“Taylor Swift decantará las elecciones en Estados Unidos”. Creo haber leído esta afirmación más de una vez cuando las encuestas señalaban un empate entre Donald Trump y el todavía presidente-candidato Joe Biden. La famosa cantante, mujer blanca multimillonaria, claramente identificada con los demócratas, se hallaba en el cenit de su carrera. Una masiva audiencia la consagraba como emblema del feminismo. Entre marzo y agosto del año pasado realizó conciertos en veinte ciudades de los Estados Unidos. Vendió 4,3 millones de entradas. Triunfó. El huracán Swift era la gran esperanza de los demócratas. Releer hoy, precisamente hoy, las crónicas que otorgaban a la cantante de Pensilvania un poder taumatúrgico causa un poco de sonrojo.
He recordado estos días otra gira musical que invita a pensar en la evolución de las corrientes internas en Estados Unidos. Es una gira muy lejana en el tiempo que el cineasta Martin Scorsese rescató del olvido en 2019 al estrenar su segundo documental sobre Bob Dylan. Rolling Thunder se llamaba la gira. Se podría traducir como Trueno rodante. También en aquella ocasión se habló de un huracán. Entre 1975 y 1976, mientras en España se iniciaba la transición, Dylan efectuó una serie de 57 conciertos, repartidos en dos tandas, muchos de ellos en pequeños auditorios del Medio Oeste, donde la crisis moral y económica del país golpeaba fuerte. Estados Unidos había perdido la guerra del Vietnam. El presidente Richard Nixon acababa de dimitir como consecuencia del escándalo Watergate. Su inesperado sucesor, Gerald Ford, había sufrido dos intentos de asesinato en 1975, de los que logró salir ileso. La crisis del petróleo golpeaba a la industria y la inflación horadaba el bolsillo de los ciudadanos.
En estas circunstancias, Dylan toma el volante de un autobús y parte hacia el Medio Oeste al frente de una gira que supondrá su regreso a la canción social. Quieren ayudar a recoser el país. La comitiva, en la que Joan Baez tendrá un papel muy destacado, llega a los pueblos como si fuese una vieja compañía de circo. Bendice la escena el poeta Allen Ginsberg, albacea de la generación beat. Dylan sale a cantar con un sombrero adornado con flores y la cara pintada de blanco. ¿Por qué?
El discurso de Trump está destinado a ese público que observa con resentimiento la acumulación de poder y oportunidades en las grandes ciudades
Se lo he preguntado a Carlos Mármol, colaborador de La Vanguardia en Andalucía, periodista y escritor que lo sabe todo sobre el gran poeta cantor que en 2016 ganó el Premio Nobel de Literatura. Esta es la respuesta: la gira Rolling Thunder se inspiraba en los antiguos minstrels, espectáculos teatrales con números circenses en los que se solía ridiculizar a los negros, razón por la cual los actores se tiznaban la cara. Dylan invierte el sentido de aquella tradición. Se pinta el rostro de blanco y canta Hurricane, himno huracanado que defiende la inocencia de un hombre negro que se halla en prisión. La gira sale en defensa del boxeador negro Rubin ‘Hurricane’ Carter, acusado de un triple homicidio. Dylan saca a la luz su caso y lo convierte en una causa nacional. Diez años más tarde, el juez de apelación lo dejará en libertad ante la evidencia de que las pruebas habían sido falseadas y que la policía había actuado por motivaciones racistas.
Poco después de la gira circense de los rostros pintados de blanco, el hijo de un rico granjero del estado de Georgia, también llamado Carter, se convertirá en presidente de los Estados Unidos, derrotando por la mínima al republicano Ford. Jimmy Carter era un gran admirador de Bob Dylan, al que invitó a la Casa Blanca. “Canciones como Like a Rolling Stone me enseñaron a apreciar el dinamismo del cambio en la sociedad moderna”, dijo el nuevo presidente en un discurso.
Sería algo aventurado afirmar que Rolling Thunder contribuyó a girar la tortilla, pero está claro que entre 1975 y 1976 se formó un huracán. Desmoralizado por la guerra, por las trampas de Nixon y por la depresión económica, Estados Unidos decidió girar levemente a la izquierda. Había señales de una grave ruptura social y la generación de los derechos civiles consiguió retrasarla. Dylan, siempre huraño, siempre hermético, siempre genial, no ambicionaba conciertos oceánicos. Eran otros tiempos. Quería cantar con la cara pintada de blanco ante pequeños auditorios. El humanista Carter, fallecido hace poco, después de cumplir cien años, no consiguió la reelección en 1980, arrollado por Ronald Reagan y la promesa de que América volvería a ser grande bajando los impuestos. Recuperar el país. Esa ansiedad se repite constantemente en la historia de los Estados Unidos.
Recuperar el país. Recoserlo. Pese a su enorme popularidad, Taylor Swift solo contribuyó a propulsar un huracán urbano el pasado 5 de noviembre del 2024. Los demócratas ganaron de manera irrefutable en las grandes áreas metropolitanas, dejando el resto del territorio en manos de Trump. El reflejo espacial de las elecciones muestra al menos dos realidades. Vamos a verlo con la ayuda de Santiago Fernández Muñoz, profesor de Geografía Humana en la Universidad Carlos III de Madrid. El voto demócrata se concentra principalmente en las dos costas. En la costa Oeste, desde la frontera con Canadá hasta México. En el norte de la costa Este, desde Maine y Nueva Inglaterra hasta Washington DC, incluyendo la megalópolis atlántica que conforman Boston, Nueva York, Washington y Filadelfia. Entre ambas costas, hay una mar de estados de clara mayoría republicana, con las únicas excepciones de Colorado, Illinois, Minnesota y Nuevo México. Fly over states es la expresión que usan despectivamente algunos norteamericanos para nombrar los territorios situados entre los dos océanos, sobrevolados por los aviones que comunican las grandes ciudades litorales: Nueva York, Boston, Filadelfia, Los Ángeles, San Francisco, Seattle...

El resultado por condados de las elecciones presidenciales en EE.UU. En rojo, ganó Trump. En azul, Harris
Los fly over states son los estados del medio en los que los viajeros nunca se detienen y en los que la mayoría de Trump ha sido muy clara. Ya lo fue en 2016 y ahora el fenómeno ha sido mucho más intenso. Si en lugar de ver el mapa de las elecciones por estados se observa por condados, la unidad administrativa básica, se comprueba la enorme desigualdad territorial de los resultados: Trump ganó en la gran mayoría del territorio norteamericano con un resultado mucho más favorable que el obtenido en voto popular. Tal y como preveían las encuestas, arrasó en los espacios rurales, superando el 63%.
En las grandes zonas urbanas el balance es el contrario. Kamala Harris superó el 60% de los votos en ellas, mientras Trump no alcanzaba el 35%. En las ciudades grandes ganó Harris con la misma contundencia con la que el republicano se ha impuesto en las áreas rurales. Los porcentajes de votos son apabullantes. En Manhattan, Kamala obtuvo el 82% de los votos; en Brooklyn el 72%, en Los Ángeles el 64%, en San Francisco el 80%, en Portland el 79%, en Seattle el 74%, en Boston el 77%, en Filadelfia el 79%. También fue muy clara la victoria de los demócratas en las grandes ciudades del Medio Oeste: en San Luis, capital del estado de Missouri, 60%, Nueva Orleans, Luisiana, 82%, Miami, Florida 58%, incluso en la capital de Nebraska, la ciudad de Lincoln, ganó Harris con el 51%, cuando en el conjunto del estado no llegó al 39%.
También en Silicon Valley ganó con claridad Harris con más del 68% de voto en el condado de Santa Clara, donde se localizan las mayores empresas tecnológicas. Los titulares a veces confunden. Los fundadores y propietarios de las grandes empresas tecnológicas se han pasado con armas y bagajes al bando de los republicanos, pero sus profesionales continúan optando por los demócratas.
El cambio más significativo respecto a los resultados de las presidenciales del 2020 fue el claro avance de Trump en las zonas suburbanas, donde los porcentajes de voto se igualaron, pese a lo cual se produjo una victoria de Harris por un 52%. Los espacios suburbanos tienen una singular importancia en Estados Unidos. Se trata de las interminables urbanizaciones de viviendas unifamiliares muy semejantes entre si, separadas por autopistas y grandes centros comerciales, que técnicamente se designan como sprawl, el ‘desparrame’. Las zonas suburbanas han iniciado un movimiento de aproximación al resentimiento rural.

Taylor Swift durante la gira ‘The Eras Tour’
No todo es culpa de los teléfonos móviles, internet y las redes sociales. Los resultados de Estados Unidos consolidan una fractura iniciada en los años noventa o quizás antes, que está separando cada vez más a los habitantes de las grandes regiones urbanas de aquellos que habitan en las áreas rurales. Una fractura que hoy es perfectamente visible en los principales países europeos. El referéndum del Brexit en 2016 lo puso crudamente de manifiesto. El 60% de los habitantes del Gran Londres votaron a favor de la Unión Europea. El conjunto de las áreas rurales de Inglaterra y Gales se decantó claramente por la salida de la UE.
En Francia, la brecha urbano-rural es también clave para entender el movimiento de los chalecos amarillos y el constante crecimiento electoral del Reagrupamiento Nacional (antes Frente Nacional). En Italia, el Partido Democrático reina en Milán y tiende a ganar en las grandes ciudades, mientras que los Fratelli d'Italia de Giorgia Meloni son los príncipes de la provincia. La misma fractura la veremos en las elecciones federales alemanas del próximo 23 de febrero, especialmente intensa en los länder del Este. España es distinta y eso merecerá capítulo aparte.
Se está configurando un mundo de grandes regiones urbanas, en las que se concentran las decisiones, los principales servicios públicos, el crecimiento económico y demográfico, la inversión, tanto pública como privada, la innovación, las empresas más dinámicas y las personas con mayor nivel de estudios y renta. Los burgueses en el sentido medieval del término (habitantes de los burgos) se mueven sólo entre estos espacios urbanos y sobrevuelan los territorios rurales cada vez más ajenos para ellos en usos, costumbres y quizás lo más relevante: en expectativas. Todos los informes de prospectiva para las próximas décadas apuntan a que se profundizará la tendencia a la concentración del crecimiento en los territorios urbanos. Los territorios que quedan fuera de ese circuito devuelven el golpe.
El discurso de Donald Trump ayer en el Capitolio, después del juramento, estaba básicamente destinado a ese público que observa con resentimiento la acumulación de poder y oportunidades en las grandes ciudades. Trump va a gobernar en coalición con la oligarquía tecnológica que sueña con colonizar Marte gracias a la gasolina del resentimiento rural. En la América rural se produce el combustible vital que está convirtiendo a Elon Musk en un personaje desatado. Musk efectuó anoche el saludo nazi, el brazo extendido con la máxima energía, ante los seguidores de Trump.
Bob Dylan intuyó algo de eso cuando se pintó la cara de blanco en 1975, intentando ser lo contrario que el Joker, el payaso triste y desengañado que décadas después saltaría a la pantalla para convocar la venganza del hombre blanco humillado. La película Joker se estrenó en 2019, el mismo año en que Scorsese concluyó su documental sobre los juglares que salieron de la gran ciudad para reconciliarse con el condado. ¿Qué queda de Rolling Thunder? Dylan, siempre esquivo, siempre huraño, siempre eterno, responde: “Nada. No queda nada. Solo cenizas”.
(Este nuevo capítulo de ‘Penínsulas’ ha contado con la colaboración de Santiago Fernández Muñoz, profesor de Geografía Humana en la Universidad Carlos III de Madrid, socio de SILO y antiguo jefe de proyectos de la división de Evaluación de Políticas Públicas de la AIReF.)