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“El 20% de los pisos de París ya se alquilan por días a turistas”

Urbanista, geógrafo de la innovación: investiga el sector inmobiliario

Tengo 52 años y vivo en Quebec: hemos superado la división conservando la identidad y el secesionismo ya es minoritario. Tengo 4 hijas. Soy pragmático de centroizquierda. Estudié en Cambridge, hice la tesis sobre el sector inmobiliario y enseño en la U. McGill. Colaboro con el Ayuntamiento de Viladecans

Richard Shearmururbanista, geógrafo de la innovación: investiga el sector inmobiliario

Las plataformas digitales expulsan a las clases medias de las grandes ciudades?

La digitalización está acelerando la concentración de riqueza en pocas manos. Es el efecto Piketty: las rentas del trabajo siempre son menores que las del capital.

Por eso, también los sueldos siempre suben más despacio que los alquileres.

Y, encima, se pagan más impuestos por lo que cobras de tu trabajo que por lo que te rinden pisos, acciones, valores o cualquier propiedad.

¡Qué me va a contar!

Además, Trump y otros gobiernos rebajan impuestos. El resultado son montañas ingentes de capital en busca de rendimiento. Y la vivienda es un producto financiero imbatible.

Siempre lo ha sido.

Pero nunca hubo tanto dinero buscando rentabilidad con menos barreras y más seguridad. La tecnología permite comprar en cualquier ciudad del mundo a grandes fondos y pequeños inversores. Y tienen nuevos modos de rentabilizar la inversión con plataformas como Airbnb.

¿Por qué hoy se invierte en todo el planeta y no sólo en unas pocas ciudades?

Porque los mercados son más libres y abiertos. Nunca el dinero voló por todo el mundo más rápido y seguro que hoy. Y todos quieren comprar propiedades en grandes metrópolis.

¿Hoy hay más ciudades apetitosas?

Antes Barcelona no estaba en el circuito. Y tampoco los barrios populares que hoy son turís­ticos, es decir, rentables. Y no sólo invierte el gran capital; miles de pequeños inversores compran apartamentos en ciudades turísticas y pagan la hipoteca –los intereses son bajos– con lo que sacan de alquilar en Airbnb o similares.

¿Hasta dónde llegará esta disrupción?

Le daré una cifra: el 20% de los apartamentos de París ya se alquilan a turistas por días.

Y hoy los turistas se toman unos a otros por parisinos en calles y cafés de París.

Pero eso también pasa en la Provenza. Está convirtiéndose en otra Disneylandia. Y si usted está atento a otras áreas de Catalunya, verá que en las más atractivas también pasa lo mismo.

¿Y expulsan a los locales que no pueden pagar lo mismo que los turistas por días?

Y si no actuamos rápido, los lugares con más historia, cultura y atractivo turístico acabarán siendo grandes parques temáticos.

Los ayuntamientos ya están regulando.

Eso quieren Airbnb, Uber y otras plataformas digitales de movilidad y vivienda: negociar con ayuntamientos y no con gobiernos. Pueden presionar al concejal de un distrito de Barcelona y no a toda la Unión Europea en Bruselas.

¿Por qué?

Porque Bruselas puede frenarles, obligarles a pagar impuestos de verdad y a cumplir las leyes laborales. Sólo un gobierno fuerte puede hacer que los grandes beneficios de esa gigantesca disrupción digital se distribuyan entre todos.

¿Cómo?

Deben repartirse no sólo entre los millonarios que han creado las plataformas digitales o los inversores inmobiliarios de todo el mundo. Esa nueva riqueza que permite la tecnología debe compartirse con empresarios y empleados locales y quedarse en impuestos locales también para mejorar infraestructuras aquí.

¿No prohibiría Uber y Airbnb y ya está?

Sería un error, porque la verdad es que esa tecnología mejora nuestras vidas, pero debe ser regulada y cuanto antes, mejor.

Son demasiado grandes para obedecer.

Hay que dividirlos en empresas más pequeñas, como hicimos con la Standard Oil o la AT&T, y tasarlos y regularlos. Es lo que hicimos tras la invención de los telares mecánicos.

Generaron trabajo esclavizante e infantil.

Mejoraron nuestras vidas, pero hubo que legislar para que los niños de siete años no fueran ­esclavizados en los telares y para que no se hiciera dormir a las operarias junto a ellos.

Costó mucho conseguir esos derechos.

Pero el problema no era la tecnología en sí, sino la falta de regulación y que el Estado estuviera dominado por empresarios sin escrúpulos. Hoy hay que regular a las plataformas, pero sin privarnos de los beneficios de su tecnología.

¿Cómo se pueden aprovechar sus tecnologías sin que ellos se aprovechen de nosotros?

Con política, claro, votando, legislando, organizándonos a todos los niveles: desde el barrio a la Unión Europea. Pero eso no lo logrará un pequeño ayuntamiento de la Provenza o la Costa Brava. No podrá multar a Airbnb por no cumplir leyes locales o evitar que eluda impuestos.

La OCDE también intenta evitar los paraísos fiscales para esas plataformas.

Me temo que no funcionará. Hay que hacer un enorme esfuerzo legislativo, tecnológico, de conocimiento, política y pactos sociales para lograr que todos nos beneficiemos de las plataformas sin que ellas se nos beneficien.

¿Y si no?

Pasó lo mismo en la revolución industrial y, al final, hubo revoluciones.

Y sangre y dolor.

Sólo lo evitaremos con inteligencia colectiva y complicidad. El negocio de la movilidad, la hostelería, la vivienda o el pequeño comercio locales no pueden ser reducidos a meros servidores de Airbnb, Uber, Amazon y sus segundones.

Ponga un ejemplo de resistencia.

Hay que concienciarse e ir pensando en cómo usar la tecnología digital para favorecer al pequeño comercio y la empresa local.