"Ha habido griegos corruptos y alemanes corruptores"

La edad es una imposición: sólo nos queda rebelarnos y convertirla en oportunidad para la experiencia. Nací en Grecia, pero me considero francés. Soy ateo gracias a Dios y a Buñuel; y más ahora que el dinero es la última religión. Participo en los diálogos del festival de Fez

Costa-Gavrascineasta griego: 'Missing' (Oscar en 1982), 'Z' y 'El proceso', con Semprún

Usted es autor de clásicos como Missing contra Pinochet o El proceso contra el estalinismo...

Y sigo haciendo cine contra los totalitarismos...

¿Contra qué totalitarismo, ahora?

Contra el del dinero y sus talibanes, que lo han convertido en la última y única religión universal.

Pues necesitará dinero para rodarla.

Y también juzgarán mi éxito por cuánto dinero recaude con esa película.

¿De verdad cree que antes no era así?

Los dirigentes de antaño no eran ni mejores ni peores que los de hoy, pero tenían más poder.

¿En qué sentido?

Hoy no se juzga a un país por su capacidad para crear y repartir riqueza entre sus ciudadanos, sino por su eficacia para proporcionar ganancias a los hedge funds. Así que los gobernantes, simplemente, se someten. Y nadie cuestiona las reglas.

Se supone que un país es más eficiente cuanto más competitivo.

Pero ¿quién acaba decidiendo si un país es competitivo? Los mismos que especulan con su deuda. Y si no acata el dictamen, lo acaban hundiendo en los mercados.

Tal vez lo castiguen porque gasta más de lo que gana: por ejemplo, Grecia.

En Grecia ha habido mala gestión y ha habido corrupción, pero para que haya corrupción antes tiene que haber corruptores, y los corruptores han sido alemanes y franceses.

¿Quiénes?

Gran parte de la clase política griega se ha dejado corromper por la banca y la gran industria francesas y alemanas, que, con sobornos, convencieron a políticos y banqueros de asumir una gigantesca e impagable deuda pública y privada.

Pero a los griegos no les pareció mal.

Los griegos, que salían de décadas de pobreza, se lanzaron encantados a la fiesta y compraron coches y electrodomésticos alemanes con créditos alemanes. Y a los franceses les compraron, entre otros muchos juguetes militares, submarinos carísimos. Y todo ese cambalache fue engrasado con abundantes comisiones para los partidos.

Esa música no sólo sonaba en Grecia.

Sonaba en toda Europa. Montañas de liquidez y un endeudamiento sin sentido: no me creo que no se preguntaran cómo les iba a devolver Grecia, ese pequeño país, todo este dinero si sólo tiene turismo y agricultura.

¿Por qué se lo dejaron entonces?

Porque ni prestamistas ni prestatarios querían pensar en el día después. Y el día después, cuando estalló la burbuja, el gobierno griego mintió en sus presupuestos, porque, en el fondo, creía que toda la Unión Europea participaba del enjuague y que, de algún modo, acabaría colando.

Y los griegos tienen que pagarla.

No sólo los griegos. A través de la deuda de Grecia, Portugal, Irlanda y España se nos pasa la factura de ese agujero a todos los contribuyentes europeos. Los bancos, la mayoría alemanes y franceses, cubren ese gigantesco impagado en sus cuentas tomando dinero barato al BCE y prestándolo carísimo a los países periféricos tras hacer subir ellos mismos los intereses de esa deuda con rumores de que no podrán devolverla.

Y tal vez no puedan.

No, desde luego, a estos tipos de interés, pero ya verá cómo no dejan de pagar, sino que irán consiguiendo poco a poco nuevas ayudas de la UE, de todos los europeos, para ir así cubriendo el agujero de su banca.

La corrupción también era de los ciudadanos: nadie paga impuestos en Grecia.

Cuando los dirigentes de una sociedad se corrompen, los ciudadanos o lo denuncian y los deponen o lo asumen como un permiso para corromperse ellos también. Y eso fue lo que pasó en Grecia.

Caen las dictaduras árabes, en parte por la corrupción.

Y es maravilloso ver caer otro muro. Cuando hice El proceso con mis amigos Jorge Semprún, Yves Montand y Simone Signoret, que me lo enseñaron todo y me hicieron cineasta, todos creíamos que el estalinismo duraría siglos. A los ciudadanos nos cuesta creer en nuestro propio poder .

¿Cómo se acaba con el totalitarismo?

Basta con un puñado de hombres justos que sean capaces de decir la verdad y después todos seguimos a la verdad. En la mayor parte de las historias, esos justos suelen morir sin que nadie sepa su nombre.

La revolución árabe no tiene líderes.

Las relaciones de poder acaban cambiando cuando se modifican las relaciones económicas. Del mismo modo que las máquinas acabaron con los esclavos, las nuevas tecnologías hacen imposible que un dictador controle todo lo que dicen todos los ciudadanos de su país.

Son buenas noticias.

Pero igual que la innovación da pie al progreso, también hay una reacción conservadora. La historia no transcurre previsible como el curso de un río, sino que da saltos hacia delante y hacia atrás. Recuerde que, antes de llegar a ser una democracia, la Revolución Francesa tuvo terror, imperio, la comuna... No esperemos ahora que los árabes lo hagan todo bien en cuatro días.

¿Cree usted en Europa?

Sólo si tres o cuatro grandes países, tal vez Francia, Alemania, Italia, España... –olvidemos al Reino Unido–, se unen de verdad y lideran el proceso.

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