“Cuando tu vida no vale nada, la del otro vale menos”
Directora de cine, estrena ‘Matar a Jesús’, donde ficciona el asesinato de su padre
Tengo 37 años. Nací y vivo en Medellín. Estudié cine en Australia. Mi política es mantener una postura crítica. Hay que combatir la desigualdad que las clases sociales perpetúan porque el lugar donde nacemos depende del azar. La violencia es parte de la identidad de Colombia. Soy agnóstica
Entretenerse y pensar
Matar a Jesús (más de 15 premios internacionales) cuenta la relación entre una joven y el joven sicario que mató a su padre, algo que se parece mucho a la propia historia de Laura. Incluso la protagonista se le parece: una chica de clase media, estudiante de arte, a la que persiguió por la calle. A él lo encontró en un parque, un chico de 21 años a cuyo padre mataron cuando su madre estaba embarazada de él. Se crió entre la calle y su abuela. A los 12 años ya formaba parte de una banda criminal. Ambos encarnan la historia de la juventud de Medellín. Una película que invita a pensar sobre la violencia sin violencia: “A mí me van las películas entretenidas, me dicen, ¿pero desde cuándo entretenerse y pensar no van de la mano?”.
Entre el 2000 y el 2002 asesinaron a 9.931 personas en su ciudad, entre ellos su padre.
Sí, tras el fin del cártel de Medellín. Se trata de la violencia de los narcoparamilitares, de los que nacieron distintas organizaciones criminales al servicio de grupos de poder.
¿Y en eso andan?
En Medellín la idea de aniquilar al otro por sus ideas o por conveniencia es algo muy arraigada. Mi padre era profesor universitario y abogado civil y comercial, le pegaron seis tiros cuando iba a almorzar con un amigo, probablemente por algún caso que llevaba. No lo sabremos.
¿Y a usted qué le pasó?
Tenía 21 años. Yo fui niña en los 80 y adolescente en los 90 cuando esa cifra de 10.000 asesinados era el doble. Se cumplió mi gran temor, la muerte de mi padre, y busqué la destrucción en la fiesta y en la noche, hasta que decidí salvarme y marcharme a Australia.
El hecho de que la suya fuera una historia más, ¿añadía dificultad o aligeraba el dolor?
La indolencia impresiona, y el hecho de que te juzguen, porque cuando la gente sabe que han asesinado a tu padre, se preguntan qué habrá hecho. Es una sociedad que se pone del lado del verdugo, justiciera, que cree en el asesinato como una forma de resolución.
¿Cómo sobrevivía en Melbourne?
Fui camarera de lunes a domingo cinco años sin parar. Eso me dio fuerza y determinación.
Y decidió contar el asesinato de su padre.
Tuve un sueño: Jesús, un chico de mi edad, tras una charla insustancial me decía que él había matado a mi padre. A partir de ese momento empecé a escribir conversaciones imaginarias muy íntimas con el supuesto sicario.
¿Se ha mitificado la violencia?
Sí. Las narconovelas han dominado la tele colombiana en los últimos diez años, yo misma codirigí una sobre Escobar.Y me sorprende la obsesión con Escobar de Occidente. En Medellín, segunda ciudad más turística de Colombia, ningún turista se pierde el narcotour.
¿Narcotour?
Los llevan a los lugares en los que Escobar puso las bombas. Y la serie Narcos arrasa en Netflix. A mí me interesa desmitificar esa violencia atroz.
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El día que empezamos la preproducción de la película el no a la paz ganó el referéndum, y la gente lo celebró: bebían y pitaban por la calle como si se tratara de un partido de fútbol.
Parece que ser narcotraficante mola.
Cierto, porque la sociedad gira en torno a lo material, el dinero es lo que importa, y esos códigos se han implantado. Es sorprendente como viven de hermanadas la violencia y la belleza.
Eso me cuesta entenderlo: ¿qué belleza?
Esa misma gente que lo resuelven todo a balazos puede ser muy amable y solidaria.
No lo entiendo.
En Medellín el crimen está organizado, es un trabajo, ya no hay bombas ni muertos por las calles. La violencia ha mutado, pero sigue existiendo. Un día en un rodaje pregunté a cuanta gente le habían matado a su padre, éramos doce y siete levantaron la mano. Negar que hay conflicto es el principio del problema.
¿Cómo lo ha vivido su generación?
En los 80 mataron a tantos jóvenes que mi generación, la que les seguía, interiorizamos que no teníamos futuro, que a los chicos los mataban, que no había posibilidades de estudiar, trabajar... Sobrevivimos sin ningún sueño. Ahora tenemos entre 30 y 40 años y nuestra vida ha transcurrido en un limbo constante.
¿A que aspiraban las chicas de su edad?
Muchas a ser la novia de un narco, y se impuso esa estética narco: mucha carne y mucho oro. Empezaron a operarse las tetas. Los narcos son propietarios de fincas ganaderas y las chicas están a su lado con unos culos y unos pechos enormes... esa historia patriarcal donde el hombre es el que provee.
¿En todas las clases sociales?
Sí, a mí me salvó el colegio alemán donde las artes y las humanidades eran lo importante. Y también nos salvó la música punk y sus letras que nos dieron otro modelo. Luego el mundo se globalizó. Pero que las heroínas de hoy sean las influencers dice muy poco de los valores de la sociedad occidental.
¿Y qué ha sido de las chicas operadas?
Muchas fueron viudas muy jóvenes, y a los treinta y pico ya son abuelas. En Medellín las mujeres son muy bellas, y el otro fenómeno que estamos enfrentando es el turismo que viene en busca de chicas y drogas.
¿Ha deseado usted vengarse?
Sí, y me sentía muy capaz. Me salvó el amor de mi hermano y de mi madre, y esa educación que me permitió establecer el respeto a la vida como prioridad. Pero cuando uno carece de esas herramientas tan básicas es presa fácil.
Entiendo.
Hay un aparato criminal extremadamente fuerte al que le convienen los sistemas de exclusión porque con esos chicos siempre van a tener soldados. Cuando tu vida no vale nada, la del otro vale menos.
¿Qué piensa sobre el perdón?
Que es algo muy íntimo que no debería imponerse a la sociedad en los procesos de paz. Lo importante es que la gente no replique la violencia. Yo me guardo mis sentimientos, no contra el sicario que disparó, sino contra los que organizan esa violencia. Elegí el respeto a la vida por encima de todo, pero perdonar es otra cosa.