“Un héroe es todo aquel que logra no deshumanizarse”
‘El heredero’
A Rafael Tarradas le escandaliza que muchos adolescentes de hoy no sepan casi nada de Franco ni de la Guerra Civil. “Hoy no hay excusa para no estar informado: ¡basta de borreguismo!”, proclama. Y aporta lo que está en su mano: hilvana historias familiares y testimonios bien documentados para urdir El heredero (Espasa), novela vibrante en la que un puñado de personajes muy bien perfilados nos transportan con sus peripecias trágicas y sentimentales a la Barcelona y al Madrid que discurren entre los años 1910 y 1940. Lector de las novelas del gran José María Gironella o La enfermera de Brunete , de Manuel Maristany, ahora Rafael Tarradas nos pinta un gran fresco familiar de abismos y amoríos, y peripecias reconocibles.
Un tío suyo fue Álvaro Bultó.
Mi tío Álvaro era paracaidista extremo, deportista de riesgo, esquí náutico... Falleció en un salto con traje de alas.
¿Qué recuerdos guarda de él?
Nos encantaba esquiar, pasábamos las Navidades juntos en Val d’Aran, en casa de otra tía mía: eran diez hermanos.
¿Tenían más cosas en común?
El disfrute del momento, pero yo no soy tan competitivo como él y otros tíos y primos míos: Sete Gibernau, Mike Arpa, Daniel...
Motoristas todos, ¿no?
El gusto por las motos nos viene del abuelo, Paco Bultó Marqués, que competía en carreras de motos a escondidas de sus padres.
¿Se lo prohibían?
Sí: su familia tenía fábricas textiles y viñedos, en el Garraf, pero él adoraba las motos.
¿De qué época hablamos?
Del año 1930: tenía 18 años y corría con el pseudónimo de Patek. Luego crearía la marca Bultaco (Bultó+Paco), y antes Montesa: la primera moto la fabricó en el manso Sant Antoni, en Cunit, la masía familiar.
¿Aún existe?
Allí he vivido encuentros familiares, con un montón de tíos y primos, desde niños.
¿Y eso marca?
O espabilas ¡o no te ven! Si quieres existir te toca encontrar tus propios recursos.
¿Y qué aprendió?
Nada más importante que saber relacionarte: enseñemos a los niños a saber qué decir y cómo decirlo a cada persona. Es el éxito.
¿Le enseñaron eso sus padres?
De niño me enviaban de campamentos por media Europa, con chavales de todo tipo.
¿Y qué quería ser usted de mayor?
No empresario: si algo va mal, la primera casa que hay que vender es la tuya. Quise hacer algo creativo, abrí horizontes en Madrid y allí trabajo en una agencia de comunicación.
Y ahora ha escrito una novela.
Una noche en mi cabañita me arranqué a escribir algunas historias de mi familia.
¿Qué cabañita?
Madrid es intenso, y para respirar me compré una caseta en el campo. Voy los viernes y cavo la tierra, leo con la luz de dos velas, y en el ordenador, con batería escribo.
¿Y qué historias familiares cuenta?
Isidro Marqués, tío materno de Paco Bultó y hereu de los Marqués, murió en 1910 dejando un hijo natural. Se contaba en casa. Josefa, costurera de la masía, madre del bebé, muere en el parto: al pequeño lo crían las monjas del orfanato de Vilanova i la Geltrú.
Un buen arranque para una ficción.
Pero real. Y con la Guerra Civil, el veinteañero Antonio Campo (usa su apellido materno) se une a la columna Durruti, hacia Madrid.
¿Y sabía él que era hijo del hereu ?
Sí, y se cruzará con su primo Bultó y... Bueno, sólo le desvelaré que se alinea con los desfavorecidos: ¡es el héroe de mi historia!
¿Muy ficcionada?
Entrelazo realidad y ficción, personajes reales y otros con nombres cambiados. En Madrid, Antonio sobrevive y se empareja con la madame de una casa de tolerancia.
¿Qué ha querido contarnos?
Historias de amor: la de Isidro y Josefa, pasional y secreta; la de mis abuelos, convencional y formal. Y, también, relato historias de amor a unos ideales.
¿Qué ideales?
Los anarquistas y los falangistas, que moverán a luchar a los unos y a los otros. Ya en plena lucha, emergerán los malvados en ambos bandos, que roban y matan por sadismo o por interés personal y también los bondadosos, que por ayudar a otro se la juegan.
¿Cómo vivieron sus abuelos la Guerra Civil?
La familia de mi abuela, los Sagnier, huyen por Bourg-madame hasta San Remo. Mi abuelo Bultó se pasa al bando nacional. A sus padres no les matan los anarquistas, en la masía, porque los masoveros les defienden.
¿Y una vez acabada la guerra, qué?
Mi abuelo, vencedor, se casa con mi abuela.
¿Qué le contaron de la Guerra Civil sus padres?
Mi abuelo Tarradas y mi padre, republicanos, no hablaban de eso. Mi abuelo Bultó decía que “si mi general dice que la guerra ha terminado, ¡ha terminado!”, y por eso empleaba a exrepublicanos en sus fábricas.
¿Con qué mirada ha relatado la guerra?
Con la del que mira un fracaso, una tragedia: con tristeza. Elegir trinchera es simplón, absurdo: yo relato crueldades dantescas y heroicidades admirables, unas y otras protagonizadas por personas de ambos bandos.
Y así fue, segurísimo.
En una situación extrema, emerge el yo profundo de tu persona, mucho más poderoso que tu ideología, la que sea. Y a mí me interesan los motivos personales como motor.
¿Cómo acaba Antonio, su héroe?
Desencantado con unos y con otros, elige la humanidad. La guerra sólo prospera cuándo has deshumanizado al otro. Y un héroe es aquel que logra no deshumanizarse, el que sigue sabiendo qué está bien y qué está mal.