El Labour aniquila a los 'tories' en Reino Unido

Elecciones en Gran Bretaña

Los votantes castigan con saña catorce años de gobiernos conservadores y darían a los laboristas hasta 410 escaños, mientras que los “tories” retendrían solo 131 

Elecciones Reino Unido 2024, en directo | Última hora de los resultados y reacciones a la victoria laborista

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Keir Starmer, el candidato laborista, un político de perfil moderado con un programa sin cambios extremos 

Jon Super / Ap-LaPresse

A los británicos, pueblo de alma conservadora, se dice que les gusta un futuro que se parece mucho al pasado, sólo que mejor. Pero ahora se encuentran con un panorama que muchos (con razón o sin ella) ven no sólo diferente de lo que han conocido, sino además peor, y se rebelan. Por eso han castigado a los conservadores con una derrota de dimensiones bíblicas, o como cuando en El ocaso de los dioses, Wotan deposita a Brunilde en una roca rodeada de fuego.

Según un sondeo a pie de urna de las cadenas de televisión BBC, Sky e ITV, el Labour habría obtenido 410 escaños, mientras que los conservadores verían reducida su representación a 131 escaños. Los liberal demócratas habrían obtenido 61 escaños, el SNP 10, la ultraderecha del Reform UK de Nigel Farage, 13 escaños, y los Verdes, dos escaños.

Los resultados de las elecciones de ayer están repletos de asteriscos. Nunca en sus casi dos siglos de historia el Partido Conservador había sufrido una derrota tan dura. Nunca el Labour había logrado un triunfo tan aplastante. Nunca un partido había conquistado tantos escaños con un porcentaje de voto que tal vez ni llegó al 40%. Pocas veces la participación había sido tan escasa y el bipartidismo tan castigado. Y, sobre todo, nunca un primer ministro (Keir Starmer) había llegado a Downing Street con una victoria tan contundente, siendo tan impopular, sin ningún tipo de mandato porque no lo ha pedido.

Harold Wilson decía que una semana es una eternidad en política, así que cinco años son el equivalente de una edad geológica, como pasar de la Edad de Hierro a la Edad de Hielo. En el 2019 Boris Johnson endosó al laborismo su golpe más duro desde 1930, penetró en la “muralla roja” (los escaños de clase obrera de la Inglaterra postindustrial), y los analistas le pronosticaban por lo menos una década de poder absoluto.

Hoy esas predicciones suenan ridículas, en vista de lo acontecido. El Labour ha dado por completo la vuelta a la tortilla, no a base de generar entusiasmo sino simplemente de estar ahí, de ser (en un sistema mayoritario) la única alternativa posible a un Partido Conservador al que los votantes querían no ya castigar, sino torturar. A lo largo de la madrugada, en escenas dramáticas, fueron perdiendo sus escaños ministros del Gabinete y personajes de quienes hasta hace poco se hablaba como posibles futuros líderes. Ahora sus carreras están liquidadas y buscan trabajo en el sector privado.

El mandato de Starmer es amplio pero muy estrecho en materia fiscal y de gasto social

El mandato de Starmer es muy amplio (abarca muchos tipos de votantes), pero muy fino (oportunista, de lealtad cuestionable). Tiene un botín de más de 400 escaños, pero sólo para continuar con la misma política monetaria, fiscal y de gasto público del gobierno saliente, con la garantía de que no subirá los impuestos, ni aumentará los subsidios estatales, ni luchará por la justicia social o la redistribución de la riqueza.

El mismo Wilson, ex primer ministro, decía que “el Labour o es una cruzada moral, o no es nada”. La actual versión no quiere saber nada de cruzadas morales. Pero es que el laborismo del 2024 no tiene nada que ver con el de los mineros de Billy Elliot, ha dejado de ser una coalición de clase obrera organizada, teóricos socialistas y profesionales liberales, los sindicatos son menos influyentes, y buena parte de sus antiguos votantes nacionalistas y socialmente conservadores se pasaron primero a Johnson, y ahora a la ultraderecha de Nigel Farage. Por otra parte, ha canalizado un voto de protesta contra los conservadores -de pequeños empresarios y familias con aspiraciones de los suburbios- que históricamente le ha sido reacio.

Opinaba Orwell que las utopías fracasan porque es imposible describir un estado de perfección permanente que no sea aburrido. Keir Starmer ha abrazado el aburrimiento para conquistar el poder -¡y de qué manera!- con una estrategia de riesgo cero, renunciando a cualquier iniciativa mínimamente ilusionante (inversión en energía verde, nacionalización de sectores industriales clave, regreso a Europa, matrículas universitarias gratuitas, impuestos a las grandes fortunas...) que pudieran ser criticadas por los tories en la campaña y confirmaran el tópico de que los laboristas son unos manirrotos con el dinero de la gente. Asepsia absoluto, dormir hasta a las ovejas. Y una vez al mando, ¿qué va a hacer, si se ha atado a sí mismo de pies y manos? ¿Incumplir las promesas con el pretexto de que se ha encontrado una economía mucho peor incluso de lo que temía? ¿O confiar en su suerte y en que el crecimiento generará los ingresos que necesita para mejorar las cosas? En cualquier caso no aspira a una revolución socialista, sino a una modesta reforma social (si hay fondos para ella) dentro de los parámetros del capitalismo. Es lo que tiene haber estado en la oposición 33 de los últimos 126 años. Tras perder las elecciones de 1945, Churchill describió con su lengua viperina a Clement Atlee como “un hombre modesto con razones para serlo”. Ni pensar lo que diría del nuevo premier...

Para los tories, grupo apoyado en la economía y la clase, se trata de una derrota difícil de digerir, La Revolución Francesa atravesó cuatro fases (crisis, contradicción, purificación y reacción) y ellos empiezan sólo la tercera, la de la purificación. Rishi Sunak se suma a la lista de los primeros ministros periódicamente sacrificados para limpiar los pecados de la nación (en este caso el Brexit, la gestión de la pandemia, la década de austeridad, la corrupción, la arrogancia...), y las próximas semanas y meses van a ser un choque frontal entre las dos almas del Partido, la centrista que cree en la moderación y el compromiso, y la que quiere pactar o incluso fusionarse con Farage siguiendo los pasos de Trump, Le Pen, Meloni y compañía, utilizando las guerras culturales para avanzar los intereses económicos de la derecha, los tradicionalistas que defienden los cimientos del establishment y aceptan la tiranía del libre mercado, y los insurgentes que lo centran todo en el tribalismo y el rechazo a la inmigración.

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