La ambición expansionista de Donald Trump con Groenlandia, Canadá, el canal de Panamá y el golfo de México puede parecer el capricho de un inversor multimillonario, envalentonado por una contundente victoria en las elecciones presidenciales de la primera potencia mundial. Pero es el retorno a uno de los principios que ha guiado la geopolítica de Estados Unidos durante gran parte de su corta historia: la expansión territorial en el continente americano como su área de influencia y protección frente a la intervención de potencias extranjeras. O, en la síntesis atribuida al presidente James Monroe e ideada por su secretario de Estado, John Quincy Adams, “América para los americanos”.
Justificado por “motivos de seguridad nacional”, también es el comportamiento de los grandes poderes en este mundo multipolar: China y Rusia llevan años tratando de expandir su influencia en sus alrededores, ya sea construyendo bases militares en pequeños islotes en el Mar de la China Meridional, ocupando Chechenia, Transnistria, Abjasia, Crimea, Luhansk o Donetsk, estableciendo relaciones desiguales de dependencia económica con los países vecinos o interfiriendo directamente en sus debates políticos internos.
Con su renovada Doctrina Monroe, Trump legitima estos comportamientos contrarios a la Carta de las Naciones Unidas, una organización intergubernamental que se ha demostrado incapaz de frenar la anexión de territorios por parte de las grandes potencias. Especialmente, cuando estas tienen poder de veto en su Consejo de Seguridad, como es el caso de China, Rusia y Estados Unidos.
Como un inversor que visita un inmueble con gran potencial, el hijo del presidente electo, Donald Trump Jr., viajó el martes a Nuuk, la capital de Groenlandia, en el avión Trump Force One de su padre. Junto al influencer ultraconservador Charlie Kirk, grabó una serie de videos enseñando sus “increíbles vistas” y proclamando la isla –la más grande del mundo, repleta de recursos energéticos y minerales, y con acceso al lucrativo Ártico, cuyo deshielo abrirá nuevas rutas comerciales– como parte del movimiento Make America Great Again.
Una hora después, en una larga rueda de prensa en su club de Mar-a-Lago en Florida, su padre no descartó el uso de la fuerza militar contra Groenlandia territorio autónomo perteneciente a Dinamarca, un país de la OTAN. Llegar a tal extremo, contra una isla que la primera ministra danesa insiste en que “no está en venta”, supondría una profunda transformación de las alianzas que han moldeado el mundo desde la Guerra Fría. La razón de ser de la Alianza Atlántica, más allá de la cooperación militar, es su acuerdo de defensa mutua, que en la sección 5 del tratado establece que un ataque sobre un miembro es un ataque contra todo el bloque.
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Trump no descarta el uso de la fuerza en Groenlandia, lo que violaría el tratado de defensa mutua de la OTAN
Aunque la expansión de los límites territoriales no estaba en la larga lista de promesas electorales de Trump, autodefinido como “el único que puede evitar la tercera guerra mundial”, no es contradictoria con algunas de sus propuestas, como poner fin al apoyo a Ucrania y a lo que llama “guerras eternas” en Oriente Medio, o su aversión al multilateralismo y su descrédito de la propia OTAN. Estados Unidos podría abandonar algunas de sus alianzas internacionales en Europa y Asia, que Trump considera que no le benefician, y usar esos recursos para expandirse en su propia área de influencia.
“América no sale al extranjero en busca de monstruos a los que destruir”, dijo John Quincy Adams en 1821. Trump estaría de acuerdo. Aunque no niega el interés estadounidense en el exterior, por ejemplo, en la defensa estratégica de Israel, sitúa la prioridad geopolítica en el continente americano.
La concepción inicial de la Doctrina de James Monroe, el quinto presidente de EE.UU. (1817-1825), buscaba evitar la intervención de las monarquías europeas en América, donde, como su joven país, varias colonias hispanoamericanas se habían independizado. A medida que Washington fue ganando poder militar, la Doctrina evolucionó desde una postura defensiva a una intervencionista. En 1845, el presidente James K. Polk anexionó Texas para que no se convirtiera en “aliado o dependiente de alguna nación extranjera más poderosa” que EE.UU. Al año siguiente, Polk invocó la Doctrina para justificar una guerra con México que expandió la soberanía estadounidense sobre California y el suroeste americano. En 1867, el presidente Andrew Johnson la invocó en la compra de Alaska.
En la década de 1890, se entendió que la Doctrina Monroe implicaba que todo el hemisferio occidental era estadounidense, y se usó para justificar la intervención en disputas territoriales en Latinoamérica, incluida la guerra con España, que otorgó a EE.UU. la isla de Puerto Rico y un nuevo protectorado en Cuba. En 1903, Theodore Roosevelt intercedió para garantizar la secesión de Panamá de Colombia, y se aseguró el derecho exclusivo a construir el canal de Panamá, que estuvo bajo control estadounidense hasta que lo cedió Jimmy Carter en 1977.
En su rueda de prensa en Mar-a-Lago, Trump criticó esa decisión como un error histórico: “El canal de Panamá es vital para nuestro país y está siendo operado por China. Nosotros dimos el canal a Panamá, no a China”, aseguró, dando a entender, como la Doctrina Monroe, que EE.UU. tiene derecho sobre la región y debe evitar el provecho de potencias extranjeras. También señaló que está dispuesto a usar la “fuerza económica” para convertir a Canadá en el 51º Estado del país, porque “Canadá y EE.UU., ¡eso podría ser poderoso!”.