Alma anfibia
“Eres una parte integrante del mundo que te rodea; tu vida es un hilo esencial entretejido en tu planeta vivo”, escribe para recordarnos que no estamos separados de la increíble inteligencia biológica que nos rodea. Hijo de padres que conocían íntimamente el mar, pasó su niñez sumergido en un bosque submarino de algas en False Bay, cerca de Ciudad del Cabo. Después de recorrer el mundo en busca de lo salvaje, realizando documentales durante más de 25 años, volvió a casa, a vivir inmerso en su bosque submarino lleno de todo tipo de criaturas. De ahí nació un documental que emocionó a todo el mundo: Lo que el pulpo me enseñó, Oscar al Mejor Documental en el 2021, una conmovedora historia de su amistad con un cefalópodo; y allí también se gestó su maravilloso libro Alma anfibia (geoPlaneta) en el que comparte sus experiencias.
¿Es usted un ser anfibio?
Tras 25 años viajando y haciendo reportajes de naturaleza, decidí volver a casa.
En False Bay, cerca de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica.
Desde hace 12 años, cada día buceo en el gran bosque marino africano. Sí, soy un ser anfibio: vivo parte de mi tiempo en el mar y parte en tierra, y lo que he aprendido es que lo más valioso con lo que podemos encontrarnos es la diversidad biológica.
Plantas, animales, bacterias...
Sí, todos los ecosistemas y memorias evolutivas que tienen millones de años de antigüedad, todo eso que conforma nuestro sistema de soporte vital.
Usted defiende que en nosotros anida un ser salvaje.
Nuestro cerebro está dividido entre el ser salvaje que fuimos, una memoria muy muy antigua que sabe cómo vivir en reciprocidad con la naturaleza, y una parte domesticada que disfruta de todas las comodidades de la vida moderna.
¿Son compatibles?
Nuestra alma anhela la conexión con lo natural, pero como especie hemos abrazado de manera abrumadora la domesticación y el confort, que, más que nutrirnos, nos anestesian. Muchos de los problemas mentales que hoy padecemos se deben a la falta de equilibrio entre ambas partes.
Cuénteme qué ha vivido.
He vivido grandes aventuras, he seguido hasta su guarida submarina a un cocodrilo del Nilo de 4,3 metros, he sentido el aliento de un gran felino dispuesto a atacarme y me he enfrentado, buceando, a una inmensa pared de agua, todo eso en busca de lo salvaje.
¿Lo encontró?
No, porque yo no quería ser un observador, sino sentirme parte de esa inteligencia biológica, quería despertar en mí lo que pude observar haciendo documentales de tribus que viven en la naturaleza en Namibia, en Sudáfrica y en Botsuana, donde filmé a los maestros del rastreo de la tribu San.
Últimos cazadores de jirafas con flechas envenenadas.
Todos ellos tenían una gran destreza siguiendo los rastros de los animales, pero también podían sentir las sensaciones físicas del animal en sus cuerpos.
¿Cree qué eso es posible?
Los pueblos indígenas tienen estas capacidades increíbles que nosotros hemos perdido, no es algo sobrenatural, sino que forma parte de nuestro repertorio ancestral.
Acabó con una malaria cerebral.
Estuve meses en el hospital. Sufrí mucho e intuí que el océano era un lugar magnífico para sanarme. Volví al reino de mi infancia para aprender el lenguaje más antiguo del mundo: el rastreo, que te permite tener un diálogo profundo con el sistema natural.
¿Y cómo lo aprendió?
Copié a los San, empecé por ejemplo a observar durante años a las lapas y ver cómo fertilizan y cultivan pequeños jardines, cómo interactúan con el resto de especies. Ahora, hablo el idioma de estos pequeños moluscos.
Y de otras criaturas en ese ecosistema.
A partir de conocer los aspectos más íntimos del mundo natural, empecé a sentir que estaba conectado con esa parte salvaje en mi interior y que anida en el interior de todos.
Huyó del mundo de las prisas.
Había pasado demasiado tiempo encerrado editando películas, estaba quemado, y el océano para mí, desde muy pequeño, ha tenido un elemento sanador, aquel entorno acuático era mi casa; y sabía que tardaría 30 años en dominar ese idioma del rastreo.
¿Qué tipo de relación tiene con las criaturas que observa?
Estoy muy calmado y me puedo acercar mucho sin que se sientan amenazados. Ellos me muestran su forma de vivir y, cuanto más los conozco, más cambia mi psique y más siento que pertenezco a ese ecosistema.
Cuénteme su amistad con el pulpo.
Era una hembra, nos vimos a diario durante un año, son criaturas con la inteligencia de un perro. Le gustaba el contacto táctil (yo no llevo neopreno), y me utilizaba en sus estrategias de caza y como barrera ante sus depredadores. El pulpo, y también los tiburones, me enseñaron a moverme.
Le dieron un Oscar por ese documental: Lo que el pulpo me enseñó.
Todo lo que despertó aquella amistad fue una gran sorpresa y una esperanza.
¿Qué sabe?
Que necesitamos trabajar en estrecha relación con la naturaleza, debe estar sentada en todos los consejos de administración porque es la principal accionista de cada gobierno, empresa, hogar u operación militar.
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Tenemos 3 millones de años de conocimiento sobre cómo trabajar junto a la naturaleza, es lo que siempre hemos hecho, lo hemos olvidado en la última fracción de tiempo de nuestra existencia.