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Subir y bajar

¿Quedamos? (4)

Nil y Montse viajan del sur de Catalunya y del Montseny hasta Barcelona para ligar. Un éxodo sexual para ampliar las opciones

Nil prefiere no mostrar la cara

Otras Fuentes

En el libro Barcelona calenta de la periodista Elisabet Parra se explica que, hace algunos años, algunos socios del Barça, con la excusa del partido, dejaban a sus mujeres en casa (suena ahora a bestia pero no era residual) y aprovechaban para ir al meublé de turno de Barcelona. Llegaban acompañados por la querida y detenían el coche en la entrada del hotel donde el conserje tapaba el vehículo para que nadie viera quién salía del interior. Cuando acababan, el conserje les acompañaba hasta la salida (siempre por otro lado). Para dar coartadas a los hombres, los recepcionistas apuntaban en una pizarra los resultados de los partidos de fútbol con todos los detalles. Así, cuando los clientes/socios volvían al pueblo podían comentar el partido como si hubieran estado en el campo..

Décadas después la situación ha variado y si se va a Barcelona no es para engañar, es por la oferta.

Hemos quedado en una cafetería de un hospital. El nombre es común, por tanto ningún problema. Se llama Nil, joven de 25 años. Es de un pequeño pueblo del sur de Catalunya. Así, sin más. Tiene perfil en el Tinder pero también en el Grinder (la app gay). Nil es la evolución 2.0 de lo que pasaba hace cincuenta años: cuando los homosexuales (y heterosexuales) del pueblo habían de bajar (o subir) a la ciudad en busca de sexo. Pero ahora la diferencia es abismal. Ahora Nil baja para encontrar más espacio, más gente, más mentes abiertas.

El padre de Nil no aceptó su sexualidad, la madre, sí; ahora en el pueblo vive sin ningún problema, normalidad

–En mi pueblo ya hay gente dentro de estas aplicaciones pero siempre son los mismos y habitualmente en la foto del perfil aparecen decapitados para no ser reconocidos. Estoy rodeado de perfiles anónimos. Yo no, por eso prefieren no decir nada porque en un pueblo todos nos conocemos. Prefiero bajar a Barcelona muy de vez en cuando.

Este éxodo sexual es compartido por Montse, lesbiana de 31 años, que baja de un pequeño pueblo del Montseny. En su perfil leo: “Yo nunca me he acostado con un señor. Nunca. Fíjate qué pureza, yo no
tengo de qué avergonzarme... Mis dioses me hicieron así” (Chavela Vargas).

Like y match. Ahí estamos sentados los dos en un bar del Raval.

–En casa lo saben, los amigos lo saben pero, por discreción familiar, prefiero no verbalizarlo en el pueblo, dice Montse. No quiere fotos.

–¿Qué necesidad tienes de verbalizar nada? ¿A tu pueblo le importa algo si lees a Proust o a Corín Tellado? ¿Si te gusta el vino blanco o el rosado? , le pregunto.

Ríe. Baja a Barcelona porque la mayoría de amigos los tiene en la capital y porque se siente “más reconfortada”. La búsqueda de nuevos espacios de socialización. Nil tuvo pareja un par de años y tuvo la valentía de explicarlo en su casa. La madre y la hermana fueron unos aliados. El padre, no.

–Mi padre nunca ha aceptado mi sexualidad. Conoció a mi pareja un día: el de mi graduación. Estuvo agradable con él, porque tocaba. Sólo aquel día.

Nil lo disculpa. Hay un par de generaciones que vivimos en un purgatorio entre el inicio de una desenfrenada (y arriesgadísima) libertad sexual y el final de una insoportable y ruidosa castidad inmoral.

-Yo le entiendo. Mi padre no estaba preparado. No nos educan en la libertad de la elección sexual. Y menos a mi padre que trabaja de payés en el campo –dice Nil–.

Veo un perfil de una italiana de 30 años que afirma ser muy amable menos si le echo nata a la carbonara. Like. No responde. Aparece Marc en mi perfil. Con su novia se conocieron en Tinder. Son felices. Heterosexualidad. Like ... y match.