‘Los de Bilbao nacen donde...’
María Larrea ha escrito una novela impactante, su íntima verdad: relata las tremendas historias de sus padres y también la suya, que es la del desvelamiento –a sus 27 años– del secreto de su insospechado nacimiento en el oscuro Bilbao de 1979. Por eso está tan bien elegido el título del libro: Los de Bilbao nacen donde quieren (AlianzaLit). De vocación cineasta, Larrea se arrancó a escribir para contarse. Ha demostrado ser una gran narradora. Aspecto frágil, ojos verdes acuosos, conversación ágil, es una mujer de gran sensibilidad, es una novelista. En su historia vuelve a confirmarse una vez más que la literatura interviene en la realidad con el poder de curarla, que realidad y ficción son dos formas de una sola sustancia. Todos somos una novela con piernas y en movimiento.
Los de Bilbao... nacen donde quieren?
Eso repetía mi padre.
¿Era él de Bilbao?
Sí, y yo misma nací en Bilbao. Y así he titulado mi novela.
¿De qué habla su novela?
De mis padres. Cómo tres huérfanos españoles constituyen una familia en París.
¿Tres huérfanos, me dice?
Sí. Mi padre, mi madre y yo.
No entiendo, cuénteme...
Yo lo descubrí a los 27 años. Un shock.
¿Qué pasó, María?
En París, en el bistrot que frecuenta Jodorowsky, me senté ante una tarotóloga...
¿Una tarotóloga? ¿Con qué fin?
Me obsesiona la belleza de las cartas del Tarot. Pregunté: “¿Por qué deseo actuar siempre en las películas que dirijo?”. Me respondió: “Buscas que te encuentren”.
¿Y eso? ¿No precisó un poco más?
Sí. “Tu padre... ¿es tu padre? Tu madre te oculta un secreto de tu nacimiento”.
¡Ostras! ¿Qué sintió usted entonces?
Necesidad de preguntar a mi madre, y lo hice: “¿De quién soy hija?”, le espeté.
¿Y qué le respondió su madre?
“Tú eres hija de nadie”, dijo sin pensar... como si esperase esta pregunta algún día.
¡Hija de nadie!
Yo me dedicaba al cine, a contar historias... ¡y desconocía la historia: mi historia. Qué sacudida. Arranqué a escribir.
¿A escribir sobre sus orígenes?
Confirmé que mis padres, Victoria y Julián, me habían adoptado en Bilbao, en 1979, y que nos trasladamos a vivir a París.
Y, claro, necesitó saber más y más...
Todo adoptado siente un instinto de búsqueda de su origen, desde luego. Y así supe de la orfandad de Victoria y Julián.
¿Los dos? ¿Abandonados al nacer?
Así es. Victoria, en Galicia: su madre le abandonó en un convento de monjas. Y Julián, en Bilbao: su madre le abandonó en un convento de jesuitas.
Qué cosas... ¿Y cómo eran ellos?
Muy sencillos. Mi madre era buenísima. Y mi padre daba miedo.
¿Miedo, por qué?
Era guardián: un ogro con boina. Vigilaba el Teatro de la Música en París. Vivíamos allí, casi escondidos. Un día, yo tenía diez años, me ordenó: “¡No seas nunca actriz!”.
¿Y por qué no?
Hoy lo entiendo: temía que si me mostraba al público... alguien me reconociese. ¡Mi padre se sentía ladrón de una niña!
¿Ladrones de usted, sus padres?
Me adoptaron ilegalmente, pagando a un ginecólogo... Emigrar a París les daba distancia y, claro, seguridad. ¡Y buscaron crear la familia que ninguno había tenido!
¿Cómo crecieron ellos y se conocieron?
Mi padre, de adolescente, se fue de putas a un barrio de Bilbao... y vio a su propia madre ejercer la prostitución. Eso le llevó al alcoholismo, el tabaquismo, la rudeza...
No me extraña... ¿Vive su padre?
Murió tras nacer mi segundo hijo. Mi madre sí vive. A sus diez años, su madre la sacó del convento... para cuidar de los otros diez hijos que tuvo. Su padre abusó sexualmente de ella. No la preñó de milagro.
Qué espanto, qué historia terrible.
La belleza de Victoria aún impacta, a sus setenta años: ojos verdes... Limpió casas. En un bar de Ferrol conoció a un chico que se embarcaba: Julián. Se enamoraron. Intentaron tener hijos, no hubo manera...
¡Ajá! Y se compraron una hija: usted.
Nací de una joven de familia burguesa donostiarra: me abandonó. Me amamantó en la clínica otra mujer: madre de leche.
¡Tiene usted tres madres, pues!
Pues sí: Victoria; la de leche; y la biológica. De Victoria aprendí a ver con entusiasmo la vida, a verla como un gran juego...
¿Y ha conocido a sus otras madres?
Sí. Y la de leche me dijo: “¡Llevo toda la vida esperándote!”. Y a la biológica le agradezco sinceramente que me pariese.
¿No la considera culpable de nada?
¡No, no puedo reprocharle nada! Entiendo cuál fue su difícil situación. Y me alegra haber culminado ya estos quince años de búsqueda. ¡Esto me ha regalado dos hermanastras... y sobrinos estupendos!
¿No guarda rencor, seguro, seguro?
¡Seguro! Aunque todo niño abandonado... siente dentro la herida del abandono. Se trata de cuidarla. Y de convivir con ella.
¿Sabe algo de su padre biológico?
No. Ni mi madre biológica lo sabe, elegante mujer donostiarra: “Fue una noche loca de 1979...”, me ha contado. ¿Qué importa?
Dígame qué le importa de verdad.
Sentirme así, ligera como un pájaro que alza el vuelo. ¡Soy libre! Me he librado de ataduras y de una deuda misteriosa.
La veo serena, es verdad.
Y me maravilla publicar este libro en mi país natal... y con mi rostro en portada: ¡ya he dejado de ser clandestina, papá!