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Raider, el perro que refuta a Trump en Springfield

Elecciones en EE.UU.

La ciudad de Ohio se avergüenza del bulo de que los haitianos se comen sus mascotas, pero se queja de la presión migratoria

Raider pasea de la mano de David Bentley por Springfield

Francesc Peirón

Raider está sano y a salvo.

“No he cambiado para nada mis hábitos ni los de mi mascota”, se carcajea David Bentley.

Después de dos días de búsqueda por Springfield (Ohio), un perro aparece en público, por fin. Este ejemplar de cuatro años, mezcla de dálmata y pitbull, ilustra Bentley, se mueve con pachorra ante la irrupción del extraño, evidencia de que no siente el desasosiego del superviviente ni le asusta convertirse en asado.

“Que los haitianos se comen gatos y perros es un montaje, pero lo hicieron correr por una agenda política sin tener en cuenta los daños a esas personas y a la ciudad”, remarca Bentley, afroamericano de 56 años.

Nació y se crio en esta ciudad, de la que se ausentó durante tres décadas por sus destinos en el ejército. “Cuando era joven, este lugar era muy familiar y próspero. Al regresar, me encontré que aún perduraban las heridas de una decadencia industrial que provocó la desaparición de cantidad de trabajos. Sin embargo, he visto estos últimos años cómo se recuperaba y los haitianos son una fuerza importante en este reflotamiento”, explica. “Nunca he tenido problemas con ellos”, apunta.

“Es una manera de deshumanizarnos”, señala una enfermera que salió de la isla cuando tenía 17 años

El rumor de que se zampaban las mascotas se difundió en las redes. Todo podría haberse quedado en otra leyenda urbana local, de no haber mediado Donald Trump, el candidato republicano a la presidencia. La habladuría la amplificó nacional e internacionalmente en el debate que mantuvo a primeros de septiembre con su rival, la vicepresidenta Kamala Harris.

De pronto, el boom en esta ruta conspirativa que va de Aurora (Colorado) y los venezolanos a Sprinfgield y los haitianos. El discurso es el mismo. Sembrar el miedo al foráneo para sacar rédito electoral.

Así que esta localidad de Ohio entró en el punto de mira de supremacistas blancos, como los del Ku Klux Klan. El alcalde republicano, Rob Rue, calificó la cuestión de “respuesta odiosa” a la inmigración. “Vuestras mascotas están seguras”, dijo. Un grupo de neonazis puso una esvástica frente a su casa.

A las seis semanas, el dolor y el sonrojo continúan palpables ante esa fractura causada por los desmanes de la xenofobia.

Los residentes en Springfield tratan de desmarcarse. Todos, o casi, niegan el mascoticidio , si bien utilizan el asunto para reivindicar agravios. La primera voz que se pronuncia es Candid, la recepcionista (blanca) del hotel. “El problema no son los perros y los gatos. La cuestión es que ha venido mucha gente en muy poco tiempo”, señala.

“Lo difundió la extrema izquierda para crear el caos en las elecciones”, responde Laura, una mujer blanca, a la puerta de la iglesia católica de St. Raphael. Al insistir que fue Trump el que lo amplificó, matiza que fue un error “de sus asesores”.

Los haitianos dicen que ni quitan empleos a los lugareños ni viviendas, ya que rehabilitan las casas abandonadas

“Se ha salido de proporción”, resume Jim Iholt, de 75 años. “Trump no entendió el problema, que es que tenemos demasiada inmigración. Con los haitianos existe el inconveniente del idioma, pero siempre son educados”, asevera. Mientras, Tom Lofte, otro hombre blanco de cierta edad, insiste en lo de la “presión por el exceso de gente en una pequeña población”. Pero arremete contra la falsedad expandida por Trump. “Siento compasión por los haitianos, no se van de su país por gusto”.

Otra iglesia, alejada del centro, carece de la pompa del templo católico, pero los haitianos rezan, cantan y bailan. Ríete de las misas del Harlem neoyorquino. “Aquí estamos seguros”, susurra Billie Donatien.

“Debéis tener cuidado. Precaución, porque la situación está mal. Si no es por obligación, por ir a trabajar, quedaos en casa. Esto es realmente peligroso”, suplica el pastor Reginald Silencieux en su sermón.

Springfield, de 58.000 habitantes, ha recibido de 12.000 a 20.000 haitianos en época reciente. La inmensa mayoría son legales, acogidos al programa de protección temporal que ofrece el Gobierno estadounidense a refugiados de países que sufren tragedias naturales o por la lucha de poder.

“El miedo que experimentamos nos transporta a Haití, donde éramos atacados en las calles por las bandas a punta de pistola. Esto nos recuerda el mismo escenario, nos quieren hacer sentir el mismo tipo de miedo que nos llevó a la diáspora para buscar una oportunidad en Estados Unidos”, explica Miguel Jerome.

Él estuvo un año encerrado en su casa de Haití, perseguido por enseñar a la gente a ser emprendedora. Las bandas y los golpistas lo veían como un opositor peligroso. En Springfield, ejerce de enlace entre los suyos y las empresas manufactureras. “Facilitó la comunicación porque mis compatriotas no hablan inglés”, aclara. Niega que “roben” ocupaciones a los lugareños – “Sin hablar el idioma solo accedemos a lo que los otros no aceptan”–, o la coacción inmobiliaria. “Estamos rehabilitando viviendas abandonadas por la crisis”, especifica. “Y pagamos impuestos como todos”.

Sostiene que la crisis arrancó en el 2023, cuando una miniván conducida por un haitiano impactó contra un autobús escolar. Murió un niño de 11 años. Corrió que había sido asesinado por un inmigrante. De nada sirvió que Nathan Clark, el padre, lo desmintiera y remarcara que había sido un accidente. Sí, ha servido para que la ultraderecha se haya ensañado con Clark.

“El problema no son los perros y los gatos, sino que ha venido mucha gente”, explica Candid, mujer blanca

“Ahí empezó la agitación. A muchos les salió el odio y hablaban de nosotros como el demonio. Luego vino lo de los gatos y los perros en el debate”, añade Jerome. “Hay haitianos que han dejado el trabajo y que se han ido de Springfield”, matiza.

“Las mascotas son parte de nuestra familia, las consideramos, aunque no las tratamos como aquí, que hasta las sientan a la mesa”, ironiza Fritzêne Ekeh, enfermera que emigró a Estados desde su isla natal a los 17 años. Hoy ejerce en un hospital.

“Es una manera de deshumanizarnos, quieren mostrar que, si somos capaces de comernos sus mascotas, qué no les vamos a hacer a ellos”, afirma.

Esta conversación se registra en el restaurante Rose Goute Creole, muy concurrido por los haitianos. “Vienen porque están como en casa, con platos que no saben a McDonald’s”, replica el propietario, Romane Pierre. Claro que existen chistosos que van y preguntan: “¿Hoy no hay perro?”. Pero Pierre hace una lectura positiva. “Tengo más clientes, nos visitan cantidad de blancos”, confiesa.

La última imagen del downtown de Springfield es la de Bentley y su mascota. Raider posa mirando a la cámara, coordinado con su amigo humano.

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