Aves que no emigran
Podría haberse quedado en EE.UU. ejerciendo de cardiólogo o en Moscú atendiendo a los nuevos ricos, pero decidió poner en marcha un deteriorado hospital público de provincias en Tarusa, a 117 km de Moscú, el lugar donde su abuelo se refugió tras 13 años de gulag y donde el destino le esperaba para convertirlo en escritor. Fueron las historias de sus pacientes las que le enseñaron la compasión... “sin sensiblería”, apunta este hombre parco en palabras que refleja la descomposición de la sociedad rusa a través de personajes reales, y al que su compatriota la Nobel de Literatura Svetlana Alexiévich ha comparado con Chéjov: “Ambos poderosos y humanísimos”. El grito del ave doméstica (Club Editor) es prueba de ello.
Mi abuelo decía que un médico nunca deja de serlo, que incluso en la cárcel sigues siendo médico.
¿Lo decía por propia experiencia?
Sí, era médico y fue deportado en 1932 a un gulag, donde pasó 13 años. Cuando lo liberaron lo sometieron a la regla de los 101 km.
No podía acercarse a una gran ciudad.
...Por eso se instaló en Tarusa, a 117 km de Moscú, donde muchos años después yo he restaurado el hospital público.
¿Por qué abandonó usted Moscú?
Esa es la historia de mi vida. Yo era un joven feliz, mi carrera iba viento en popa. Tras cursar el doctorado me fui cuatro años a Estados Unidos invitado por la Asociación Norteamericana de Cardiología, y al volver me sentía embargado por un fuerte sentimiento patriótico.
¿Y en qué se tradujo?
Constaté que el actual sistema médico ruso son los escombros del represivo sistema médico soviético. La corrupción hace estragos: se calcula que el 30% del presupuesto para salud del Estado se pierde en la mordida de la corrupción.
Eso directamente mata.
Por otro lado, al volver de Estados Unidos me
di cuenta de que, en general, los médicos rusos son bastante ignorantes, tienen pocos recursos profesionales a su alcance, así que decidí crear (2005) una editorial de libros técnicos médicos que gestioné durante quince años, pero añoraba el contacto con los pacientes y decidí volver a la praxis.
¿En un hospital de provincias?
Quería luchar por una sanidad pública y universal, y allí era más fácil crear algo nuevo. Decidí refundar el hospital de Tarusa.
¿Cómo?
Con dinero privado, aportado por otros médicos y filántropos, y arañado en eventos y cenas, conseguimos crear un referente, nuestro hospital apareció incluso en The Washington Post. En Rusia, al principio nos felicitaron, pero pronto las autoridades locales intentaron cerrar el hospital porque las ayudas directas se saltaban el peaje de la corrupción.
Eso es triste.
Los burócratas son un verdadero lastre para Rusia, no les importaba que hubiéramos reducido a la mitad la tasa de mortalidad. En el 2006, gracias a los proyectos nacionales dirigidos por Dimitri Medvédev, nos llegó una máquina de rayos X, pero el cableado eléctrico no estaba a la altura. El alcalde, Yuri Najrov, se negó a actualizar la fuente de alimentación del hospital y tuvimos que devolverla.
Pero no pudieron con usted.
Me presionaron muchísimo, pero en los tiempos actuales, que son mucho más crueles, me hubieran metido en la cárcel. Conseguí mi objetivo y ejerzo de médico en dicho hospital.
¿Cómo se convirtió en escritor?
La profesión médica está muy conectada con la vida real, las historias de mis pacientes explican nítidamente la situación de la Rusia actual.
Pero la suya es una Rusia provinciana.
Sí, aunque eso es una ventaja, porque la cultura maquilla la realidad y en un pueblo las ideas de moda como el nuevo concepto del “mundo ruso” no hacen mella porque la crudeza de la realidad es evidente, no lleva a engaños.
Nárreme esa realidad.
Me impactó la historia que me contó un paciente, que nació en 1941 en un tren y acabó refugiado en un vagón litera en el 2014, y que he utilizado en mi cuento Colonia minera Eternidad, un pueblo que desalojaron, situación que aprovechó el presidente Putin para hacer maniobras militares y arrasarlo.
A Putin le gusta jugar a esas cosas.
Demasiado. Aquel paciente me dijo: “Hemos nacido en una guerra y moriremos en otra”. Esa frase refleja el estado anímico de muchísimos rusos que se sienten en un tiempo prebélico.
Los humanos somos irracionales y muy manipulables.
Sí, y al final descubres con asombro que conocer la verdad de las cosas no es tan importante como debería ser, y eso nos impide una vida colectiva en la que el otro importe y provoca que la vida sea preciosa en el plano individual y terrible a escala colectiva.
...
Mis personajes se hacen preguntas esenciales continuamente, pero la vida nunca les da la respuesta a la cuestión que se plantean, sino que les propone otras nuevas, de manera que su vida es un aprendizaje constante de la paciencia; los comparo con Job, el personaje bíblico.
¿Humildes y resistentes?
Cuando a algunos pacientes les comunico que tendrán que ingresar en el hospital por algún tiempo, me sonríen y me dicen: “Donde esté mi cama estará mi casa”.
“En el mundo no existen zonas amables, sólo existe lo que llamamos casa”, escribió.
Eso es cierto en mi caso, pero a menudo mis pacientes, a quienes admiro profundamente, han tenido que hacer de cualquier rincón su hogar, incluso de la cárcel. Yo no tengo esa capacidad de adaptación.
Retrata una Rusia en descomposición.
Es un país que está sufriendo este proceso y lo único que lo aguanta es la inercia.
Entonces, ¿por qué no levantar el vuelo?
Soy médico, quiero atender a esa gente ignorada, y soy un escritor en ruso, pero conozco muchísima gente que merece la pena y que ha decidido marcharse. Y la entiendo.