“Una fotografía puede salvar una vida”
Tengo 62 años. Soy un barcelonés nacido en Madrid. Padre soltero, tengo un hijo de 10 años, Leo, como Da Vinci. Llevo 26 años fotografiando conflictos y convirtiendo en protagonistas a quienes nunca lo son. Publico ‘La memoria del olvido’ (Blume) para conmemorar los 50 años de la fundación de MSF
Retratar la luz de la oscuridad
Periodista vocacional, de los que de niño devoraba el telediario, Juan Carlos Tomasi -aquí fotografiado por Xavier Cervera- ha seguido la estela de aquellos intrépidos corresponsales que nos traían noticias en blanco y negro de los remotos Vietnam o Angola. Desde que aterrizó en Ruanda en 1996, ha perdido la cuenta de los conflictos armados que ha cubierto hasta la fecha. Pero la experiencia no le ha encallecido: durante la entrevista no puede reprimir el llanto al rememorar a mujeres captadas con su cámara, cuyas vidas han quedado truncadas, a veces sin remedio, como cuenta en el libro que recoge su trayectoria junto a Médicos Sin Fronteras. Algunas imágenes son sobrecogedoras, testimonio de momentos oscuros de la historia contemporánea, pero necesarias. Pese al sufrimiento, confiesa que repetiría la experiencia. Sin dudarlo.
Cómo un fotoperiodista deportivo decide irse a cubrir conflictos por el mundo?
Un día hace 26 años, un amigo, Rafael Vila-Sanjuán, me dijo: “¿Tienes el pasaporte en regla? ¿Te puedes ir esta tarde a Ruanda?”.
¿Y usted qué le contestó?
“Pues vámonos”. No dudé ni un instante.
¿Sin miedos?
Con diez años veía los telediarios: Vietnam, Angola... Siempre había soñado estar ahí.
¿Por qué se hizo fotoperiodista?
Porque soy tartamudo. Lo que me gustaba era la radio y la tele, pero como no podía alcanzarlas opté por la imagen.
¿Entre los escritores que han puesto palabras a sus imágenes con quién se quedaría?
Con Mario Vargas Llosa en el Congo. Estuvimos un mes juntos. Es un hombre brillante, capaz, divertido, puedes reírte y compartir una botella de vino con él cada día.
¿Qué opina de la mítica foto del miliciano caído de Capa?
Cuando estás en el frente, en las trincheras, es muy difícil hacer una foto hacia atrás, casi imposible girarte y, en un instante, encuadrar, tirar y que el miliciano se te caiga a tiempo.
Entonces, ¿podemos creer sus fotos?
Los periodistas tenemos que ser honestos, es la honestidad la que nos granjea la confianza del lector. No tiene objeto que retoque una imagen si lo que pretendo es narrar una emoción. Es lo primero que me enseñó mi padre, Tomás, que era portero: a ser honesto.
¿Qué lleva en su mochila?
Unos auriculares, un iPad, un iPhone y algún libro, novela negra habitualmente; ahora mismo uno sobre la guerra de Argelia. La lectura me permite evadirme. Y un Tintín.
¡Cómo no!
Sí, pero es un mito. Tintín es pura aventura, lo que no encuentras cuando ejerces. La profesión de reportero en realidad está más cerca del psicólogo porque se trata de entender el para qué: ¿para qué nos hemos de matar?
Difícil explicarse el horror.
Sabes que cuando te des la vuelta y tú no estés, ellos van a empezar a matarse.
¿Se ha vuelto usted escéptico?
Has de ser capaz de reinventar la esperanza.
¿Se ha encontrado cara a cara con el rostro del mal?
Intento mostrar el mal sin mostrarlo. Solo fotografío personas muertas cuando debo denunciar algo. Cuando he visto brutalidad.
¿Les tienta el morbo a menudo?
Ante todo debemos ser dignos y respetuosos. La gente a la que fotografiamos nos da su historia, su vida. Para inmiscuirte en la vida de alguien tienes que tener algo muy importante que decir.
¿Y ese alguien sabe que es su protagonista?
Sí, el código ético de MSF nos obliga a contar con la autorización de cada persona de la que contamos su historia.
¿Alguien ha puesto reparos a su cámara?
En 26 años los puedo contar con los dedos de una mano, porque son olvidados y nuestro trabajo les hace importantes.
¿De todas sus fotografías cuál le ha conmovido más?
He visto demasiadas cosas. Pero el amor nunca deja de impresionarme. Recuerdo a una anciana en Bogotá, lo había perdido todo, vivía en un barrio de medio millón de desplazados por la guerra. Pero solo echaba de menos una cosa: que sus hijos la llevaran a tomar un helado.
¿Y esos momentos son gratificantes?
Siempre, pero en general, esta profesión tiene una carga negativa acumulativa.
¿Le pasa factura?
Sí, a nivel mental. Se sufre ansiedad y mucho estrés, pero compensa.
También tiene una misión.
Mi trabajo es estar allí, ver, escuchar, y testimoniar. Médicos Sin Fronteras fue fundada por sanitarios, pero también por periodistas y algo que es fundamental en su actuación es la conciencia de que una palabra o una foto puede salvar una vida. Y un silencio puede matar a muchos.
¿Informador o artista?
Tengo pasión por el reflejo de la vida. Retratar la luz de la oscuridad. Me puedo jugar la vida pero ello me regenera. Mi trabajo en MSF es testimonio y denuncia.
¿Su futuro?
Me siento satisfecho, he visto crecer a mi hijo pero tengo un reportaje pendiente: retratar el cambio climático. Es nuestra espada de Damocles, me temo que Leo verá el Prat convertido en un aeropuerto solo para hidroaviones.
¿Es el próximo frente de batalla?
Todo nuestro mundo puede explotar. Llegará un momento en el que se desatará una guerra norte-sur.
¿Por qué?
Por el agua. Muchos sufrirán sus consecuencias y correrán el riesgo de quedar en el olvido. Yo estaré allí para retratarlos.