París

Opinión

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Yo creo que el tal Jolly, de nombre Thomas, director de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París, no se atrevió a apostar por el cayuco. Las embarcaciones que navegaron el pasado viernes por el Sena, llevando a bordo a los atletas olímpicos, deberían haber sido todas cayucos, solo cayucos. La imagen hubiese tenido más impacto. Mucho más que la reina Maria Antonieta, a quien se la mostró decapitada, con la cabeza entre las manos. O que el apocalíptico caballo metálico y mecánico que cabalgó seis kilómetros por el Sena. Un caballo que, desde el viernes, me impide conciliar el sueño.

O sea que ese jinete que unos identificaron con Juana de Arco y otros lo interpretaron como un homenaje a Secuana, una diosa galo-romana, yo creo que era un nuevo jinete del Apocalipsis, el quinto, que simbolizaba el caos vital en el que estamos inmersos. Un jinete que nos ha arruinado momentáneamente la imagen amable y melancólica que algunos teníamos de París. Imagen tópica en la que siempre suena un acordeón interpretado por un individuo tocado con gorra marinera y vestido con un jersey de rayas horizontales de color azul. Mientras escribo esto, el agua del Sena vuelve a estar contaminada. Ya lo estaba cuando, ignorándolo, la alcaldesa de París se atrevió a cruzar el río a nado días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos. Pero las bacterias, fecales o de otra clase, no son siempre mortales. Y yo me alegro por Anne Hidalgo, a quien conocí en Argelès-sur-Mer, donde estaba el campo de concentración que sufrió mi padre.

Afortunadamente, la imagen parisina que perpetró el viernes el tal Jolly ya casi la hemos olvidado

Afortunadamente, la imagen parisina que perpetró el pasado viernes el tal Jolly ya casi la hemos olvidado, y en una orilla del Sena, en la noche, vuelve a sonar un acordeón interpretando Bajo el cielo de París . También los libreros del Sena, los baquinistas , han vuelto a su ritmo normal y nos ofrecen una novela, vieja o nueva, que nunca encontraremos, pero da igual. Porque lo importante es, por la mañana, paladear una taza de café en una de esas terrazas bajo un toldo rojo o verde donde antes se hablaba de literatura, de cine, de canciones de amor o incluso del presidente chino Mao. O pasear por la noche parisina y observar el puente Alejandro III. Estos días que para unos son olímpicos, para otros son musicalmente parisinos. Días en los que, con la muerte de Françoise Hardy, algunos hemos regresado a aquellas fiestas caseras en las que bailábamos o veíamos como otros bailaban canciones francesas. Por ejemplo: Mi amiga la rosa , que nos alertaba de lo breve que es la vida. O aquella otra que nos enseñaba a decir adiós. A mí, el flequillo de Françoise Hardy, aquella melancolía, me gustaba, pero quizá prefería a la rubia y alegre Sylvie Vartan, la más guapa del baile.

La Torre Eiffel exhibe los cinco aros olímpicos

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El problema no son los vividores, sino quienes los patrocinan y les permiten sus grotescos espectáculos y otras venganzas similares, que en algunas ocasiones, en casi todas, amagan algún resentimiento personal. Quizá el tal Jolly, de nombre Thomas, sea uno de ellos.

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