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De paseo por el paseo de Gràcia pese a la pandemia

Barcelona

Los barceloneses impiden que el eje más señorial de la ciudad entre en la uci

El gran bulevar de Barcelona resiste, pero teme una crisis larga

La afluencia de barceloneses llena las mesas del paseo y mitiga el duro golpe que está sufriendo la restauración en el centro

Xavier Cervera

Hace ocho años los adolescentes de Barcelona dejaron de citarse frente al café Zurich, a las puertas de la Rambla, para hacerlo ante el número 1 del paseo de Gràcia, delante de la tienda de Apple. Así, mientras aguardan y remolonean, los jóvenes disfrutan de wifi gratis. Y luego muchos se van a los establecimientos de las grandes franquicias instaladas en los primeros tramos del paseo. Últimamente ya no tanto como antes, como hasta hace poco, pero... El hábito entre los chavales ya convertido en nueva tradición urbana consiste en comprobar cómo te sientan muchas prendas y no comprar ninguna. Están seguros de que en internet lo encontrarán todo a mejor precio.

Y además siempre alguien se queda un rato sentado en uno de los bancos del paseo, entre gestión y gestión, entre despacho y despacho, para matar un rato tonto fumándose un pitillo o leyendo dos páginas de un libro o cantándole las cuarenta a un smartphone o mirando un rato la Pedrera... “A mí siempre me gustó quedarme un rato en el paseo de Gràcia, y mirar los escaparates de las tiendas de lujo... ¡y me encanta salir del metro y toparme con la Pedrera! La verdad es que nunca he entrado en la Pedrera, pero me encanta encontrármela...”. “No, nunca me he comprado nada en las tiendas caras ¡Ja, ja, ja!, pero me gusta la moda, ver lo que se estila... Bueno, espera, una vez traje unos pendientes de mi madre, para que se los arreglaran, pero...”.

La gente de la ciudad continúa llenando de vida el paseo de Gràcia, no le está dando la espalda en estos tiempos tan bizarros. A ratos parece que nada cambió, que todo continúa como siempre, aunque no sea verdad, aunque la verdad sea mucho más arisca. Es que entre los nuevos ricos rusos se estilaba mucho llegar al restaurante y pedir la mayor parte de los platos de las carta, y luego picotear un poco en plan displicente, marcharse enseguida y dejar una ostentosa propina. Aquí, como en tantos rincones de Barcelona, nadie sabe cuánto tiempo tardarán en regresar las fortunas de rusos, chinos, japoneses, estadounidenses y etcétera. Tic, tac, dice la caja registradora. Tic, tac... De modo que de esta manera el eje más señorial de Barcelona le echa árnica a su herida abierta, calienta paños mientras escruta los negros nubarrones de su horizonte.

Los comerciantes de siempre dicen con modestia, con mucho tiento para no ofender a nadie, que en el paseo de Gràcia nunca ningunearon al barcelonés, nunca dejaron de considerar al cliente local. “El paseo de Gràcia siempre fue un cruce de caminos, un punto de encuentro de ciudadanos de todo tipo –cuentan en la histórica tienda de moda Santa Eulalia –. Porque todo el mundo que vive a esta ciudad tiene que hacer alguna gestión en el Eixample, ha de pasarse por el paseo de Gràcia, y este paseo, gracias a la su amplitud, invita al paseo. Y a pesar de la abundancia de turistas, de la gran cantidad de turistas que venían hasta hace muy poco... el barcelonés jamás se sintió expulsado”.

Los comerciantes de siempre dicen con modestia que aquí nunca expulsaron al cliente local

Y en la joyería Rabat añaden que con el paso de los años y de tantos bautizos, comuniones, bodas y amores aún con ascuas, pues poco a poco se metieron en las vidas de muchas familias, y que ahora ese arraigo se nota un montón, más que nunca. “Además, en el paseo de Gràcia –siguen en esta joyería–, siempre que se organizaron actividades ciudadanas se orientaron principalmente al barcelonés, como la Shopping Night. La Shopping Night siempre pudo disfrutarlo todo el mundo. Ahora no tenemos turistas, pero el cliente nacional está reaccionando muy bien, mucho mejor de lo que esperábamos”.

Hasta los pedigüeños profesionales que acostumbran a apostarse por el paseo aplauden la querencia de los barceloneses por este paseo. “Los turistas nunca te dan nada, sólo te hacen fotografías –dice uno de ellos, un hombre que acostumbra a ir en silla de ruedas–. Todas estas monedas me las echa gente de aquí”. Así que siguen apostándose más o menos los de siempre. Únicamente dejaron de verse aquella suerte de mimos pesados que te dan un susto y luego encima te piden dinero, unos mimos tradicionalmente especializados en los visitantes. “Ah, los rumanos, ¡a esos hace mucho que no los veo!”.

Y esta complicidad ciudadana ahora tan celebrada está ayudando a mitigar el desastre incluso a algunos hoteles. Como el Majestic. Hace tan sólo una semana que reabrieron una tercera parte de sus habitaciones. “Aquí en los últimos cien años muchos barceloneses celebraron sus bautizos, comuniones, bodas... y muchos le cogieron cariño al hotel. Estos días unas cuantas parejas de la ciudad están aprovechando nuestras facilidades para pasar una noche de gran lujo. Además, hace ya un mes reabrimos nuestra terraza porque la gente de la ciudad nos lo pidió, porque siempre les gustó tomarse un cóctel contemplando la ciudad”. Y en estas condiciones sale a cuenta retomar la actividad, al menos más que permanecer cerrados. En el Alma también se están encomendando al cliente local. Sus jardines y su restaurante, que siempre estuvieron frecuentados por gente de aquí, se están revelando como su mejor baza.

Algunas parejas de la ciudad aprovechan las ofertas para pasar una noche en una habitación de gran lujo

Son raíces que se echan con los años, sin darte cuenta. ¿Sabían que el actor Francisco Rabal adoraba los bloody mary de Majestic? Siempre que venía a la ciudad se acercaba a la barra y pedía uno que enseguida apartaba a un lado, y también un agua con gas, que siempre dejaba delante de él. De esto hace ya mucho tiempo... Y si aparecía su mujer, el actor le decía que no sabía de quién era ese combinado, que él estaba bebiendo agua con gas, que esa copa no era suya... Un camarero, casi un amigo, le seguía la corriente.

Lo malo, lo que desvela cada noche, es que si bien nadie puede aventurar cuándo regresarán las fortunas de rusos, chinos, japoneses, estadounidenses y etcétera, todos comienzan a ver con cierta y cruel claridad cuánto tiempo podrán aguantar. A las dos de la tarde todas las mesas de la terraza de Il Caffe di Francesco están ocupadas. Tenemos un nutrido grupo de estudiantes de turismo cuyos hielos ya hace tiempo que se derritieron, unos cuantos oficinistas dilucidando si comerán de menú o se decantarán por un bocadillo, una pareja de turistas marroquíes que hace un rato estaban mirando escaparates...

“Nueve meses –dice un encargado–. En este plan aguantaremos nueve meses... Ya nos hicieron un apaño con el alquiler, pero pequeño, porque el nuestro es de los antiguos y en realidad somos un caramelito. Sí, la terraza está llena, pero el interior está vacío. Lo normal era que estuviera lleno. Los turistas representaban el 35% o el 40% de nuestros clientes. En el centro de Barcelona, aunque no orientes tu negocio al turismo, el turismo sigue siendo fundamental. Y es verdad que la gente de la ciudad continúa viniendo al paseo de Gràcia, pero nos faltan un montón de oficinistas y de trabajadores, que o bien están de ERTE o están teletrabajando, que antes venía cinco o seis veces a la semana y ahora una o dos. Todo está funcionando a medio gas”.

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