‘De la melancolia’
Esta mujer fue la ganadora más joven de la historia del premio Planeta, con 25 años (en 1999). Veinte años después, es abrumador consultar en internet la obra de Espido Freire: once novelas, un centenar de cuentos, ocho ensayos, antologías, libros infantiles y juveniles, poemarios, traducciones... ¡Diríase la obra de una septuagenaria! “Sí, he trabajado... demasiado”, me confiesa, arrepentida de haber pugnado tanto por dibujar una autoimagen satisfactoria. Su poliedro cuenta con más facetas: comunicadora, profesora, modelo y actriz (espidofreire.com): la conocí interpretando un fragmento de Mary Shelley junto a Fernando Marías... Y ahora relata la tristeza y el amor en su novela De la melancolía (Planeta).
A qué dedica su tiempo libre?
A leer, leer... ¡Qué sosita soy!
¿Seguro?
Fui esa niña que lee estirada en la cama con colcha de damasco blanco. Oscurece... Mi madre me reprocha que lea con tan poca luz.
¿Qué lee esa niña?
Clásicos del siglo XIX, todo Jane Austen, y también las hermanas Brontë.
¿Se ha escapado usted de esas páginas?
De Jane Austen aprendí el valor de la propia identidad, a no fundirme en el otro... ¡El recelo al matrimonio, vamos!
¿Es reacia a lo romántico?
Jane Austen es antirromántica. Y las Brontë son románticas. Mi corazón está dividido, pues. Y a los nueve añitos, yo ya escribía...
Qué precocidad.
Publiqué mi primera novela con 16 años, Irlanda , muy marcada por Turguénev, Poe, Flaubert, Vernon Lee...
Estaba clara su vocación.
Pero se cruzó la música... Con once añitos me hicieron una prueba, y resulté ser una buena soprano ligera. Y a los 14 años estaba ya de gira operística con Josep Carreras.
¿Cantaba lírica con Carreras?
Sí, estaba en el coro. Interpretaba a mujeres locas y suicidas. Acabé fatal...
¿Qué pasó?
Viajaba sin padres, era dócil, obedecía a los mayores... y caí en contradicciones íntimas.
¿Puede hablar más claro?
Queriendo progresar por méritos propios... me aconsejaban usar astucias, zancadillas...
¿Con insinuaciones sexuales, también?
No, no fue ése el caso.
Acusan hoy de eso a Plácido Domingo...
Y no me desentona con el entorno que conocí: son relaciones de poder tan desiguales...
¿Qué tal con Josep Carreras?
¡Un caballero, siempre! Y valiente: dio la cara en su tremenda enfermedad. Es un ejemplo de determinación y de disciplina.
Me adelantaba que acabó usted fatal...
Por esas contradicciones y porque me exigí ser la mejor... ¡en todo! En lo que hiciese: canto, escritura... Y me invadió el vacío.
Descríbame ese vacío.
Ansiedad, pensamientos negros... Y compensé ese vacío oscuro con la comida: comía, vomitaba, comía...
Bulimia.
Y también anorexia y... todos los trastornos de la conducta alimentaria, en resumen. Y, de hecho, estaba sumida en una depresión.
¡Pero ganó usted el premio Planeta con 25 añitos! ¿No le subió la moral?
No. Aquello me empeoró.
¿Por qué?
¡Me empeñé en demostrar que lo merecía! Me esforcé, y trabajé más y más... “Puedo más”, me decía. Quise disipar sospechas. Y todo esfuerzo era poco, todo logro era poco.
¿Cómo salió de ese bucle destructivo?
¡Fue difícil! Como mujer, me forzaba a ser más brillante que cualquier hombre. Hoy sé que cualquier mujer tiene derecho a ser tan mediocre como cualquier hombre.
¿Quién la ayudó a ver la luz?
Le medicación, primero. Y la psicoterapia de grupo, enseguida: ahí escuchas a otro y te ves reflejada, y le ayudas a él a relativizar lo suyo... ¡y así aprendes a relativizar lo tuyo!
Le felicito, le veo la mar de bien.
En otros es natural estar bien. Pero en mí es pura determinación: ¡no volveré a hundir mi cabeza en ese lugar oscuro, húmedo y frío, no quiero! La depresión es una hiedra: arraiga sus patitas en la pared y lo infesta ¡todo!
Le sigo en Instagram: veo que se hace muchas fotos bien posadas.
¡Sí! Es una militancia mía: soy escritora y tengo un cuerpo.
¿Necesita demostrar algo?
Expongo el dilema de la mujer occidental: si tengo voz propia, ¿puedo ser mirada? Si tengo imagen, ¿callo? ¿O puedo usarla? Como cantante no tenía voz propia, sí cuerpo; como escritora, tengo voz propia... y ¿cuerpo? ¡Sí! Soy una imagen... y de marca, también.
Ya me ha convencido.
Ignoro a los que dictaminan qué puede hacerse y qué no puede hacerse. Visto mis galas y lleno el espacio público en vez de otro.
Cuénteme una foto de las suyas.
Estoy monísima ante el lineal de un súper, colapsada ante la diversidad de latas. Refleja una verdad: ¡yo fui incapaz de tomar decisiones! Y añado al pie: “De esto se sale”.
¿Qué ha aprendido que no querría olvidar nunca?
Que es suficiente, simplemente, con... ¡ser!
¿Qué encontrará un lector en su libro?
Leer un libro es siempre mirarte en un espejo. Y este espejo es... nítido.
Señale alguno de los asuntos que trate.
Que lo bonito de un cuerpo ¡es que cambia! Ni vello, ni pecho, ni regla son feos. Y acompañar todos esos cambios es lo interesante.
¿Qué es el mal?
Utilizar al otro como medio. El caso es que vivimos al borde la oscuridad.
¿Elegiría usted ser otra?
No puedo responder, pues no sé qué infierno oculta la aparente felicidad del otro.