“Me convierto en parte del agua, fluyo con el movimiento, soy mar”
Tengo 43 años. Nací en la isla de Honshu, Japón, y vivo a una hora de Tokio, en la costa. Vivo sola. Estudié cine documental. Con mi trabajo como mensajera del mar quiero transmitir que somos parte de este planeta y no sus dueños. Soy sintoísta, creo que el espíritu está en todo y que todos somos iguales. (Foto: Pau Venteo / Shooting)
Un mamífero marino más
Se define como una mensajera subacuática, y verla moverse en apnea entre tiburones, ballenas, delfines o lobos marinos te hace percibirla como una más en el mundo de los seres marinos. Sus fotografías se han expuesto por todo el mundo y ha participado en diversos reportajes en los que la podemos ver en acción. La fotógrafa Isabel Muñoz ha sabido captar su singular fluir por los océanos. Lo que ella persigue es la conexión entre el agua y los humanos, a los que sitúa en relación horizontal con el resto de seres con los que comparten territorio. Es embajadora del océano para el Ministerio de Medio Ambiente de Japón y tiene dos récords Guinness: la primera mujer en bucear cien metros con aletas sin respirar y el primer ser humano que buceó noventa metros sin aletas. Ha participado en el festival de literatura Kosmopolis (CCCB).
Bucear es volver al inicio, cuando todo era océano.
Y lo sigue siendo.
Sin esa agua de mar que circula por la tierra a través de la lluvia, el oxígeno, la comida, la vegetación, nuestros cuerpos... no existiríamos. Lo que cambia es la forma, pero sigue siendo océano, todos estamos conectados y todos somos familia.
Una verdad poética.
El medio ambiente no está afuera, somos nosotros, eso hay que entenderlo.
¿Cuándo lo entendió usted?
Aprendí a nadar a los 3 años, ¡me encantaba! A los 21 años pasé una depresión, más de un mes encerrada en mi cuarto hasta que tuve la intuición de que debía volver al mar.
¿Fue una cosa paulatina o radical?
Radical. Me fui a Honduras e hice un curso de submarinismo. En cuanto me sumergí en el mar tuve clarísimo que ese era mi lugar, pero las botellas, las burbujas, el ruido al respirar me aislaban del resto de los seres, así que empecé a descender en apnea, y así encontré la luz en el fondo del mar.
Explíquemelo.
Con un poco de entrenamiento, podía suspender voluntariamente mi respiración y aguantar seis minutos bajo el agua, dejándome llevar. Sin gravedad, sin miedo y libre, solo la belleza del agua y vidas amigas.
Tiene dos récords mundiales de apnea.
Fui la primera mujer del mundo en bucear cien metros con aletas sin respirar y el primer ser humano que buceó noventa metros sin aletas. Quería enviar al mundo un mensaje de coexistencia con los mamíferos marinos y la vida acuática. Esos récords me ayudaron a tener voz.
Lo suyo es un don.
Todos podemos estar seis minutos bajo el agua sin respirar, no soy especial. Creemos que no podemos aguantar, pero sí podemos, es la mente la que cierra esa posibilidad.
...
Los humanos poseemos el llamado reflejo de inmersión. Cuando metemos la cara bajo el agua el ritmo cardíaco se ralentiza, los vasos sanguíneos se estrechan y el bazo se contrae; dichas reacciones nos ayudan a ahorrar energía cuando el nivel de oxígeno es bajo.
¿La mente no nos deja aguantar?
Así es, hay que dejar la mente en tierra. En la naturaleza, si piensas y actúas ya vas tarde. Cualquier cosa que ocurre emite una señal, pero es tan sutil que si estás pensando no puedes percibirla. Además, la mente utiliza del 20% al 30% del oxígeno del cuerpo, no te puedes permitir pensar mientras buceas.
Sería, además, un desperdicio.
Si quieres estar más tiempo bajo el agua, relájate. Y para comunicarte con los animales no necesitas la mente sino el corazón, esa es mi experiencia. Los animales te hablan pero tú tienes que estar abierta.
¿Practica usted meditación?
Cuando me meto en el agua mi cerebro, mi actitud y mi cuerpo cambian. La meditación la puedes hacer en cualquier sitio y circunstancia, depende de la concentración.
El 60% de nuestro cuerpo es agua.
Antes de nacer estamos en el océano materno, somos el 80% agua.
La he visto en una foto cara a cara con un tiburón gigante.
En el agua la vibración viaja cuatro veces más rápido que en tierra, antes de que yo perciba que tengo miedo ellos ya lo han sentido. Y los tiburones no comen por gusto sino porque necesitan energía. Antes de comer hacen un movimiento circular, suben y bajan.
Cuando ve ese movimiento, ¿escapa?
Sí, pero también pienso que si ellos me quieren comer lo harán antes de que yo me dé cuenta; pero para ellos, con tantos animales alrededor, no soy una extraña, soy una más.
Le he visto de la mano de un cocodrilo.
En Cuba, estuve dos semanas en el mismo lugar, sabían de mi presencia. Ese día primero le acaricié la cola y no hizo nada, entonces le di un masaje debajo de las patas traseras y delanteras, se quedó superrelajado y le cogí de la patita.
Es sorprendente.
Tanto cocodrilos como ballenas si no se sienten cómodos no se me acercan, de hecho para que yo pueda estar con ellos deben venir a mí y reducir su velocidad.
Debe de ser maravilloso.
Las ballenas son como chamanes sabios, los delfines se comportan como adolescentes, se te acercan por un costado, los lobos marinos son como perritos, siempre quieren jugar.
¿Y qué le dicen las ballenas?
Cuando te miran ven dentro de ti, perciben tu estado emocional, y lo que me dicen es que hay que ser honesta.
¿Qué siente al interactuar con los animales marinos?
Que estamos conectados. Yo soy una más, me dejo llevar, me convierto en parte del agua, fluyo con el movimiento, no intento nadar a contracorriente, soy mar. Y de lejos, el animal más peligroso, en tierra o en el mar, es el humano.