Li Rui, fallecido en el 2019 a la edad de 101 años, tenía una manía. Unos se aficionan a la pesca, a la cocina o a tumbarse a la bartola para disfrutar del tiempo libre. No fue su caso.
Li, figura relevante del Partido Comunista chino, escribió un diario en el que de forma meticulosa recogió todo lo que ocurrió en su país desde 1938 hasta el 2018. Esta recopilación ofrece una visión de la historia no adulterada por el régimen de Pekín.
Desde el balcón de su piso en el centro de la capital, Li observó el 4 de junio de 1989 cómo lo tanques se dirigían a la plaza de Tiananmen y provocaban una matanza masiva de manifestantes. “Los soldados disparaban al azar”, escribió en Fin de semana negro .
Li murió sin hacer testamento, y esos papeles han abierto una guerra judicial entre China, que a través de la reclamación de la viuda, exige su devolución, y Estados Unidos, depositario de las memorias en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford.
Esta semana ha arrancado el juicio en un tribunal californiano de la ciudad de Oakland.
Li Rui recopiló ocho décadas de la vida de China sin filtros, material que se halla en California
Li Rui no era un cualquiera. Nacido en 1917, fue un joven idealista que se unió al partido comunista. Pronto subió peldaños hasta convertirse en el secretario personal de Mao en 1958. Pero el cargo le duró poco. En plena agitación por la revolución cultural, Li sufrió persecución política, lo que le llevó a sufrir ocho años de confinamiento en solitario. La muerte de Mao, en 1976, le permitió recuperar su rango.
Durante todo ese período, Li nunca abandonó la idea de su diario, un documento calificado ahora de crucial.
Su hija, Nanyang Li, rompió a llorar este lunes al declarar ante el tribunal y recordar los suplicios que pasó su padre en los campos de trabajo. Ella compareció en nombre de Stanford y recalcó que su padre quería que su manuscrito se quedara en esta universidad. Desde antes de su muerte, Nanyang, residente en EE.UU., escaneó, transcribió y catalogó las libretas, que se transfirieron a la Hoover.
Stanford subrayó que Li, crítico con el régimen, donó sus memorias por temor a que el Gobierno de China destruyese ese material en el que se describen ocho tumultuosas décadas en las que el gigante asiático salió de la pobreza y el aislamiento para convertirse en pieza clave de la geoestrategia global.
La viuda, Zhang Yuzhen, requirió la devolución de los documentos. Considera que le pertenecen. Según los expertos, la cuestión reside en cómo es posible que una nonagenaria se gaste una fortuna en la demanda. De ahí la sospecha de que es el Gobierno chino el que está detrás. En una prueba presentada por la universidad se indica que Li grabó a su esposa en el 2017. Zhang estuvo de acuerdo con que los manuscritos se custodiaran en Stanford. Los abogados de la viuda, sin embargo, han buscado resquicios para desacreditar a la hija.
Zhang afirma que solo quiere los manuscritos y que Stanford puede quedarse las copias. Pero los historiadores mantienen que es clave preservar los originales o se corre el riesgo de su manipulación.