“Somos nuestro propio palo en nuestra propia rueda”
Médico de familia y escritor
Tengo 61 años. Barcelonés. Vivo en pareja y tengo tres hijos. Considero la medicina una humanidad. La política debe gestionar la convivencia, pero los políticos se dedican a agrandar las diferencias en lugar de buscar las complicidades. Soy budista tibetano. Cada uno de nosotros somos células de Dios
Agapito
La tuberculosis le llevó a la soledad y en ella descubrió el mundo espiritual y el placer por la escritura. Es un médico que escribe novelas, con La ruta del silenci ganó el premio Leandre Colomer de novela histórica de Catalunya. Ahora publica Lunas de diciembre (Milenio). El nombre de su protagonista lo halló en las esquelas de La Vanguardia, días después empezó a escribir: “El día que Agapito vio a Violeta de Castro se enamoró profundamente de ella”. Por casualidad descubrió que la hija de Agapito vivía junto a su despacho y le pasó el manuscrito: “Aquí hay detalles de la vida de mi padre, ¡usted lo conocía!”. “No lo conocía –me explica–, pero supongo que Agapito tenía algo que decirle a su familia y lo hizo a través mío”.
Conoce las intimidades de las familias...
Me he encargado de la salud de tres generaciones, y he podido compartir sus anhelos, alegrías y miedos, todo un privilegio.
Entonces lo suyo va más allá de recetar.
En un sentido amplio estar sano es estar equilibrado, y para eso lo que pensamos, sentimos y hacemos ha de estar alineado; si no es así, enfermamos, considero que lo que pensamos nos crea una emoción que repercute en lo físico.
¿Eso les explica a sus pacientes?
Procuro que entiendan que somos nuestro propio palo en nuestra propia rueda, que el origen de unas anginas reiteradas o dolores musculares está conectado con problemas emocionales.
Usted es el doctor.
Y como tal trato los síntomas, por lo demás sólo soy un medio, el remedio lo tiene cada paciente. Si no eres feliz, si piensas en negativo, tu cuerpo enferma porque no estás alineado.
¿Y todo esto cuándo lo descubrió?
Mi primera gran formación la tuve a los 12 años. Enfermé de tuberculosis y mis padres, muy a su pesar, me dejaron medio año a cargo de unos masoveros en una masía del Ripollès, lejos de mis afectos, en un lugar desconocido donde no había más niño que yo y con todo el día para hacer nada.
¿Y qué hacía?
Irme al bosque, ahí se formó mi carácter. Establecí una conexión con la naturaleza de la que ya no puedo prescindir, entendí que en ella está todo, que estamos a un mismo nivel energético.
¿A qué se refiere?
Si no soy capaz de entender que en una flor, un pájaro o una piedra estoy representado, no puedo sentir respeto por mí mismo. Aprendí también que el silencio es un pilar de mi vida.
¿Por qué le parece tan importante?
El silencio es el refugio de las palabras, de él nacen todos los pensamientos. Las palabras son ladrillos con los que puedes construir jardines de amor o muros de indiferencia.
¿Y todo eso lo llevó a la medicina?
Fue la simiente para entender qué era la salud. Luego, a los 21 años, pasé algunos meses en el monasterio de Kopan, en Nepal.
¿Qué hacía allí?
Huir de mí mismo y de un desengaño amo- roso. Y precisamente allí aprendí que no podía huir de mí mismo ni vivir aislado, que si no participas y colaboras en todo eso que nos une no eres nadie, que te necesito a ti para que me des sentido a mí. Todo es interdependiente.
¿Un médico que medita?
A diario. Meditar es quedarse en ese espacio entre el pensamiento que acaba de pasar y el que tiene que venir, y eso lo puedes hacer en cualquier momento. Yo lo hago cuando voy y regreso caminando de la consulta.
También se dedica usted a la radiestesia.
Topé con ella, nada es por casualidad. Estaba paseando con mi perra Tula cuando me encontré con un grupo que estaban ejercitando con el péndulo, entre ellos un paciente mío.
¿Y decidió aprender?
Sí, hice un curso con Ferran Renau que me enseñó a acceder a cosas que desde nuestra posición tridimensional no podemos ver. Nadie duda, aunque no podamos verlo, de la influencia de los campos magnéticos o los campos telúricos; la energía emocional también dibuja un campo.
¿Y?
Aprendí a sanar desde otra perspectiva, la del alma. Para mí es importante ayudar a mis pacientes no sólo en el campo físico sino también en el espiritual, porque no somos una pieza mecánica que enchufas por la mañana y desenchufas por la noche.
¿Cómo lo hace?
Primero tengo la gran ventaja de que conozco a mis pacientes, por eso siempre digo que yo no trabajo sino que paso la tarde con mis amigos. Y cuando vienen primeras visitas la experiencia me ayuda a percibir cómo esa persona se mueve en el campo espiritual y emocional.
¿Pero cómo les ayuda?
Primero haciendo todas las pruebas necesarias para detectar las causas físicas de la dolencia y luego haciéndoles reflexionar y ayudándoles a integrar que no somos una lavadora, que la enfermedad o el dolor dependen en gran medida de cómo gestionamos las emociones.
¿Y cuál es la medicina?
La medicina del alma, todos tenemos la capacidad de sanarnos a ese nivel. Lo primero es dominar la propia mente, porque si ella va por donde quiere, tú no eres dueño de ti mismo. Para dominarla hace falta una gimnasia que ya tienen todas las religiones: rezar.
¿Les receta a sus pacientes la oración?
Yo les digo que se busquen un verso, algo con lo que resuenen, y les pido que lo vayan repitiendo durante el día. En la medida que tu pensamiento vaya por donde tú quieras podrás pensar en lo que es positivo para ti.
...
Tú tienes que levantarte por la mañana y escribir el guion de tu vida, y si ese día te ha salido un guion horroroso, pues lo rompes y vuelves a empezar. La clave de ser libre es no tener miedo, y el miedo es lo opuesto al amor.
Y eso ¿qué tiene que ver con la medicina?
La medicina es una humanidad, y la mejor medicina de mi botiquín es que mi paciente entienda que si quieres ser feliz, sé feliz, no dejes que los demás te lo impidan.