"Nuestro jefe de Estado no puede ser un extranjero que vive al otro lado del mundo y además solo se dedica al trabajo a tiempo parcial, porque al mismo tiempo lo es de todos los países de la Commonwealth, y antes que nada del Reino Unido”. Planteada así, la posición del Movimiento Republicano de Australia tiene una lógica difícil de rebatir, excepto con el argumento de la tradición, y el muy conservador de que las cosas que funcionan (más o menos), mejor dejarlas como están...
Carlos III no ha atendido a la petición de reunirse durante su viaje al país con los líderes del republicanismo (no es el tipo de titulares que desea su Departamento de Comunicaciones), pero antes de salir de Londres reiteró que “como monarca constitucional, la decisión de si Australia es o no una monarquía corresponde tomarla a los australianos”. En su honor hay que decir que no todos los reyes están tan abiertos a dejar el trono si los súbditos se lo piden.
El primer ministro Anthony Albanese es republicano pero descarta por ahora un nuevo referéndum
Los australianos decidieron en 1999, vía referéndum, que Isabel II siguiera siendo su jefe de Estado, un resultado que pilló a muchos por sorpresa (los sondeos no lo sugerían) y que se atribuye más al desacuerdo sobre cómo se escogería al sustituto del monarca británico, y al hecho de que en el fondo ya formaba parte del paisaje sin molestar demasiado, que al deseo genuino de permanecer bajo su ala.
Pero desde entonces ha pasado un cuarto de siglo, el debate ha resucitado, y el propio primer ministro, el laborista Anthony Albanese, se declara republicano. Ninguno de los dirigentes de los seis estados del país aceptó la invitación de acudir a una recepción en honor a Carlos, con el pretexto de que tenían “otros compromisos”.
Los titulares se los ha llevado una senadora independiente aborigen, Lidia Thorpe (en la foto), que interrumpió su alocución en Canberra para acusarle a voz en grito de genocidio (por el papel de los colonizadores británicos en el exterminio y subyugación de la población nativa). “Esta no es tu tierra y tú no eres nuestro rey”, dijo en el transcurso de una perorata que duró un minuto, hasta que se la llevaron los responsables de seguridad. Después, con la típica flema inglesa, Carlos III continuó su discurso alabando la amistad entre los dos países como si tal cosa.
Cambio de los tiempos
Los australianos decidieron en 1999, vía referéndum, que Isabel II siguiera siendo su jefe de Estado, pero ha pasado un cuarto de siglo...
Cuál sería ahora el resultado de un nuevo referéndum es motivo de especulación, aunque parece que el sentimiento republicano en todo caso ha aumentado, y los líderes de esa posición presentan el viaje del monarca al país como una “gira de despedida”, cruzando los dedos para que sea la última. Lo que sí es seguro es la primera de un rey inglés desde el 2011 (Isabel II hizo dieciséis excursiones a Australia, la última con 85 años).
Pero no todo ha sido hostilidad a Carlos III, ni mucho menos. Las icónicas velas de la Ópera de Sidney fueron iluminadas en su honor, y mucha gente hizo cola en las calles de esa ciudad y de Canberra para verlo pasar junto a la reina Camila y desearle una rápida recuperación del cáncer que padece.
La enfermedad ha reducido la visita a seis días, camino de una cumbre de la Commonwealth en Samoa, cuando en otras circunstancias habría sido un periplo bastante más largo. “La familia real británica es parte de nuestra vida y de nuestra cultura, y giras como esta la acercan a la gente”, dice Philip Benwell, presidente de la Liga Monárquica de Australia.
Muestras populares de cariño
No todo ha sido hostilidad hacia Carlos III y mucha gente hizo cola en la calle para verlo pasar junto a la reina Camila
Al contrario que en el caso de Nueva Zelanda y otras colonias, el Reino Unido nunca firmó un tratado con los aborígenes australianos, una de las demandas de la senadora Thorpe, autora de los insultos a Carlos III. “No podemos rendir pleitesía al colonizador, cuyos antepasados son responsables del asesinato en masa de los nuestros”.
El trato a los nativos y la enorme disparidad entre su calidad de vida (más pobreza, peor salud y educación) y la de los blancos es motivo de constante tensión en el país. El año pasado un referéndum para darles un mayor reconocimiento y derechos fue rechazado.
No podemos rendir pleitesía al colonizador, cuyos antepasados son responsables del asesinato en masa de los nuestros”
Más de la mitad de la población australiana ha nacido en el extranjero o tiene al menos un padre que lo ha hecho. Hasta 1973 el país tuvo una política discriminatoria de inmigración que favorecía a los británicos. Hoy ya no es así, pero de todos modos numerosos médicos y profesionales se instalan allí a pesar de la distancia, porque ganan más y viven mejor. A Carlos III nunca se le ocurriría. Con ser rey a distancia le sobra y le basta. “Que venga cuando quiera, pero a ser posible como turista y sin una corona en la cabeza”, dicen los republicanos.