La agonía del Partido Demócrata

Diarios del Tío Sam

Con independencia de cómo culmine el culebrón Biden, el Partido Demócrata afronta una crisis que arranca con toda probabilidad en las elecciones presidenciales del 2016, las que enfrentaron a Donald Trump con la exsecretaria de Estado, exsenadora y ex primera dama, Hillary Rodham Clinton. Por un error estratégico que la propia Clinton viene a reconocer en sus memorias, no dedicar la suficiente atención y consiguientes inversiones publicitarias a tres estados de arraigada tradición demócrata –Pennsylvania, Michigan y Wisconsin– propiciaron la victoria del demagogo neoyorquino en el colegio electoral, pese a que el voto popular se decantó por la candidata demócrata por un margen de casi tres millones de sufragios.

Siempre resulta absurdo llorar por la leche derramada, por lo que pudo ser y no fue, pero el trumpismo podría haber fenecido aquel año, en vez de llevar a cabo la sorprendente abducción del Partido Republicano, como ha sido el caso. Así las cosas y a la vista de la caótica gestión de la Administración Trump en ése su primer mandato, especialmente por lo que se refiere a la lucha contra la pandemia, los demócratas se echaron en brazos de un pacificador, que esa figura y no otra desempeñó la candidatura victoriosa de Joe Biden en las elecciones del 2020.

Al margen de cómo acabe la cuestión de Biden, los demócratas arrastran una crisis que se remonta a 2016

Saldados aquellos comicios con un margen todavía mayor en el voto popular pero con una ajustada diferencia en el colegio electoral, a la Administración Biden le faltaron reflejos para desmontar radicalmente la madre de todas las teorías de la conspiración, a saber, que las elecciones habían sido amañadas. Desde diversos ámbitos se propuso que se emprendiera una investigación de alcance y profundidad similares a la que se había llevado a cabo para probar la injerencia rusa en las elecciones del 2016, pero la Casa Blanca hizo caso omiso. Craso error, porque se demostró cierta la tantas veces citada frase del ministro de Propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, que en su literalidad reza que una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad. Solo así puede explicarse que a lo largo de la presidencia de Biden, entre el 50 y el 70 por ciento de los votantes republicanos creyera a pies juntillas, contra toda evidencia o prueba, que hubo pucherazo en las elecciones presidenciales de hace cuatro años.

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El presidente Joe Biden llega a un centro para la campaña del Partido Demócrata en Harrisburg, Pensilvania )

SAUL LOEB / AFP

La otra creencia firmemente asentada en la sociedad norteamericana, con independencia de sus preferencias políticas o ideológicas, es que Biden sería, vista su edad y su background, un presidente de un solo mandato. Pero a esa convicción se opuso otra, al parecer muy arraigada en el actual inquilino de la Casa Blanca, de que solo él podía impedir el regreso al poder de Donald Trump. Ya bastante antes del para Biden fatídico debate televisado de Atlanta, las encuestas revelaban la falsedad de tal aserto al arrojar un empate técnico, una situación mucho mejor para Trump de la que había encarado en sus dos anteriores campañas presidenciales.

Así las cosas, el Partido Demócrata, dividido entre un ala tradicional representada por sus dos últimos candidatos a la presidencia, Hillary Clinton y Joe Biden, y en un ala socialista, woke para sus críticos, que representarían el veterano senador (82 años) Bernie Sanders y la joven congresista (34 años) Alexandra Ocasio-Cortez, se enfrenta a unos comicios que a primera vista se les auguran fatales. Asegurada para años la mayoría conservadora en el Tribunal Supremo, las elecciones de noviembre podrían deparar no solo la victoria de Donald Trump , sino también el control republicano de ambas cámaras del Congreso. Se impone la catarsis, no hay otra…

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