Siria enfrenta una transformación radical tras la abrupta caída de Bashar al-Assad, cuyo régimen de más de medio siglo colapsó en solo 11 días. Los rebeldes de Tahrir al-Sham (HTS) han tomado el control de las principales ciudades, incluida Damasco, donde reina un caos marcado por saqueos y el vaivén de los coches. En medio de esta agitación, miles de personas celebran la salida del dictador, ahora refugiado en Moscú, mientras los retratos de al-Assad son destruidos y edificios gubernamentales asaltados. Sin embargo, la incertidumbre predomina en las calles ante el vacío de poder y las intenciones de los nuevos líderes.
Uno de los mayores focos está en la búsqueda de los desaparecidos durante el régimen, especialmente en la prisión de Sednaya, conocida por su brutalidad. Algunos opositores han sido liberados del penal, mostrando claros signos de tortura, mientras continúa la exploración en sus niveles más profundos. Las familias, muchas de las cuales llevan años buscando a sus seres queridos, se congregan en Damasco con la esperanza de hallarlos, en un escenario donde los soldados y funcionarios del régimen han abandonado sus puestos, dejando tras de sí uniformes y documentos.
Aunque el fin del régimen de al-Assad ha marcado un hito en la historia de Siria, el futuro del país es incierto. Los líderes de HTS, considerados una organización terrorista por la ONU y Estados Unidos, han prometido proteger a las minorías étnicas y religiosas, pero persisten temores de que esta milicia se convierta en una nueva versión del Estado Islámico. Mientras algunos declaran el fin de la guerra, queda por ver cómo el grupo dirigirá el país y si podrá consolidar un gobierno que represente a la diversa población siria.