Donald Trump ha propuesto desplazar a los dos millones de palestinos que viven en Gaza y convertir la franja en la “Riviera de Oriente Próximo”, un territorio que será propiedad de Estados Unidos y que, una vez reconstruido, se convertirá en un lugar “para todo el mundo”.
La iniciativa supone enviar miles de soldados norteamericanos a Gaza con la misión de llevar a cabo una limpieza étnica. Implica forzar a Egipto y Jordania a acoger a los palestinos desplazados y convencer a Arabia Saudí para que no insista más en la creación de un estado palestino. Exige, asimismo, invertir miles de millones de dólares durante más de una década.

Trump y Newtanyahu, este martes, en el despacho Oval de la Casa Blanca
El plan es irrealizable y Trump lo sabe. No es tonto. Es un constructor y sabe que no es un buen negocio. Va en contra de hacer América grande de nuevo.
Dice que transformar un espacio arrasado donde han muerto más de 50.000 personas sería lindo y bonito, adjetivos fetiche de su lenguaje kitsch, y no hay duda de que le atrae la obscenidad del reto.
Le gusta la idea de convertir la franja en un gigantesco Gaz-a-Lago, con campos de golf y lagos artificiales, torres de cristal, casinos y amplios espacios escénicos para entretener a turistas árabes, asiáticos, americanos y europeos. Él vive en este mundo de paraísos infantiles, pero en el fondo no quiere poner su nombre en la fachada del rascacielos más alto de la ciudad de Gaza porque es un racista.
La fantasía de Gaz-a-Lago es trumpismo en estado puro
La fantasía de Gaz-a-Lago es trumpismo en estado puro, un movimiento que elimina a las personas y a las instituciones. No existe el pueblo palestino, ni el derecho internacional. No hay convenios que no puedan romperse ni territorio que no se pueda ocupar. La fuerza militar y económica se impone a los derechos humanos y a las patrias de los pueblos inferiores y devuelve al mundo al primitivismo de las guerras y el colonialismo.
Aplauden los autócratas de Moscú y Pekín. Aplauden también los fascistas de las democracias liberales. Aplaude Netanyahu, muy satisfecho con la pantomima de su amigo Trump.
En todo caso, Trump no ha improvisado una solución estúpida para uno de los conflictos más irresolubles del mundo con la intención de llevarla a cabo, sino de salvar a su amigo Beniamin Netanyahu, aliado clave en la liga populista internacional que ahora dirige.
Bibi Netanyahu no lo está pasando bien. Alardea de haber visitado catorce veces la Casa Blanca, más que ningún otro dignatario. Trump lo ha recibido a él antes que a ningún otro.
El primer ministro saca pecho, pero está en una posición muy difícil. Gaz-a-Lago es una cortina de humo para ocultar su fragilidad y, al mismo tiempo, una estrategia para que no pase nada.
Netanyahu testifica casi cada semana en tres causas penales por fraude y corrupción. El proceso avanza y los cargos son tan graves que puede acabar en la cárcel.

Netanyahu y su esposa Sarah
Su esposa Sarah también está implicada. Es sospechosa de haber sobornado a varios testigos. Hay una investigación judicial en marcha contra ella. Lleva dos meses en Miami con su hijo Yair, un radical que bombardea las redes con mensajes supremacistas. Juntos han ido a cenar a Mar-a-Lago.
Netanyahu se ha opuesto a que una comisión independiente investigue las causas que llevaron a la matanza del 7 de octubre del 2023. Parece demostrado que autorizó envíos mensuales de dinero en efectivo a Hamas, más de mil millones de dólares en total, que entraron en Gaza desde Israel. Creía que así controlaría al monstruo y ahora que este error ha provocado una tragedia sin precedentes, el infierno de la historia lo espera con las brasas a punto.
La comisión se pondrá en marcha tan pronto como Netanyahu pierda la mayoría parlamentaria, que ahora es de un solo escaño.
Los partidos ultranacionalistas que le apoyan no están de acuerdo con el alto el fuego en Gaza. Quieren seguir luchando, aunque sea a costa de la vida de los rehenes judíos. Netanyahu les asegura que la tregua es solo temporal, que el ejército está listo para volver al combate.
Las negociaciones para la segunda fase del alto el fuego se han iniciado en Doha. El objetivo es completar el canje de rehenes por prisioneros palestinos y crear las condiciones para una “calma duradera”. David Barnea, jefe del Mosad, sin embargo, ya no está al frente de la delegación israelí. Netanyahu lo ha sustituido por Ron Dermer, el ministro de Asuntos Estratégicos y uno de sus más fieles servidores. Barnea es partidario de completar la negociación y extender la tregua. Dermer, no. La misión de Dermer es alargar las conversaciones todo lo que pueda. No hay prisa para liberar a la cuarentena de rehenes que siguen en poder de Hamas.
Mientras tanto, mientras al mundo se le cae la mandíbula escuchando a Trump, Netanyahu sobrevive. El primer ministro gana tiempo y lo utiliza para ganar aún más tiempo. ¿Cómo? Con Gaz-a-Lago.
La fantasía faraónica de Trump le permite distraer a sus aliados políticos. La distracción general le permite, asimismo, aumentar la represión en Cisjordania, el territorio que de verdad le interesa ocupar. Gaza puede ser un enclave estadounidense, la promoción inmobiliaria más hortera del mundo, pero Cisjordania es Judea y Samaria, regiones del Gran Israel.
Gaz-a-Lago es un un ejemplo muy claro del mundo que la liga populista internacional intenta alumbrar, un orden basado en la política de la eternidad, la que se justifica en el origen inocente y mítico de los pueblos escogidos y se proyecta al infinito tecnológico y supremacista.
El juego de espejos, la distracción permanente con propuestas y promesas fantasiosas, facilita el dominio y la sumisión de millones y millones de personas.