Loading...

“Un juez debe ser humilde y saber escuchar”

Magistrado de la Audiencia de Barcelona

Tengo 67 años. Nací en Yecla (Murcia) y vivo en Barcelona. Estoy casado y tengo dos hijas y dos nietos. En la transición fui comunista, y a estas alturas de mi vida creo en el pluralismo ideológico. Me considero panteísta, todas las religiones comparten una espiritualidad común

Pascual Ortuño Muñozmagistrado de la Audiencia de Barcelona

A un juez se le teme, incluso se le odia, pero jamás se le ama.

Esa es la gran paradoja, que la justicia que está hecha para proteger al ciudadano es percibida a veces como el enemigo.

Hoy es muy aleatorio ir a los tribunales.

No es culpa de los jueces, la ley condiciona nuestro trabajo, y si es injusta o la organización es obsoleta, todo el sistema cae.

Tres décadas como juez...

Temo que me jubilaré sin ver ese ideal de modernización de la justicia que todos los ciudadanos deseamos.

¿Los políticos no están por la labor?

Los políticos ya no dialogan, se dedican a los monólogos, y así es muy difícil el consenso para conseguir el bien común. Hemos vuelto al concepto de lo bueno y lo malo, sin matices.

Puro maniqueísmo.

Los partidos aspiran a dar la vuelta a la tortilla, eso de que cuando vengan los nuestros mandaremos y haremos cosas, y mientras tanto vamos a fastidiar a los que están gobernando hasta que caigan. Echo de menos aquellos primeros años de la transición.

El diálogo.

Sí, cuando el alcalde de mi pueblo puso al frente de una concejalía importante a un miembro de otro partido por sus grandes conocimientos técnicos; eso ahora es impensable.

Ahora quitan y ponen jueces.

La independencia no se garantiza si el acceso a los puestos de mayor responsabilidad no es por méritos, formación y experiencia, y se prima la afinidad con los partidos políticos que intentan controlar a los miembros del CGPJ.

Eso lo complica todo.

Hoy la política en nuestro país está muy judicializada, como la economía. Y hay un gran descontento en la carrera judicial. Antes acceder a la judicatura era un timbre de prestigio y compromiso social, y ahora los ciudadanos nos minusvaloran, consideran que no somos de fiar.

¿Y?

La justicia es mucho más que el aparato judicial burocratizado. La justicia radica en el pueblo, pero el poder ejecutivo intenta monopolizarla. Hay fórmulas de participación de la ciudadanía en la gestión de la justicia que están en el derecho anglosajón. Son los medios alternativos, la negociación en positivo.

Veinticinco años como profesor. ¿Qué es lo esencial que deberían aprender los futuros jueces?

El respeto profundo a la persona que acude al tribunal. Está en la filosofía oriental: a la entrada de la facultad de Leyes de Hanói hay un gran cartel que reza que, antes de empezar a estudiar la ley, hay que aprender a respetar a los demás.

¿Cómo se consigue eso?

Escuchando. Se ha invertido mucho en edificios, pero poco en el edificio interior. Me dio una lección el director de la escuela judicial de Honduras que no olvido: señalaba la humildad como principal cualidad de un juez, y eso en nuestro país es mirado con desdén.

Puede que empiece a cambiar...

En nuestra cultura se considera que un juez es alguien superior que se tiene que imponer. Yo he visto un juez gritarle a un ciudadano que estaba nervioso y balbuceaba: “¡Guarde usted respeto!”, y el señor ponerse de rodillas.

¿Hace falta una asignatura de empatía?

Efectivamente, y hay que reformar el acceso a la carrera judicial, donde la prueba reina es la memorística: se exige que sepas recitar con mucha rapidez un catecismo de fórmulas legales.No hay pruebas de argumentación.

Entiendo.

Para entrar en la judicatura no se valora conocer a los filósofos ni la reflexión sobre la ética, por eso es importante introducir que los opositores tengan una sólida experiencia de vida.

¿En qué sentido?

Una de las razones por las que dimití como director de la escuela judicial es que no aceptaron que se exigiera a los aspirantes cursar un máster para aprender a llevar pleitos como abogado, un aprendizaje de la experiencia.

La reforma del plan de estudios que propicié incluyó una semana en los servicios sociales, acompañando a los trabajadores en el servicio de atención a la mujer maltratada, emigrantes, a la policía nocturna, para que vieran que el mundo era algo más que los textos legales.

Parece una buena idea.

Esa actividad se suprimió. Hay que pensar qué modelo de juez necesita una sociedad del siglo XXI. No se hizo en la transición. Yo, por ejemplo, creo que la toga ha de quedar para el recuerdo, imagine el susto que se llevan los niños.

Ahora propone una justicia sin jueces.

Hay que reservar la administración de justicia estatal a lo imprescindible para la convivencia y dejar a la sociedad mecanismos de solución de conflictos como la negociación, la mediación, la conciliación o el arbitraje. Juzgados de paz en los barrios como en Francia, Portugal o Italia.

Vamos por el camino contrario.

Sí. Es necesaria una regeneración y tiene que venir de las leyes y el consenso político. A ver si después de lo que está pasando, reaccionan ante las próximas citas electorales.

¿Qué ha aprendido del ser humano?

Que es bueno por naturaleza, lo que pasa es que los necios y malvados se aprovechan de la bondad de la gente. Necesitamos que la sociedad civil se fortalezca frente a las agresiones de esa minoría que nos termina dominando.