testigos de toda aquella transformación experimentada en el siglo XIX.