Diputados

Siempre que es noticia algún episodio cómico­ acaecido en el Congreso de los Diputados pienso en Luis Carandell, gran cronista de Cortes de 1976 a 1985 y hombre de tertulia. Le recuerdo siempre sonriente, quijotesco de perilla y enseñándome a entender Madrid, que es más difícil que Barcelona. O sea que estos días, mientras Herminio Rufino Sancho Íñiguez, diputado socialista, equivocaba su voto en la investidura fallida de Alberto Núñez Feijóo y Eduard Pujol, diputado de Junts, cometía posteriormente el mismo error, yo pensaba en el culto, ameno e irónico Carandell y en aquel vicepresidente del Congreso que se puso nervioso y dirigiéndose al diputado Balparda le dijo: “Tiene la balparda el señor Palabra”.

El aragonés Herminio Rufino Sancho Íñiguez, cuyos apellidos remiten a los tiempos del Cid, tiene las hechuras rotundas, pero es tan humano que se equivoca. Como todos. Eduard Pujol también tiene las hechuras recias, pero así como el aragonés parece hombre decididamente de ternasco, al catalán yo lo veo más pastelero, es decir, un hombre de buñuelos. Quizá por eso, durante un tiempo, aseguró que alguien lo perseguía montado en un patinete. Que un diputado se equivoque no es, pues, nada nuevo, no es noticia. Sí lo sería que el diputado demostrara su talento para intentar remediar esa equivocación. Talento que, según Luis Carandell, aún abundaba hasta no hace muchos años en el Congreso. Un ejemplo fue Torcuato Fernández Miranda, liquidador de las Cortes franquistas y asturiano de nariz aguileña y mirada inteligente, como corresponde a un ave rapaz, que recuperó para los tiempos modernos expresiones arcaicas como “Ciérrense las puertas” o “Procédase a la votación”. O aquel dardo que le propició a un procurador que
iba de una parte a otra del hemiciclo durante una votación: “Vamos a ver: su señoría ¿vota o transita?”

Antes, a diferencia de ahora, algunos diputados demostraban talento para corregir su equivocación

De todas las vicisitudes vividas en el Congreso, la mejor sigue siendo la protagonizada por Estanislao Figueras, primer presidente de la Primera República Española, quien, harto de políticos, militares y quizá de periodistas, se ausentó físicamente en plena sesión parlamentaria del Congreso con la excusa de que iba a tomar un café. Luego resultó que se había escapado a París, no sin antes decir en voz alta a los diputados: “Señores, les voy a ser franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Ese estar “hasta los cojones de todos nosotros” quizá sea una frase insuperable. Es tan buena que yo siempre la he dado por auténtica. Como aquella otra, protagonizada por Ossorio y Gallardo que, mientras anunciaba el peor de los futuros para España, detuvo momentáneamente su oratoria y preguntó: “¿Qué será de nuestros hijos?”. Cuentan que, desde lo más alto del Congreso, otro diputado le respondió en voz alta lo siguiente: “Al de su señoría le hemos hecho subsecretario”. Los diputados siempre se han equivocado alguna vez en el Congreso, pero algunos de ellos, a diferencia de los actuales, demostraron sentido de la ironía y, desde luego, talento.

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