La cumbre anual de ASEAN más ajetreada de los últimos años se celebra esta semana en el más aletargado de sus miembros, Laos. La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático raramente logra la atención global, a pesar de que agrupa a 700 millones de habitantes (más que la UE), el 7% del PIB mundial y el 8,5% del crecimiento de la última década. Esta vez, sin embargo, la cita en Vientián cuenta con invitados internacionales de primera magnitud.
Será porque empieza a abrirse paso la idea de que en la pugna por la supremacía entre Estados Unidos y China, esta región podría decantar la balanza. De ahí que ASEAN haya sido el marco del primer cara a cara entre el nuevo primer ministro de Japón, Shigeru Ishiba, y su homólogo chino, Li Qiang. O que el primer ministro de la India, Narendra Modi, haya querido acudir en persona, en respuesta a los avances diplomáticos de China en su propio vecindario, desde Nepal a las Maldivas y de Sri Lanka a Afganistán.
Asimismo, los tres ministros de Exteriores con mayor capacidad de intervención en el rumbo de la historia, los de Rusia, Estados Unidos y la propia China, tampoco se han perdido la cita de Laos. No solo para intercambiar cumplidos. Serguéi Lavrov ha acusado a Estados Unidos de llevar a Asia por un camino “de destrucción, al empujar a Japón hacia el rearme”. Antony Blinken, bajo el mismo techo, pero haciendo igualmente oídos sordos y evitando el contacto con su homólogo ruso, prefería dirigirse a Li Qiang, llamándole a evitar cualquier escalada con Taiwán con el pretexto de las declaraciones de ayer en Taipéi, en su “Día Nacional”.
Este elenco ya es de por sí un éxito de ASEAN, organización que aspira a que su territorio no sirva nunca más de campo de batalla para terceros. Cuando además, la diferencia de modelos económicos, abismal hace cuarenta años, se ha reducido enormemente, como lo ha hecho la beligerancia ideológica.
No así la competencia económica, pero los países de ASEAN esperan servirse de esta en propio beneficio, tras escuchar durante décadas que el comercio trae la paz. Un pragmatismo que ha conseguido acercar a Estados Unidos y Vietnam. Sin evitar que China sea, por decimoquinto año consecutivo, el principal socio comercial de ASEAN.
El mayor problema de ASEAN sigue siendo el estado de guerra civil no declarada que atenaza a Birmania desde hace décadas y que se ha recrudecido tras el golpe de estado de hace tres años. La junta militar promete ahora elecciones para el próximo año, en una reedición de la política de reconciliación. Pero algunos actores secundarios, como los Estados Unidos, dicen que esas elecciones no serán creíbles. Forma indisimulada de decir que van a seguir financiando a las organizaciones étnicas con frente político y militar -y a menudo sede en Washington- que combaten contra el Tatmadaw, el ejército birmano.
ASEAN concede a Rangún el beneficio de la duda y cuenta en esta edición con representación del régimen birmano, en este caso, un alto funcionario de su ministerio de Exteriores. Desde 2021, Rangún no había querido mandar a nadie a las cumbres, por el veto a que se tratara de un dirigente político o militar.
Todo lo anterior ha debilitado la influencia política estadounidense en la región, con la excepción de Filipinas, donde vuelve a gobernar la familia Marcos, que saqueó el país durante décadas (ahora en manos del hijo homónimo del dictador Ferdinand Marcos). Filipinas es el estado más beligerante con China en la defensa de lo que percibe como sus aguas territoriales, con una armada china no menos maximalista en sus pretensiones.
No sin consecuencias. El ministro de Exteriores de Malasia reprochó a Manila recientemente que intentara involucrar en la resolución de conflictos regionales a potencias ajenas a la región. Malasia, a su vez, se ve obligada a desmentir que esté a punto de abandonar su política no alineada. No en vano, a finales de mes, acudirá a la cumbre de los BRICS, en Kazán, Rusia, donde podría formalizar su petición de adhesión.
No está claro si le acompañará P. Shinawatra, la nueva primera ministra de Tailandia -su predecesor sí dijo que lo haría- que busca también navegar entre dos aguas. Más de un millón de turistas rusos visitan cada año Tailandia, sin necesidad de visado. Shinawatra ha señalado que “solo la unidad preservará la paz en la ASEAN”. Algo que también vale para Birmania, con cuya integridad territorial se ha comprometido.
Ha extrañado la ausencia del presidente de Indonesia, el popularísimo Joko Widodo, aunque es cierto que cederá el testigo en cuestión de días. Su sucesor -el general Prabowo Subianto- ha prometido elevar el perfil internacional del más populoso de los países de mayoría musulmana. Una vez más, con disposición a mantener buenas relaciones con todo el mundo.
Cuando la embajada estadounidense protestó por el ferrocarril de alta velocidad Yakarta-Bandung -ya en funcionamiento- de construcción china, el gobierno indonesio le contestó que nunca les llegó una oferta alternativa de ninguna empresa estadounidense. Laos seguramente podría decir lo mismo. Y según Bloomberg,
Qiang ha aprovechado bien estos días en Vientián para concretar la extensión de la alta velocidad hasta las puertas de Singapur. La ciudad estado insular que da la espalda a ese ferrocarril, pero que el mes pasado organizaba sus terceras maniobras navales con la armada china -y las de mayor calado- desde 2015, pese a albergar la mayor parte del tiempo a la Séptima Flota estadounidense.
En el caso de Indonesia -como en Malasia y Brunéi- otro factor ha decantado la balanza, hasta el punto de que, según la última encuesta, China ha ganado la batalla de la imagen a Estados Unidos en ASEAN. Se trata del papel de Washington, entre bambalinas, en la ilimitada invasión israelí de Gaza y ahora de Líbano, un asunto todavía más sensible para la población musulmana.
Lógicamente, Antony Blinken, secretario de Estado, se ha referido este viernes en Laos a los esfuerzos de su departamento para atenuar y reconducir el conflicto.
El primer ministro indio, Narendra Modi, por su parte, ha repetido en Laos, como el año pasado en referencia a Ucrania, que “esta no es una era de guerra. Vengo de la tierra de Buda y las soluciones no llegarán del campo de batalla”.
Idea recogida en el mismo foro por el secretario general de la ONU, António Guterres, que denunció los últimos ataques israelíes contra sus tropas de mantenimiento de la paz en Líbano como “una violación de la legalidad internacional”, advirtiendo contra “una guerra total en Oriente Medio”.
La cita de Vientián ha destacado también como primer cara a cara entre el nuevo primer ministro japonés, Shigeru Ishiba, y su homólogo chino, Li Qiang. Este último ha expresado su deseo de “encontrarse a medio camino” en la búsqueda de soluciones a sus disputas con Japón. Aunque Ishiba despierta alguna aprensión en China, también se valora su negativa a acudir al santuario de Yasukuni, que exalta el militarismo y el imperialismo japonés en Asia.
Ishiba no ha dicho ni una palabra sobre su presunta idea de crear “una OTAN asiática”, ni sobre su disposición a alojar -bajo control japonés- algunas ojivas nucleares estadounidenses. En su lugar, este mismo viernes, al atardecer, caía sobre la sala, como una bomba, la noticia del premio Nobel de la Paz otorgado a la ONG japonesa Nihon Hiddankyo, defensora la abolición de las armas atómicas.
Cabe recordar que la política de bloques escribió algunas de sus páginas más sangrientas en el sudeste asiático, en los años sesenta y setenta. No es de extrañar que las guerras de Vietnam y Camboya hayan servido de vacuna a la región, que ahora defiende su neutralidad de forma asiática: No con uñas y dientes, sino de perfil y con buenas palabras.
Por último, merece la pena señalar las palabras, en vísperas de la cumbre, del diplomático de Singapur, Kishore Mahbubani, autor de varios libros sobre el ascenso de China. Este pide a Estados Unidos “mayor claridad sobre sus objetivos” en Asia y que no ponga a sus estados en la disyuntiva de tener que elegir entre Washington y Pekín. Les recuerda, en primer lugar, que ASEAN fue una creación norteamericana, formada por sus aliados asiáticos de finales de los sesenta. Entonces, escasamente democráticos.
Les recuerda, a continuación, que las “teorías del dominó” ya se demostraron erróneas en los años setenta. Abandonar Vietnam no supuso la pérdida del sudeste asiático. En lugar de eso, todos los exaliados de Moscú o Pekín, veinte años más tarde, se habían convertido en miembros de ASEAN. Reprocha, para terminar, que la diplomacia de Joe Biden haya dedicado “mucho más tiempo a Australia, con 27 millones de habitantes, que a ASEAN, con 700 millones”. La falta de sensibilidad en Asia siempre pasa factura.