Cambiar el mundo
En la década de los sesenta, como tantos otros jóvenes, Vonnegut estaba desencantado y asustado de la sociedad en la que vivía. La injusticia, la guerra, el hambre en el mundo, la violencia policial parecían tan imparables que muchos decidieron apartarse del mundo y crear comunas donde reinaran valores como la solidaridad, la paz y la autosuficiencia. Con sinceridad escribió hace más de cincuenta años la crónica en primera persona de aquellos años, Expreso al paraíso, memoria de una locura (Libros del Kultrum). A los 75 años revisa aquella vida, cómo un joven licenciado en Teología montó una comuna y cómo acabó en un psiquiátrico antes de convertirse en el pediatra que es hoy. “No éramos unos colgados, excéntricos, egoístas, cobardes y quejicas, ni los niñatos asilvestrados que se presentan en las películas y en los documentales”.
Fue usted un joven de cuidado.
Era un hippy. Fue una época muy interesante. Me licencié en Teología luciendo una melena que me llegaba hasta la mitad de la espalda y una barba más que poblada.
Y luego montó una comuna.
En los sesenta las figuras de autoridad y estructuras se desmoronaron por la guerra de Vietnam, la pobreza y el racismo. Los jóvenes sentimos que debíamos coger las riendas para resolver los problemas. Y no es justo.
¿El qué?
No es justo que los problemas del mundo cayeran sobre la espalda de veinteañeros, y considero que realizamos bastantes cosas útiles, pero las comunas no eran una manera realista de vivir.
Visto con perspectiva.
Por supuesto, en aquel momento abandonar la sociedad perturbada y fundar una comuna autosuficiente parecía la cosa más juiciosa, noble y valiente que podía hacerse.
¿Cómo era su comuna?
Encontramos 60 acres en las montañas, no había carreteras ni electricidad, construimos una casa, cosechamos, plantamos árboles y vivimos muy sencillamente. Fue algo muy entusiasmante.
¿No debía de ser fácil lidiar con los demás?
No, y no teníamos a nadie a quien culpar salvo a las corporaciones, las mismas que hoy se están cargando el planeta. Pero aprendimos mucha humildad, teníamos que tratar a la gente que caía enferma o se accidentaba, tuve suerte de que no pasara nada grave.
¿Funcionaba bien el amor libre?
A los 20 años buscas tu propia identidad, había jóvenes monógamos y otros que intentaron adentrarse en caminos nuevos. En mi caso mi novia me dejó y fue durísimo.
Les acusaban de ser unos burgueses asilvestrados.
Burgueses era precisamente lo que no queríamos ser, y tampoco éramos unos colgados, simplemente decíamos no a aquella locura de mundo. Me alegra haber estado allí.
Se ponían morados de drogas.
Ahora somos conscientes de los problemas que causan las drogas en la salud, pero entonces no lo sabíamos, no lo sabía nadie, lo aprendimos por el camino duro. Pero en mi comuna apenas se consumían.
¿Se debe a que usted era teólogo?
Buscábamos el sentido y la espiritualidad que el mundo había perdido. Mataron a tiros a John F. Kennedy y Bobby Kennedy, a Martin Luther King, gente razonable y pacífica que quería un cambio esperanzador. Llegamos a creer que ocurriría el Apocalipsis.
¿Cuándo empezó a oír voces?
Al año de estar en la comuna, mientras podaba árboles frutales, les oí darme las gracias, y creía que yo era el hijo de Dios y que estaba negociando con él el fin del mundo.
¿Eso lo cambió todo?
Los hippies argüíamos que la esquizofrenia era una respuesta cuerda a una sociedad demente, pero aquellos seis meses gravemente enfermo en un hospital lo cuestionaron todo.
¿Cómo salió de la locura?
Me dieron electroshocks, un tratamiento que hoy parece una barbaridad, pero que en mi caso funcionó.
Decidió estudiar medicina en Harvard.
Como muchos hippies, cuando vimos que el mundo no se había acabado, debíamos decidir qué hacer con nuestra vida. Yo pensé que lo más útil sería ser médico.
¿A qué conclusiones ha llegado?
Nuestros valores contra la guerra, el racismo y una distribución de la riqueza justa me siguen pareciendo buenos, pero éramos demasiado jóvenes y vulnerables a los malos consejos, creíamos que sabíamos mucho cuando en realidad sabíamos poquísimo.
¿Qué pasó con su comuna?
Volvimos al mundo, pero yo estoy orgulloso de nuestras intenciones y resiliencia. Fue una época muy compleja, la policía era terriblemente represora, y Vietnam, un desastre.
¿Qué le ha enseñado la vida?
A ser más humilde, a asumir que no soy el responsable de todo, pero que tengo que hacerlo siempre lo mejor posible. Me encanta ser pediatra y tener niños a mi alrededor.
Ha vivido un siglo muy convulso.
Creo que hay pocas personas malas, sin ningún tipo de empatía, el problema es que tienen pocos escrúpulos y mucho poder. Algo que me gusta de la pediatría es comprobar que todo padre o madre intenta ser el mejor padre o madre posible, y eso me hace creer en la redención del ser humano. Queremos ser mejores de lo que somos.
¿Con poco éxito?
El poder y el dinero son fuerzas destructivas, lo fueron en los sesenta y lo siguen siendo ahora.
¿Sigue usted siendo un hippy?
En mi corazón sí, muchas buenas ideas todavía vigentes nacieron ahí, y también algunas horrorosas como el consumo de drogas. Pese a ello, a mí me gustaría que nadie tuviera miedo de las ideas novedosas.