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La guerra en el cuerpo de las mujeres

Consecuencias del conflicto congolés

Las violaciones y las torturas sexuales se disparan en Congo con el avance de los milicianos rebeldes del M23

Las mujeres trabajan en el campo y, cuando se alejan de sus aldeas, son presa fácil de los soldados y los rebeldes

XAVIER ALDEKOA

Esta crónica empieza sin palabras y un horror desconocido. Noma es la más joven de la habitación del centro hospitalario, donde una veintena de mujeres abarrotan el espacio y se reparten entre las camas y el suelo. Noma es la más joven pero no se aguante de pie.

La joven, de 15 años, apoya los brazos en una mesa y esconde su cabeza entre ellos como si quisiera dormir un poco. Como si quisiera huir del mundo. “No hablará. Desde que todo pasó, no ha dicho nada, llegó muy mal”, explica una enfermera. Y la mujer tendrá razón: Noma no pronunciará una sola palabra mientras sus compañeras relatan una a una como hombres armados las violaron sin piedad. Cada una con detalles diferentes, con autores distintos, con el mismo dolor reciente.

Soldados del M23, junto a un busto del expresidente Laurent Kabila.

YEONGSHIN MUBAWA / EFE

Todas han sido violadas en las últimas 24 horas. De vez en cuando, Noma levanta la cabeza para soplar suavemente mientras aprieta los párpados cerrados. Le duele. Y en ese gesto, y en un silencio pegajoso que es en realidad un grito sordo, se condensa el horror de una guerra en Congo que asalta como nunca el cuerpo de los mujeres.

Los expertos y profesionales sanitarios del país, acostumbrados a la violencia sexual durante años, alertan de la alarmante ola de violaciones que golpea el este congolés en las últimas semanas tras el avance del grupo rebelde M23. 

Fabien, director de un centro hospitalario cerca de Bulengo, al norte de Goma, pide anonimato para desahogarse. “Llevo veinte años trabajando aquí y no había visto jamás estos niveles de crueldad y la cantidad de agresiones en tan poco tiempo. Esta es una localidad pequeña y cada día nos llegan entre diez y quince chicas violadas por hombres armados. A algunas les han metido botellas rotas o cuchillos por la vagina. Es horrible”. El sanitario hace una pausa y fija la mirada, como si calculara si pudiera sumar terror a lo que acaba de decir. Y puede: “Ayer llegó una niña de once años a la que violaron cuatro hombres delante de su madre, a la que también agredieron después. Es macabro”.

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Las cifras no consiguen abarcar la magnitud de lo que se percibe tras hablar con decenas de mujeres en varias localidades al norte de Goma. Y las cifras son escandalosas.

Los violadores también mutilan los genitales de sus víctimas con cristales y cuchillos

Las Naciones Unidas, por ejemplo, denunciaron que la semana después de la invasión de Goma por parte de los rebeldes tutsi, apoyados por Ruanda, se reportaron 572 casos de violación en la ciudad, 170 de ellos a niñas. Varias organizaciones humanitarias también señalaron que, durante la evasión masiva de presos de la cárcel de Muzenze en la que huyeron 4.000 reclusos tras incendiar las instalaciones, 165 prisioneras fueron agredidas por los reclusos que escapaban. Hay más. Médicos sin Fronteras lleva meses advirtiendo que, a medida que se producía el avance del M23 por el norte de Kivu, las violaciones se disparaban (17.000 en 2023, 38.366 en 2024 solo en sus centros), pero los números no alcanzan para dibujar la realidad en un territorio caótico y en desbandada.

Un hombre quema desperdicios tras un saqueo en Bukavu 

LUIS TATO / AFP

La exigencia del M23 de desmantelar los campamentos de desplazados, que ha significado la huida sin rumbo de cientos de miles de personas, ha disparado la vulnerabilidad de las mujeres. Los rebeldes alegan que han traído al paz a la región y por tanto la gente puede regresar a sus casas –aunque muchas aldeas han sido destruidas y muchos no tienen dónde ir– y culpan de las violaciones a los wazalendo, una milicia que lucha junto al ejército de Congo y cuyos guerrilleros se esconden en las montañas.

El llanto de Angelique, de 42 años y 9 hijos, es un escupitajo en la cara de esa mentira. A pesar de que es cierto que tanto los wazalendo como los soldados del ejército también están detrás de muchas agresiones sexuales -cuando se baten en retirada al perder posiciones ante el M23, los uniformados protagonizan pillajes y violaciones-, Angelique no tiene dudas de quienes les secuestraron a ella y seis amigas durante dos días para abusar de sus cuerpos.

“Nos habíamos juntado siete mujeres para ir a buscar patatas dulces al bosque porque no teníamos nada que comer. Pensábamos que estaríamos protegidas, pero aparecieron unos hombres armados y dijeron que iban a celebrar su victoria con nosotras. Hablaban en kiñaruanda (el idioma principal de Ruanda y de los tutsis del M23) y decían que ahora era su momento. Fueron ellos”. Durante un día y una noche, Angelique y sus seis amigas fueron violadas en grupo por al menos ocho miembros del M23, que las pegaron y vejaron mientras se reían.

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La soledad de Angelique en un centro sanitario de Sake, a una hora de Goma, es la prueba de que las cifras no alcanzan a comprender la pesadilla porque muchas víctimas ni siquiera se tratan las heridas. De las siete mujeres violadas aquel día, solo ella ha ido a pedir ayuda al hospital. “Soy viuda, pero ellas tienen miedo de venir o de que, si se entera su marido, las abandone. Por eso no vienen”.

Las víctimas señalan como autores de las violaciones a rebeldes del M23, a wazalendo, una milicia leal al gobierno, e incluso a soldados del ejército

La keniana Rebecca Wambui Kihui, experta en violencia sexual de Médicos Sin Fronteras, explica que “la violación se utiliza como una forma de venganza y sometimiento del enemigo, al que a veces se odia porque es de una tribu rival. Hemos visto casos de violaciones en casas delante del marido como forma de humillación. Pero hay otro factor clave en un momento de caos como este y es la impunidad. Los autores saben que no van a pagar”.

En la sala donde hemos iniciado esta crónica, la joven Noma sigue en silencio y con la cabeza escondida entre los brazos. Una enfermera le coloca la mano con suavidad en el hombro, en un intento de reconfortarla. En cuanto nota el tacto de la mano, Noma se aparta con un temblor instintivo de miedo o de asco quizás, como si quisiera que el mundo la dejara en paz.