Donald Trump, el autócrata
Estados Unidos
El presidente gobierna a base de decretos, ataca la separación de poderes y persigue el pluralismo y la prensa libre
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, este viernes durante su comparecencia desde el departamento de Justicia.
En un mundo gobernado por hombres fuertes, los pilares que han sustentado a las democracias modernas exhiben sus grietas, pero no se fracturan: hay elecciones, pero no son competitivas; existe separación de poderes, pero no independencia; y se mantiene cierta libertad de prensa y pluralismo político, pero quienes los ejercen son perseguidos, desprestigiados y demonizados desde el poder.
El politólogo Steven Levitsky, de la Universidad de Harvard, definió en el 2002 un nuevo modelo de autocracia del siglo XXI, que dos décadas más tarde se ha extendido alrededor del mundo: la Rusia de Vladimir Putin, la Hungría de Viktor Orbán, El Salvador de Nayib Bukkele, la Venezuela de Nicolás Maduro, la Turquía de Recep Tayyip Erdogan o la India de Narendra Modi son algunos ejemplos de lo que califica como “autoritarismo competitivo”.
En un reciente artículo en The Atlantic, Levitsky avisa de que, “en sus primeras semanas de regreso al poder, Donald Trump ya ha avanzado con fuerza en esa dirección. Está intentando purgar la administración pública y dirigiendo investigaciones politizadas contra sus rivales. Ha indultado a partidarios paramilitares violentos y está tratando de tomar unilateralmente el control del gasto del Congreso. Se trata de un esfuerzo coordinado para atrincherarse, consolidar el poder y debilitar a sus rivales”.
Después de casi dos meses gobernando a base de decretos –ha firmado 128 órdenes ejecutivas–, la casa de la democracia americana, que se creía una proeza de la arquitectura institucional por sus equilibrados pesos y contrapesos, se está tambaleando. Los acontecimientos de la última semana son buen ejemplo de ello.
Los agentes migratorios irrumpieron en un apartamento propiedad de la Universidad de Columbia (Nueva York), arrestaron sin orden judicial y revocaron el permiso de residencia permanente del activista palestino Mahmoud Khalil, uno de los líderes del movimiento que el año pasado se extendió con acampadas por las facultades de todo el país en contra del envío de armas a Israel para masacrar Gaza. Trump, que justificó su detención por su supuesto antisemitismo, avisó de que este es solo el principio de la represión de la protesta, que se creía un derecho sagrado en Estados Unidos.
“Este es el primer arresto de muchos que están por venir. Sabemos que hay más estudiantes en Columbia y otras universidades de todo el país que han participado en actividades proterroristas, antisemitas y antiamericanas, y la Administración Trump no lo tolerará. Muchos no son estudiantes, son agitadores a sueldo. Encontraremos, detendremos y deportaremos a estos simpatizantes terroristas de nuestro país, para que no vuelvan nunca más”, publicó a través de su plataforma, Truth Social.
En paralelo, canceló subvenciones y contratos federales de la Universidad de Columbia valorados en unos 400 millones de dólares, el último ataque a la educación superior, ya amenazado con recortes si mantienen su lenguaje y sus programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) para favorecer la admisión de estudiantes afroamericanos, mujeres o de bajos ingresos. El próximo paso será, según lleva semanas avisando, intentar cerrar el departamento de Educación, lo que es competencia del Congreso, y eliminar todo tipo de becas y ayudas a estudiantes y a la investigación.
Otro episodio de esta semana preocupó a los analistas y expertos en la democracia estadounidense. El viernes, Trump dio un vengativo discurso de una hora y cuarto en el departamento de Justicia, en el que llamó a procesar a sus adversarios políticos, dijo que se debería “ilegalizar” a la CNN y otros medios que le critiquen, y encarcelar a los jueces y fiscales involucrados en sus cuatro imputaciones penales y una condena, que le convirtió en el primer delincuente en jurar el cargo.
No es habitual que un presidente comparezca desde la sede de la fiscal general: los mandatarios, incluido él en su primer mandato, suelen evitarlo como señal de que la política no se inmiscuye en los asuntos judiciales. Pero él, desde el departamento que le procesó por su intento de anular los resultados de las elecciones del 2020 y por retener documentos clasificados tras abandonar el poder, se proclamó el “responsable de la aplicación de la ley” en el país y se regodeó en su triunfo electoral, en lo que pareció un discurso de campaña que comenzó con su himno de cabecera, God bless the USA de Lee Greenwood y terminó con YMCA de The Village People.
Pam Bondi, la fiscal general, le mostró el nuevo cuadro que preside el departamento: el retrato presidencial de Trump, cuyo gesto es idéntico al de su ficha policial. En su largo discurso, el presidente proclamó el fin de “cuatro largos años de corrupción, instrumentalización de la justicia y rendición ante delincuentes violentos”. Y anunció que instrumentalizará la justicia para perseguir a sus rivales políticos: “El pueblo estadounidense nos ha dado un mandato y lo que pide es una investigación a gran escala sobre la corrupción de nuestro sistema”, dijo. “Expulsaremos a los actores deshonestos y a las fuerzas corruptas de nuestro gobierno. Vamos a exponer sus crímenes atroces y su mala conducta, a niveles que no se han visto antes. Va a ser legendario“. Se refirió a los tribunales que le procesaron como “escoria”, a los jueces como “corruptos” y a los fiscales como “trastornados”. “Son mala gente, son gente realmente mala”, dijo: “Quienes nos hicieron esto deberían ir a la cárcel”.
Los republicanos comienzan a fijarse en las elecciones legislativas del 2026 y reclaman un tercer mandato de Trump en el 2028
Si la separación de poderes y el pluralismo político son dos pilares fundamentales en democracia, las elecciones son condición sine qua non. Después de instigar el asalto al Capitolio el 6 de enero del 2021, con el argumento de que se había producido un fraude electoral, Trump y sus aliados están insistiendo en su segundo mandato en la necesidad de una reforma electoral, algo que su mano derecha, Elon Musk, lleva tiempo diciendo que debe ocurrir, y en lo que insistió la semana pasada después del discurso de Trump ante una sesión conjunta del Congreso. Dijo a través de su red social, X, que los republicanos van camino de lograr “al menos 60 senadores” en las elecciones de mitad de mandato del 2026, que suelen castigar al partido en el poder, y que será necesaria una reforma “para asegurarnos de que los demócratas no amañan las elecciones”.
No es la única señal de la intención de perpetuar al movimiento MAGA en el poder. Tan solo tres días después de la investidura de Trump, el representante de Tennessee Andy Ogles presentó un proyecto para enmendar la 22ª enmienda de la Constitución, que limita el ejercicio de la presidencia a dos mandatos, para permitir al republicano presentarse a un tercer periodo en el 2028. Trump, el presidente electo de mayor edad, que ha sugerido en múltiples ocasiones la idea, tendrá entonces 82 años. Quizás su edad es en estos momentos el principal límite a su perpetuación en el cargo, pero con su radical presidencia ya ha establecido los cimientos de una autocracia competitiva en América.