La cantera catalana se tuerce

La cantera catalana se tuerce

Muchas de las formas del incivismo que se manifiesta constantemente en la calle y en las actitudes de las personas tienen su origen en una educación deficiente. En casa y en la escuela. Les pedimos a los políticos que gobiernan las administraciones que palien las consecuencias incívicas, y deben hacerlo, pero el caladero de malas decisiones está en la formación. Se ha hablado mucho estos días del depauperado nivel de los escolares catalanes, según el último informe PISA, en materias tan troncales como las matemáticas o la comprensión lectora. A la cola en España y en niveles que los profesionales de la docencia se ponen las manos en la cabeza.

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Padres y alumnos en el patio de un colegio 

EP/ Archivo

Jordi Basté, el radiofonista líder en Catalunya, acertó ayer dando voz a maestros en Rac 1 para que dieran su opinión al respecto. Y la verdad es que fue demoledor. Especialmente los comentarios de Pilar, una profesora que lanzó varios titulares que hacían comprender por qué, mientras en esta comunidad le vamos dando vueltas a cosas inútiles, el nivel de la enseñanza invita a emerger sin conocimientos y sin valores. El resumen más lacerante expuesto por la maestra es que a los escolares no se les enseña. Dos horas de castellano, dos horas de catalán, semanales, compartiendo importancia, por ejemplo, con otras muchas actividades de menor valor pedagógico. Ese es el sistema educativo con el que tienen que lidiar los maestros. Poca exigencia, laxitud a la hora de inculcar los conocimientos y poco enfrentamiento porque en cuanto un profesor se pone un poco firme se abalanza una amenaza al canto. Pilar lo confesó con rubor: “Traté de quitarle el móvil a un alumno y me dijo que me rajaría”. Esa es la situación que acaba desembocando en unos resultados patéticos que colocan a Catalunya en un proceso de franco deterioro si quiere ser más competitiva y un mejor destino para sus ciudadanos.

Como sociedad no podemos permitir que unos mocosos decidan cómo tienen que estar en clase

Sinceramente, como sociedad no podemos permitir que unos mocosos decidan cómo tienen que estar en clase y que esa actitud provoque que los jóvenes sufran un deterioro en el nivel recibido que les pase factura en el futuro. Las administraciones sí que tienen que exigir un temario mejor y una disciplina firme, aunque eso suponga un grado de enfrentamiento desagradable. El planteamiento de una escuela donde forzar es un verbo que no se conjuga permite dar alas al buenismo. Y todo ello se traduce en que un importante nivel de jóvenes son cada vez más catetos, más haraganes y más macarras.

En ese clima de desafección es normal también que los profesionales de la enseñanza, superados por todos, se apunten con mayor asiduidad a las bajas laborales y que a los padres de los muchachos les parezca todo bien mientras esos problemas no les altere demasiado el gallinero. Y si tienen que pagar a un profesor de refuerzo para que, en lugar de enseñar, haga los deberes de los niños, pues se paga. Qué tropa.

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