Un barrio no tan Gótico
El centro histórico es producto de la construcción de la Via Laietana
Las leyes de la física rezan que la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Con la historia no pasa lo mismo: se construye, se manipula, se distorsiona y se adorna, dependiendo de quien la escribe y cuándo. La búsqueda del pasado no es una ciencia exacta y no está sometida únicamente al mero interés científico. Estas alteraciones no siempre se hacen de mala fe, y pueden existir motivaciones ornamentales. Por ejemplo, recorrer los alrededores de la catedral o de la plaza Sant Jaume de Barcelona es asimilable a un viaje por el túnel del tiempo, pero falsificado. La verdad es que es un barrio no tan gótico, una denominación que, por cierto, no apareció hasta 1911 y que tiene mucho de reconstrucción. En él se encuentran imitaciones de una realidad inexacta. Así, la fachada de la Seo es, en realidad, de principios del siglo XX, lo mismo que el Pont del Bisbe o la sede del Reial Cercle Artístic.
El Barri Gòtic es hijo de la construcción de la Via Laietana, sostiene Joan Roca, director del Museu d'Historia de Barcelona. Lo cierto es que la recuperación del pasado de la ciudad no es una pasión antigua, sino que data de finales del siglo XIX y principios del XX. Hasta aquel momento, el único paradigma de belleza era el neoclásico, y es entonces cuando se acepta que existen otros cánones. Es cuando se definen nuevos estilos arquitectónicos, cosa que no ocurría antes. Fue en la década de 1890 cuando la crítica local mostró su interés no sólo por la conservación de los edificios religiosos, sino también por el conjunto histórico, o, por lo menos, por sus partes más características. Este afán de recuperación del pasado tiene dos ejes principales: la catedral y la Via Laietana, dos proyectos que llegaron a coincidir en el tiempo y en los cuales se vindicaba un pasado ciudadano.
Es en este contexto de recuperación de otros tiempos de Barcelona cuando aparece en el semanario Catalunya un artículo de Ramón Rucabado, en el que se propugna la rehabilitación del entorno de la Seo creando un barrio de inspiración neogótico que "sería como un estuche precioso que custodiaría las joyas riquísimas de Barcelona, la catedral y el Palacio de los Reyes: todas las calles incluidas en el perímetro deberían ser devueltas (...) al estilo gótico catalán".
Rucabado fue un economista, escritor y polemista católico. Es el primero que refleja claramente esta idea de reconstruir un barrio gótico barcelonés, algo que estaba en el ambiente y que se plasma en tres iniciativas: recuperar lo que existía, trasladar lo que se pudiera y completar los edificios de forma neogótica, lo cual, como veremos, se llevó a cabo con gran libertad. En su articulo, Rucabado avanza que "en las calles del recinto "pudiera llegarse hasta prohibir (...) el tránsito rodado, suprimiendo las aceras y sustituyendo los adoquines por anchas losas y los vulgares faroles del alumbrado público por farolas artísticas del más puro estilo. Los balcones y ventanas modernas serían sustituidas por ventanales, tribunas y frisos. (...) Para estas reconstrucciones pudieran aprovecharse los materiales góticos derribados en otros puntos de la reforma".
Uno de los puntos esenciales es la finalización de la catedral de Barcelona. En realidad, el edificio que hoy conocemos se empezó a construir en el siglo XII, y no se acabó hasta 1913. Según los datos arqueológicos, la actual se levantó sobre una iglesia paleocristiana, que dio lugar a una basílica posiblemente arrasada, o por lo menos muy maltrecha, por Almanzor. Su reconstrucción se inició con estilo románico y Jaume II impulsó las obras ya góticas, en 1298. En el empujón final tuvo un papel principal Manuel Girona, alcalde de la ciudad entre mayo de 1876 y marzo de 1877, y también banquero de éxito, que, con motivo de la Exposición Universal de 1888 donó la cantidad necesaria para acometer las obras de la Seo, que se llevaron a cabo según un supuesto proyecto medieval que había aparecido en los archivos de la institución religiosa. En el final del XIX y albores del XX existía una amplio consenso para recuperar este entorno, del que participaba el mismo Ildefons Cerdà, padre del Eixample.
En este tiempo se planificó también la construcción de la Via Laietana, cuyas obras se desarrollaron entre 1908 y 1913. Debemos imaginarnos cómo era esta parte de la ciudad en esos años: abigarrada, con multitud de calles estrechas, muy poblada y sometida a la especulación, donde edificios se levantaban sobre otros edificios. Lo que representó la nueva avenida se puede cuantificar: desaparecieron 85 calles y 335 inmuebles, y fue preciso trasladar a unas 10.000 personas que moraban allí. Y no siempre de buena manera: en las expropiaciones muchos perdieron sus hogares y se trasladaron a Montjuïc, que se pobló de barracas.
La remodelación del entorno de la catedral y la de la plaza Sant Jaume y la apertura de la Via Laietana liberaron espacios y ofrecieron sorpresas. Al emprender los derribos, se vio como tras las fachadas de casas sin interés, pobres, se ocultaban sus precedentes medievales. Entonces se optó por documentar todo lo que aparecía y los trabajos se interrumpían continuamente para examinar los inmuebles y retirar los elementos arquitectónicos más relevantes, que se iban acumulando en almacenes municipales.
En principio, la tendencia era a devolver a esta zona un carácter medieval, pero la gran sorpresa se produjo al urbanizar la plaza de Ramón Berenguer III, que es el momento en que reaparece la muralla romana, hasta ese instante oculta entre casas y que hoy en día es uno de los símbolos que más llama la atención en ese entorno.
Para concluir el diseño de la zona se presentaron varios proyectos. Uno de ellos fue el de Joan Rubió i Bellver, arquitecto modernista discípulo de Gaudí, regidor del Ayuntamiento y autor, por ejemplo, de la Casa Golferichs. También colaboró con los servicios técnicos de la Diputación, desde donde elaboró en 1927 un estudio que llamó Taber Mons Barcinonensis. Visión de lo que podría ser la Barcelona antigua. Su lógica era sencilla: el Barri Gòtic tenía muy poco de gótico: tan sólo la catedral, la Pía Almoina, el Tinell y Santa Àgueda podían ser calificados de tales y, por lo tanto, para recuperar la zona era lícito derribar todo lo que no tuviera valor y ofrecer nuevas perspectivas, aunque no fueran las reales.
Rubió dejó escrito: "¡El Barrio Gótico no existe! El Barrio Gótico no es más que un noble deseo de que sea pero no está (...) El Barrio Gótico no se ha de respetar ni mucho ni poco, porque no existe". El proyecto de Rubió, que aún se conserva en el archivo de la Diputación de Barcelona, fue muy denostado por la crítica y no se llevó a cabo.
Ahora bien, la creencia de que el barrio era más o menos una recreación no es privativa de Rubió. El propio Rucabado, años antes, había dejado escrito que tal definición "era un invento". El profesor Joan Ganau en un artículo en Barcelona Quaderns d'Historia publicado en el 2003, dejó sentado que "la existencia o no de edificios góticos era secundaria. Podían ser rescatados de las demoliciones de la Via Laietana. Lo imprescindible era dar una pátina de uniformidad gótica a todo el conjunto". Adolf Florensa, figura central de esta rehabilitación, era de la misma opinión, y sostuvo en 1958 que no existía: era sólo un eslogan turístico.
Y así fue. Con traslados, añadidos y recreaciones. Edificios ahora emblemáticos iniciaron piedra a piedra una peregrinación en busca de un asiento definitivo. La Casa Padellàs, calificada como el mejor ejemplo del gótico civil barcelonés, salió de la calle Mercaders (que la Via Laietana se llevó por delante) para afincarse en la plaza del Rei, donde hoy alberga la sede del Museu d'Història de Barcelona, y que además cubre las ruinas romanas que son una visita ineludible para los amantes de la antigüedad barcelonesa. La sede del gremio de Calderers viajó de la calle de la Bòria a la plaza Sant Felip Neri; compartiendo así suerte con el inmueble que albergó el gremio de Sabaters, que estaba en la calle Corríbia (sacrificada para abrir la avenida de la Catedral) y que tuvo un tránsito más largo, pues fue primero trasplantada a la plaza Lesseps.
Además, los elementos arquitectónicos que se salvaron de la piqueta se usaron para dar un aire gótico a otros edificios, dando una cierta uniformidad a la zona. Es el caso de la fachada del palacio Pignatelli, actual sede del Reial Cercle Artístic, al que se añadieron ventanas góticas recuperadas de almacenes municipales y provenientes de los derribos.
Claro que no siempre se fue cuidadoso con las reconstrucciones. El Pont del Bisbe, que une la Generalitat con la Casa dels Canonges, se construyó en la década de los veinte, y contiene elementos de un gótico flamígero más propio del norte de Europa que de Catalunya. Fuera del centro de la ciudad hay otros ejemplos de esta pasión por el gótico nórdico, como por ejemplo la sede del colegio de los Jesuitas en Sarrià. En el mismo sentido, el edificio que alberga el Centre Excursionista de Catalunya, que da cobijo a las columnas del Templo de Augusto, es en realidad obra de Lluís Domènech i Montaner, que lo levantó en 1922 sobre otro edificio de origen incierto.
Millones de turistas visitan Barcelona cada año, y son legión los que se quedan extasiados contemplando la plaza de Sant Jaume, la catedral, la plaza del Rei o la de Sant Felip Neri. Si entornan los ojos, se sienten trasladados a otros tiempos: de antorchas, de capas y espadas. Lo mismo les ocurre a muchos barceloneses que pasean a diario por allí. Y sin embargo, no es un barrio tan gótico: en realidad se tardó varias décadas en reconstruirlo y hasta los años treinta del pasado siglo no adquirió la fisonomía actual. El Gòtic que hoy conocemos es hijo de la Via Laietana: en gran parte una recreación que sustituye a la ciudad que fue y desapareció, y que sigue atrayendo a propios y extraños.