Una nueva familia
Catorce millones de españoles del baby boom van a llegar a la vejez pronto y de golpe. Algunos han hecho una inversión afectiva –y en efectivo– en sus hijos esperando que ahora se la devuelvan: igual que ellos a sus padres. Pero el éxito de esta sociedad, la segunda más longeva del mundo, va a poner a prueba esa solidaridad, porque la investigación del equipo de Yanguas permite arrojar serias dudas sobre la solidez de nuestro pacto intergeneracional. Para reforzarlo, y que esos años de más de vida que nos hemos ganado sobre los de otros países avanzados no sean de soledad y precariedad, urge un rearme moral, de valores compartidos y objetivos comunes, que no dependan de los escaños que saque un partido en unas elecciones.
Ya se venden más pañales de adultos que de bebés.
Lo sorprendente no es que haya más viejos, sino lo diversos que son, a la misma edad, los que antes eran todos “viejos” igual. A los 70 hoy hay decrépitos y también señoras y señores muy en forma y viviendo a tope.
¿Antes la edad avanzada nos hacía a todos iguales y hoy cada uno envejece a su modo?
Antes a partir de cierta edad sólo podíamos resignarnos a la decrepitud; hoy los genes condicionan, pero no determinan. Las posibilidades de cuidarse y llegar joven a los 80 son enormes.
¿No cree que seguimos adorando a la juventud, pero discriminando a los jóvenes?
Ya hemos logrado alterar el ciclo vital. Todo se ha retrasado. Somos niños hasta más tarde; la adolescencia hoy es interminable y se ha pospuesto también el inicio de la edad adulta.
Así puedes pagar sueldos de veinteañeros hasta los cincuenta y luego ya prejubilarlos.
Todo se ha trastocado. Hoy en diversidad los 65-70 son los 40-50 de cuando me inicié de gerontólogo. Ahora a los 60 aún estás creciendo, madurando, cognitiva, psicológicamente, socialmente y, si haces los deberes, hasta físicamente respecto a otras etapas de tu vida.
Pues quejarse, se quejan.
Eso, a todas las edades. Pero piense que hoy jubilarse a los 60 significa que te quedan treinta años por delante y, en cambio, no estamos preparados para aprovecharlos con un proyecto de vida ilusionante.
La medicina nos permite sobrevivir más años, pero sólo eso.
Pese a todo, hay oportunidades de vida plena. Y muchas, pero con cierta fragilidad –que en pocos casos quiere decir dependencia– y eso significa que tenemos que replantearnos ya el pacto intergeneracional.
Nosotros invertimos en hijos, pero es iluso pensar que nos devolverán esa inversión.
No podrán devolvernos nada, porque el ascensor social se ha parado y los jóvenes ya no pueden invertir ni en su propia jubilación. Tienen peores expectativas de bienestar, por primera vez en la historia, que sus padres.
Pero la familia aquí aún funciona.
Por eso, un ejército invisible, la mayoría mujeres, en los países del sur de Europa donde el Estado no llega a protegerlos, cuidan a los mayores de sus familias. Pero es sólo un apaño. No podrá durar otra generación.
¿Por qué?
Porque cada vez menos jóvenes con salarios menguantes no pueden mantener a cada vez más pensionistas con mejores pensiones. La atención a los mayores ya supone hasta un 6% del PIB. Si ese ejército de mujeres de la familia se declara en huelga, el país se detendría.
Vale, ya me ha acongojado usted: ¿tiene alguna propuesta?
Creo que la esperanza de vida en este país,la segunda mayor tras Japón de toda la humanidad, no sólo es un éxito, sino una oportunidad. Pero antes hay que invertir.
¿Inversión afectiva y en efectivo?
Y en organizarnos: hemos analizado nuestra red social y aún funciona, pero con fecha de caducidad. Hay que renovarla o sufriremos una triste epidemia de soledad y degradación.
¿Cómo nos debemos organizar?
Hay que replantearse las fidelidades personales. Tenemos que volver a cimentar amistades sólidas en una sociedad que cada vez más las consume y las desecha y las quiere más líquidas.
Y gaseosas: nadie ya le aguanta nada a nadie y cada vez menos a la familia y amigos.
En cambio, las relaciones humanas consisten en soportarse. Nuestras relaciones necesitan compromiso y reciprocidad y son valores en crisis, como demuestran nuestras encuestas.
¿Por qué cada día nos aguantamos menos?
Antes que esforzarte en mantener a los próximos de siempre, hoy buscamos otros alicientes y acabamos a menudo en la soledad. Es lo que muestran nuestros estudios longitudinales.
¿La familia está dejando de ser sagrada?
Y por causas materiales: los mayores consumen cada vez más en su propia y prolongada vejez lo que antes iban a dejar en herencia para sus hijos, que les cuidaban a cambio.
Marx ya reveló que toda estructura ideológica está condicionada por otra financiera.
El fin de las herencias es el principio de la soledad para miles de padres ancianos. Tenemos datos alarmantes. Los afectos son cada vez menos fiables y la red familiar menos sólida.
En cambio, cada vez hay más bisabuelos.
Tenemos a cinco generaciones conviviendo en este país por primera vez en la historia, pero nunca hubo tanta soledad.
Responder a todo eso exige algo más que gerontología.
Necesitamos una asignatura de cuidados en las escuelas y recuperar valores de empatía, reciprocidad, renuncia, generosidad...Nos jugamos un modo de convivencia que puede acabar en una catástrofe generacional de soledad.
¿Y algo más concreto?
Necesitamos grandes pactos transversales para salvar nuestro modelo de sociedad. Pactar reformas que generen empleo y salarios dignos que proporcionen la base material para poder recuperar las redes de solidaridad que nos han convertido en una sociedad de éxito, de las más longevas del mundo. Y piense que las nuevas tecnologías serán mucho más que la robótica. La última frontera tecnológica está en la industria del cuidado a los demás.