Joe Biden se ha convertido en un actor secundario de la campaña de su sucesora en el ticket demócrata, Kamala Harris. Alternando actos oficiales y electorales, la vicepresidenta mide sus apariciones para aprovechar estratégicamente su capital político. El papel del mandatario más impopular desde la Segunda Guerra Mundial representa un riesgo, pero también una oportunidad, para una candidata que intenta venderse a la vez como la voz del cambio y la de la continuidad de las políticas populares de su Administración.
Eso explica su intervención conjunta este lunes, Día del Trabajo, en un centro sindical en Pittsburgh, la segunda ciudad más poblada de Pensilvania, el estado natal de Biden y probablemente el más decisivo de los siete swing states en juego el 5 de noviembre. El presidente, que hace un año se convirtió en el primero en acudir a un piquete en la historia del país, mantiene el apoyo de los líderes y las bases sindicales, un sector entre el que hace cuatro años ganó a Donald Trump por más de 20 puntos.
A pesar de que la elevada inflación que ha sufrido Estados Unidos durante su mandato le ha hecho perder el respaldo de parte de la clase trabajadora, según las encuestas, todavía lo mantiene entre los afiliados. Este lunes, unos 600 trabajadores equipados con pancartas de “sindicatos fuertes” lo recibieron como en todas sus apariciones públicas desde que retiró su candidatura: a gritos de “gracias Joe” y “amamos a Joe”, incitados por la vicepresidenta.
“Estaré en un segundo plano, pero haré todo lo que pueda para ayudar”, dijo Biden en su primera intervención conjunta en un acto de campaña (hasta ahora, tan solo habían aparecido de la mano en actos oficiales). El presidente aseguró que Harris “construirá sobre el progreso” de su administración para “seguir mejorando las vidas de los trabajadores sindicados”. Y terminó con sus habituales alusiones a la clase media, el objetivo central de la campaña de la vicepresidenta: “Wall Street no construyó América, la construyó la clase media. Y los sindicatos construyeron la clase media”.
Después de Pensilvania, Biden comparece esta semana en otros dos estados clave del cinturón industrial, Michigan y Wisconsin
El rol de Biden, que esta semana estará también presente en dos actos de campaña en los estados clave de Michigan y Wisconsin, es especialmente útil en estos estados clave del llamado Cinturón del Óxido (Rust Belt), tradicionalmente demócrata, al que también pertenece Pensilvania. Estos estados, en decadencia después de su esplendor industrial en el siglo XX, decantaron las elecciones del 2016, cuando Trump logró arrebatar el voto de la clase trabajadora de sus suburbios, la gran perjudicada por la globalización. Cuatro años después, Biden los recuperó por estrechos márgenes, y se espera que este noviembre vuelvan a ser decisivos.
La presencia conjunta también le es útil a Harris para poner en valor la gestión económica de la administración, que comenzó en medio de la crisis producida por el coronavirus y logró una sólida recuperación, rozando el pleno empleo y manteniendo a raya la inflación, que llegó al pico del 9,1% en junio del 2022 y ahora se encuentra en el 2,9%. El mes pasado, Biden y Harris anunciaron conjuntamente en un acto oficial en Maryland la rebaja del precio de diez medicamentos, que supondrá un ahorro de 6.000 millones de dólares para los beneficiarios del Medicare, el seguro federal de salud para mayores de 65 años.
“Podemos decir con orgullo que somos la administración más prosindical de la historia de Estados Unidos”, dijo este lunes Harris, que intervino después de su telonero: “¡me encanta celebrar el Día del Trabajo en Pittsburgh, la cuna del movimiento obrero estadounidense!”. La vicepresidenta aprovechó su intervención para hacer suya una reivindicación de su predecesor: “no podría estar más de acuerdo con el presidente Biden: US Steel debe seguir siendo propiedad americana y operada por estadounidenses”.
Se refería al acuerdo de compra de la siderúrgica por 14.900 millones de dólares, aprobado el año pasado por una amplia mayoría de los accionistas de US Steel (98%), por parte de la compañía japonesa Nippon Steel. El sindicato del metal United Steelworkers, que representa a unos 10.000 empleados de la empresa, se opone al acuerdo por supuestas violaciones de los derechos sindicales, a pesar de que la compradora se comprometió a respetar los convenios colectivos vigentes.
En línea con el proteccionismo y el nacionalismo económico que ha guiado su mandato, Biden lleva todo el año oponiéndose públicamente a esta operación. “US Steel ha sido una icónica compañía americana durante más de un siglo, y así debe seguir siendo. Propiedad americana, operada por americanos y con trabajadores estadounidenses del sindicato del acero”, dijo en abril, cuando anunció su intención de triplicar los aranceles al acero y el aluminio impuestos por Trump para luchar contra las crecientes importaciones de China. Harris, que hasta ahora no se había pronunciado públicamente sobre este asunto, rechazó el lunes el acuerdo con las mismas palabras textuales que usó entonces el presidente.