Después de las algaradas racistas de Reino Unido, Elon Musk sabe que su actividad en la red social X tiene efectos en el mundo real y puede poner contra las cuerdas a un gobierno. Como el Joker de Batman, Musk disfruta con el caos.
El propietario de Tesla y Space X tiene en la red X una palanca de poder
- Musk: “Hiroshima y Nagasaki fueron bombardeadas pero ahora vuelven a ser ciudades completas”.
- Trump: “Eso es genial. Genial”.
- Musk: “Sí, no da tanto miedo como la gente piensa”.
(de la entrevista de Elon Musk a Donald Trump del pasado 12 de agosto).
De entre la colección de malvados que habita el universo de superhéroes surgidos del cómic y el cine americano del siglo XX, Joker, el adversario de Batman, es el personaje más complejo. No tiene superpoderes, pero sí conocimientos de química con los que fabrica venenos y armas. Tiene, además, una retorcida habilidad para ridiculizar a la policía de Gotham City. ¿Qué explica el comportamiento de Joker? Su voluntad de dañar al santurrón Batman, hacerle renegar de sus convicciones; el resentimiento acumulado por una vida de fracasos; un accidente que le deformó el rostro, quizás simplemente la locura... Lo único cierto es que lo que más motiva a Joker es provocar el caos.
Elon Musk no ha caído en un tanque de residuos químicos como Joker. Ha tenido una vida de éxitos. Su mayor trauma ha sido la transición de género de su hijo pequeño, Xavier, que lo ha radicalizado ideológicamente. Lo que mueve a Musk es el ego. Un ego de dimensiones planetarias que, como el malvado Joker, se alimenta del caos que provoca.
Esta habrá sido una de las noticias del verano, la consolidación de Elon Musk como agente del desorden internacional, un factor disruptivo de la geopolítica global. Después de años de tuits controvertidos, su actividad en la red social X (antes Twitter) ha tenido al fin consecuencias en el mundo real, como se ha visto en las algaradas racistas del Reino Unido. Musk ha demostrado su poder para zarandear las democracias, que deberán embridar la plataforma social que controla porque se juegan la estabilidad. Está por saber cuándo llegará el choque y quién ganará.
En la entrevista a Trump, lo relevante no fue lo que dijo el candidato sino el apoyo que le dio Musk
En los primeros días de agosto, un adolescente británico de origen ruandés apuñaló a tres niñas en Southport. La extrema derecha propagó en internet el falso rumor de que el asesino era un joven musulmán en busca de asilo. La noticia desató una oleada de violencia con decenas de miles de personas en la calle, saqueo de comercios, incendio de coches, ataques a mezquitas y acoso a musulmanes.
La derecha fascista británica es reducida en militantes, pero ágil en salir a la calle y sembrar las redes de desinformación y odio. Hay un vínculo que la conecta con Estados Unidos. El más popular de sus activistas, Tommy Robinson, ha sido elogiado por Stephen Bannon, Donald Trump Jr. o Tucker Carlson.
Pero eso no es nada comparado con el apoyo que Robinson y otros líderes, antes prohibidos en la red X, pero rehabilitados desde que Musk compró la plataforma social, recibieron en los días de bronca. La red social, sin apenas control sobre lo que difundía, actuó como el nodo al que se conectaban los activistas. Musk, con 194 millones de seguidores, validó personalmente las falsedades difundidas, repartió likes a personajes que incitan a la violencia y les abrió la puerta a nuevas audiencias. Afirmó que en Reino Unido se persigue la libertad de expresión y sentenció que la guerra civil era inevitable.
El poder político sabe ya que las redes sociales pueden hacer ingobernable un país. Regular las mentiras y la incitación a la violencia es complicado y Europa lo ha dejado en manos del comisario francés Thierry Breton, el hombre que debe poner orden en el sector a través de la Digital Services Act (DSA).
El problema con Elon Musk reside en su enorme influencia. Comprar Twitter en octubre de 2022 nunca tuvo mucho sentido económico. Pero le dio notoriedad. En dos años ha doblado el número de seguidores personales (tiene más que Barak Obama, Rihanna o Taylor Swift). En ese período ha pasado de ser un “absolutista de la libertad de expresión” a situarse como astro virtual de la derecha radical global. Y ha relajado la política de moderación de los contenidos que propaga.
Los políticos no le impresionan. Musk, una insólita mezcla de empresario, inversor y propietario de X provoca respeto y temor entre los gobiernos. A Keir Starmer casi le arruina el mandato, pero el inglés reaccionó con timidez. Emmanuel Macron se ha reunido con él cuatro veces. Giorgia Meloni le corteja. Y también Beniamin Netanyahu o Javier Milei.
Musk tiene tanto poder que provoca una mezcla de temor y respeto entre los gobiernos
Para los que no son de su cuerda, estopa. Al canadiense Justine Trudeau lo comparó con Hitler por prohibir una marcha de antivacunas. Musk desafía el orden de países que no son el suyo, especialmente los europeos. Solo Irlanda se le ha enfrentado (después de haber sufrido disturbios como los de agosto en Reino Unido).
Sin embargo, todo cambia cuando tiene que hablar de negocios. Entonces se deja poner la alfombra roja, como en China, India o Turquía. Porque él adora a los hombres fuertes y autoritarios. Lo dijo en la entrevista del 12 de agosto a Donald Trump, compendio de desinformación, apoteosis del cuñadismo, espacio de apología del autoritarismo. Dos horas de conversación en la que lo más relevante no fue Trump, sino el apoyo que le dio Musk y las alabanzas cruzadas entre uno y otro. Como cuando Trump elogió la política de Musk contraria a las huelgas:
- Trump: “Eres el mejor cortador” [de cabezas]
- Musk: (calla y sonríe)
- Trump: “Entras y dices. ¿Queréis iros? Os vais todos”.
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