Un tipo disfrazado de Donald Trump se entromete en el tráfico insoportable de la Quinta Avenida de Nueva York. Francamente la imitación es perfecta. El traje azul con camisa blanca sobre una barriga, una corbata larga por debajo de la entrepierna y una careta idéntica. Dirige la circulación desde el medio de la vía, aunque los coches no se dan por aludidos y le castigan con la indiferencia. Turistas de todo el mundo filman sorprendidos el espectáculo que, por supuesto, tiene como paisaje de fondo la torre Trump, a pocos metros del Central Park. La policía lo permite, como permite, en el país del liberalismo, la exposición en una furgoneta abierta de un muñeco de tamaño natural e implícitamente vulgar de Donald Trump penetrando, con los pantalones bajados, a una mujer con una pierna elevada en dirección a Pinto y la otra en dirección a Valdemoro. El vehículo se mueve en dirección a Greenwich Village, y nadie reivindica su discutible pero eficaz autoría.
Nueva York es demócrata sin discusión y se mofa del candidato republicano a pesar del cordón umbilical que engancha a Donald Trump con Manhattan: un treinta por ciento del rascacielos del 1290 de la avenida de las Américas, dos contratos de arrendamientos en la calle 57 y, por supuesto, la torre Trump de 58 pisos y 200 metros de altura.
Nueva York son tantas cosas a la vez que tiene nombre propio y se presenta a los foráneos como saludándolos: “Hola. Me llamo Nueva York. ¿Y tu? Probablemente por eso es de lectura obligada el libro que escribió el corresponsal de La Vanguardia Francesc Peirón titulado precisamente Me llamo Nueva York (atención a la historia de una mujer judía que sobrevivió al campo de concentración de Auschwitz y que ahora oficia bodas gay). Por eso no debería sorprendernos el desmadre de ver el show de un Donald Trump de plástico y otro de carne y sobrepeso excediéndose en la barbaridad de este personaje que, no olvidemos, fue y puede volver a ser presidente de los EE.UU.
Nueva York es tantas cosas a la vez, que tiene nombre propio
Es día de elecciones en Nueva York, pero este domingo pasado en The Shed, un conocido centro de arte, se acumulaba la gente para votar anticipadamente. El local, enganchado al Little Spain, el restaurante del catalán Carles Tejedor, se llenaba de votantes demócratas (las entrevistas realizadas son cien por cien favorables a la demócrata Harris) más como efecto o deseo anti-Trump que pro-Kamala.
Y podría ser, al tiempo, que estas elecciones norteamericanas muestren al mundo una nueva tendencia democrática: con su voto el ciudadano va a evitar al otro candidato (o la otra), y de esta manera no le gobernará quien realmente detesta.