Un ciclo fatídico

ANÁLISIS

Un ciclo fatídico

El asesinato del presidente Kennedy en las calles de Dallas abrió en noviembre de 1963 un ciclo fatídico que se cerró en abril de 1981 con el atentado que estuvo a punto de acabar con la vida de Ronald Reagan en la capital de la nación. A los asesinatos de Martin Luther King y de Robert Kennedy en 1968 se añadieron los dos intentos fallidos contra el presidente Ford y el que postró en una silla de ruedas para el resto de sus días al gobernador Wallace. Lo cierto es que a raíz del asesinato de Bob Kennedy en la cocina del hotel Ambassador de Los Ángeles se ordenó la protección a cargo del Servicio Secreto de los candidatos a la presidencia del país.

No se trata de llamar al mal tiempo, pero, dada la extrema polarización política que sufre Estados Unidos y, sobre todo, la enorme facilidad para la adquisición de armas de fuego de extraordinaria potencia y precisión, es un auténtico milagro que hayan transcurrido más de 40 años sin haber tenido que lamentar una desgracia de estas características.

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Una seguidora de Trump sigue las noticias del atentado)

CHANDAN KHANNA / AFP

En cuanto a los efectos políticos de estos magnicidios intentados o efectivamente llevados a cabo, la historia arroja conclusiones diversas. Es evidente que el asesinato del presidente Kennedy propició una oleada de apoyo al Partido Demócrata, que propició la victoria abrumadora del presidente Johnson en las elecciones presidenciales de 1964. De hecho, hay estados que desde entonces no han vuelto a apoyar a un candidato demócrata a la presidencia.

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El citado atentado contra el presidente Reagan en 1981, y el buen humor y valentía con las que reaccionó el primer mandatario, incrementaron notablemente su popularidad, ayudando a su fácil reelección en 1984. En cambio, los atentados experimentados por el presidente Ford -bien que no fue herido en ninguno de los dos-, no lograron impedir su derrota frente a Jimmy Carter en las elecciones de 1976. Para el gobernador Wallace, el atentado que tan graves secuelas físicas le dejó en 1972 supuso en la práctica el final de su carrera política, al menos en lo que a la esfera nacional se refiere.

Nada más desearía este cronista que equivocarse, pero, dada la personalidad del ya consagrado candidato republicano a la presidencia, es de temer que la reacción de Donald Trump se decante más por el lado de la venganza que por el de la concordia. El país debe preguntarse, por supuesto, cuál fue el móvil del chico, ya fallecido, que intentó matar al expresidente, pero también cómo pudo acceder al rifle de precisión con el que realizó el fallido magnicidio.

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