“Vivimos una época que se pregunta por sus límites”
Tengo 46 años: me encanta ver a los jóvenes cambiar y no saber hasta donde llegarán. Tengo gemelos. ¿ Ideología? ¿Política? Estoy en los márgenes. Nací en Barcelona, hoy depredada por la circulación, puramente mercantil: sólo la relación enriquece. Vamos de la economía del propietario a la del usuario
El fin de la propiedad
La revolución del #MeToo sólo es un síntoma más de la caída del patriarcado, empezando por la sustitución de la cultura de la propiedad... (No olviden la tríada de Engels: con la familia, también nació la propiedad privada y el Estado) por la cultura del uso. Ahí apunta un cambio de paradigma la filósofa Garcés, quien se alegra de no saber hasta dónde llegarán los millennials que la abanderan con sus aplicaciones, que sustituyen, en efecto, la propiedad de pisos, coches y enseres, por su alquiler optimizado por algoritmos ubicuos. (¿También las relaciones de pareja?). No sabemos, en efecto, hasta dónde va a llegar, pero parece menos grave al constatar que tampoco sabemos hasta cuándo llegaremos nosotros.
Acabo de ver la noticia de otro apuñalamiento en Barcelona...
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¿La ciudad está desbordada por el turismo, la inmigración ilegal, o es mala gestión o...?
Barcelona se está quedando sin habitantes y tiene cada vez más población flotante, que se cruza en muchos puntos. Unos ganan dinero con ella y otros se disputan la poca vida local que va quedando.
Cada vez somos menos locales y más solos.
En las ciudades globales con población flotante, lo autóctono ya no existe. Y tampoco llega gente dispuesta a ser barcelonesa: ¿Quién quiere quedarse en una ciudad de la que tienen que irse los que vivían en ella?
¿Barcelona es gente de paso que sirve a gente de paso para seguir pasando?
Pero es que esa condición flotante es muy depredadora del entorno y de los mundos locales culturales y sociales. Y es agresiva, porque enfrenta a ricos y pobres, a culturas distintas, y sólo pone en valor los metros cuadrados. Porque lo que enriquece una comunidad es la relación; la circulación es puramente mercantil.
Pero, al final, el exceso de turismo acabará con una tasa sobre el combustible aéreo.
Sólo que si no se hacen bien las preguntas, las respuestas económicas también irán mal planteadas y, por eso, están en crisis las respuestas de expertos, porque lo que toca son las preguntas. Y, por eso, vuelve la filosofía.
Pero esa la podemos hacer sin título: ¿No le da vergüenza volar y calentar el planeta?
Hoy todas nuestras preguntas tienen que ver con la experiencia de los límites: ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde?...Y tienen respuestas que varían según el lugar, la generación, la riqueza de cada uno.
¿Hasta cuándo durará el planeta? ¿Cuándo podré tener un sueldo digno? ¿ Y un piso?
Son preguntas que reflejan muchos miedos contemporáneos. No sólo globales y planetarios, sino que también están conectados con los personales: ¿Hasta cuándo mi vida será esto que reconozco como mi vida; mi profesión, mi familia? Pero no son sólo amenazas y temores...
Diríase que cada vez más justificados.
...También son consecuencias de una forma de vida, unas relaciones de poder y unas expectativas que son las que hay que cambiar.
¿Por qué?
Porque hemos entrado en un tiempo que ya no es el de la prisa, es el de la urgencia; y genera malas respuestas, porque todo el mundo sale corriendo a proteger sus hasta cuándos, empezando por los que más tienen que proteger, las clases adineradas.
¿Qué hacer?
Yo pienso que hemos de ver en esos hasta cuandos también posibilidades; no sólo los límites.
¿Donde vemos límites ver puertas?
Superar la visión catastrofista y derrotista de los cambios que vivimos y experimentar desde los umbrales de transformación. Y no dar por obvio lo que damos por obvio.
¿Qué damos por obvio?
Que la vida es prosperidad y crecimiento ilimitado, porque eso no es obvio.
No lo era, pero hemos logrado, gracias al crecimiento, reducir hambre y guerras...
¿Cuál es la diferencia entre ir a más e ir a mejor?
Hemos ido a mejor y, si mira las cifras de la ONU o las españolas, es incontestable.
Creer que ir a más es ir a mejor es entender mal los conceptos. Y eso lo ha hecho nuestra cultura. Hemos hecho reduccionismo cuantitativo. Al final, nos hemos subordinado a una cultura contable que se considera sofisticada.
Si no hubiéramos crecido mucho, usted no podría cobrar su sueldo de los impuestos.
Hay que sustituir el más por el mejor. ¿Más aeropuerto o mejor aeropuerto? No sólo hay un agotamiento material y ecológico, sino también de sentido: más turistas para qué.
Dígaselo al taxista que los transporta; al camarero que vive de servirlos...
La economía del turismo está demostradísimo que no genera riqueza a largo plazo. Barcelona ha vivido de otras cosas...
Mejorar es el arte de lo deseable, pero también de lo posible: ¿podemos sustituirlo?
A mí me dan miedo las actitudes reactivas, porque acaban siendo reaccionarias.
Quien vive del turismo tal vez piense que usted, con su sueldo público, puede criticar.
Una reacción a lo que está pasando impide la reflexión a lo que está pasando, bloquea el aprendizaje e interrumpe la posibilidad de crear lo que aún no sabemos.
¿Qué es lo que aún no sabemos?
Hay un cambio de mentalidad en la gente joven que ya no asumen lo que los mayores hemos asumido como vida normal: casa, trabajo, futuro. Hay un cambio de paradigma y me encanta no saber hasta dónde va a llegar.
¿Puede ser más concreta?
Hay mucha concreción, pero tan diversa y plural que crece por los márgenes y lo mejor vendrá de los feminismos diversos que minan y están desmontando el patriarcado en sus diversas patas, empezando por la cultura propietaria.
¿Cómo?
El pensamiento contable de tener más y más está siendo sustituido por formas de vida y relaciones que ya no pasan por la propiedad y la acumulación, sino por el uso. Tendremos una economía del usuario y no del propietario, que cambiará las relaciones de poder.