“Hundí mi cabeza entre los pechos de Elizabeth Taylor”

Exmédico, comercial perfumista y novelista

Tengo la misma edad que la silla Barcelona... Nací en Barcelona y vivo en Estados Unidos desde 1953. Ejercí la medicina forense y vendí perfumes. Estoy casado y tengo dos hijos, cuatro nietos y un biznieto. Soy un liberal, ¡adoro que me critiquen! ¿Creencias religiosas? No, pero... ¿y si...?

Fernando Aleuexmédico, comercial perfumista y novelista

Dice tener la misma edad que la silla Barcelona...

Sí.

Es del año... 1929. ¡Nadie lo diría, viéndole!

Pues aquí me tienes, encantado de la vida. Y feliz de pasear unos días por mi Barcelona natal.

¿Y cómo hace para estar así de bien?

Escuchar, comprender, aceptar, reír y llorar.

Compléteme la receta.

Ejercicio, tomar perspectiva para discernir lo importante de lo trivial... ¡y mucho sentido del humor! He visto tantas cosas...

Dígame dos de esas cosas.

He visto el hígado de Montgomery Clift, he visto de cerca los ojos de Elizabeth Taylor... y he tenido mi cabeza entre sus pechos.

Alto, señor Aleu..., ¡alto!

¿Qué?

¡Tiene que contarme eso!

¿Lo de Clift o lo de Taylor?

¡Ambas cosas!

Soy médico, y por un tiempo me dediqué a la medicina forense: una noche, en el Bellevue Hospital Center de Nueva York...

¿Qué hacía usted allí?

Había acabado Medicina en Barcelona y me había largado a investigar a laboratorios de Estados Unidos, corría el año 1953...

¿Qué investigaba?

El síndrome Tay Sachs, déficit enzimático que afecta a neuronas de niños judíos, pierden capacidades... Hallamos su mecanismo mediante biopsias cerebrales a niños vivos.

Delicadísima operación...

Tuvimos éxito y reconocimientos.

¿Y ejerció como médico forense luego?

Sí, y ver como todos somos iguales por dentro... ¡te enseña mucho! Me trajeron el cuerpo de Montgomery Clift, hice la autopsia.

Alcohol y drogas, desvela Wikipedia.

Vi que esperaba allí un hombre que me pidió el informe médico, y fue la primera vez en mi vida que oí decir “soy su amante” a un hombre respecto de otro. Era el año 1966.

¿Y lo de Elizabeth Taylor?

Después de la muerte de su amigo Rock Hudson, ella constituyó una fundación de lucha contra el sida, por la que le conce­dimos el premio de la Fragance Foundation de Nueva York, de la que yo era presidente.

“Fragance”: ¿era médico y perfumista?

Durante los años 60 dije adiós a la medicina y dejé aflorar al mercader de Venecia.

¿Mercader de perfumes?

Todo empezó porque mis colegas del laboratorio, en los años cincuenta, me decían: “¡Qué bien hueles!”, y me pedían mi perfume Puig. Tuve que pedir a mi madre que me enviase a Chicago botellas a granel desde Barcelona.

Y pensó: “¡Aquí hay mercado!”.

Sí, sobre todo desde que cautivé a una en­fermera con mi fragancia... ¡Todos me la ­pedían! Escribí una carta a Mariano Puig, ¡y vino en el primer avión! Nos caímos bien, nos asociamos, la multinacional despegó...

¿No se ha arrepentido usted de haber dejado la medicina?

¡Ni un minuto! Toda rutina nos prostituye. A mí me divierte adaptarme a lo que va llegando, sin prejuicios. ¡Fuera prejuicios! Todos los humanos somos interesantísimos.

¿Por qué lo dice?

En mi novela hay nazis, gente del Opus, judíos, agnósticos, militares, músicos, aprovechados... ¡Todos humanos! Y me gusta llevarme bien con todos los que me cruzo.

Encima, ahora novelista.

Mi nieta Anna me preguntó una noche: “¿Qué recuerdo de tu niñez te impactó más?”. Y no lo dudé.

¿Cuál fue?

“El intercambio”, le dije. Yo tenía 14 años. Solía nadar en el Club Natació Barcelona. Pero aquel 22 de abril de 1943 un guardia civil no nos dejó pasar, a un amigo y a mí.

¿Por qué no?

Sólo insinuó que algo importante iba a su­ceder en el puerto de Barcelona. Y nos subimos a Montjuïc, con unos prismáticos.

¿Y qué vieron?

Atracaron dos barcos enormes, uno blanco y otro negro, en cada orilla del muelle España. Y aparecieron cochazos, con banderas nazis unos –venían del Ritz–, con banderas británicas otros –venían del Majestic–, y hubo un canje de prisioneros: dos mil por bando.

¡El intercambio!

Luego, gracias a un tío mío que trabajaba en el hotel Ritz, tuve ocasión de admirar su lujo, y su maravillosa banda de músicos judíos encubiertos: Barcelona gozaba de una vida nocturna sorprendente, un hervidero de espías, coristas, diplomáticos, artistas, emigrantes de toda Europa, trapecistas, músicos, comediantes austriacos, pícaros...

Y ha novelado aquellos días.

Sí, una historia de intriga y amor, amistad y traición, pasión y abnegación, crueldad y bondad, abyección y redención.

Pero no nos despediremos sin que me cuente lo de Elizabeth Taylor...

Para entregarle el galardón, bajé del estrado, me acerqué a su mesa, al llegar tropecé, caí... y mi cabeza se sumió entre sus pechos. Me deshice en disculpas, ¡qué vergüenza!

¿Y ella?

Sonrió con aquellos ojos azul violeta que ni Picasso hubiese podido pintar, y me dijo con dulzura: “Ya tiene algo para contar”.

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