El edificio conocido como Porxos d’en Xifré, en el paseo Isabel II de Barcelona, es característico de la época en que los indianos catalanes regresados de América hacían opulencia de su fortuna. Uno de ellos fue Josep Xifré, promotor de la citada finca, que, entre otras cosas, fue la primera de Barcelona que dispuso de agua potable gracias a unos depósitos situados en la azotea.
Fueron precisamente estos depósitos los que un adolescente Pablo Picasso usó de modelo para unos de los primeros óleos que pintó en Barcelona.
Picasso llegó en 1895 a la capital catalana con apenas 13 años con su familia. Su padre había conseguido un puesto como maestro en la Escuela de Bellas Artes de la Llotja, donde también estudió el joven Pablo. La familia Picasso se instaló junto enfrente de la Llotja, en el también edificio porticado conocido como Casa Vidal Quadras, justo al lado del de Xifré.
Picasso solía subir al terrado del edificio para pintar lo que desde allí observaba, desde las vistas del puerto a la cúpula de la basílica de la Mercè. Uno de los elementos que le llamó la atención fueron los depósitos de agua del vecino tejado de los Porxos d’en Xifré.
Hay cuatro, uno en cada esquina y con forma de cúpula. Picasso pintó los dos situados más cerca de su casa, los correspondientes a las esquinas de la calle Llauder con Isabel II y Reina Cristina. Uno, probablemente el primer óleo que pintó en Barcelona, está fechado el 4 de octubre de 1895. El segundo no tiene fecha, pero se supone que fue en fechas cercanas.
Aquella Barcelona de azoteas y calles próximas al mar que el artista malagueño plasmó en su obra primigenia desde el tejado de su casa fue objeto de una exposición en el año 2014 en el Museo Picasso llamada precisamente Azoteas de Barcelona.
Dicen los historiadores del arte que Picasso jamás dedicó tantas obras a ninguna otra ciudad. Aquella Barcelona que crecía hacia el Eixample y que aún estaba bajo los efectos de la Exposición Universal de 1888, su primer gran escaparate internacional, sin duda le marcó.