Cinco segundos hasta la caída del misil

Guerra en Oriente Medio

Los habitantes del norte de Israel no entienden que el ejército no haya lanzado una gran ofensiva contra Hizbulah

An Israeli soldier checks a house that was hit by a Hezbollah rocket in Kiryat Shmona in northern Israel near the Lebanon border, on June 16, 2024, amid ongoing cross-border clashes between Israeli troops and Hezbollah fighters. (Photo by Menahem Kahana / AFP)

Un soldado israelí, observando ayer el impacto de un misil en una cocina de Kiryat Shmona

MENAHEM KAHANA / AFP

El cráter rellenado con asfalto se asemeja al remiendo de cualquier bache. Pero en Kiryat Shmona el agujero no es un asunto vial, sino consecuencia del impacto de uno de los más de 500 misiles que Hizbulah ha lanzado contra la principal ciudad del extremo norte israelí en casi nueve meses de enfrentamientos fronterizos.

“Tenemos un gran daño”, constata Ariel, portavoz municipal, quien, entre inmuebles agujerados por metralla, enumera que solo en el lugar hay “más de 19 edificios públicos con diferentes grados de destrucción, más de 50 casas arruinadas y 800 construcciones severamente dañadas”.

Entre estas casas, a dos kilómetros de Líbano, una fue alcanzada el 26 de octubre, siete días después de la evacuación de casi todos los habitantes de Kiryat Shmona. El techo de la terraza se ha venido abajo y las llamas han carbonizado las habitaciones, dejando con tizne y por el suelo hasta los hilos de coser. “Gracias a Dios no había nadie en la casa porque, si no, esa familia ya no existiría”, dice Ariel a La Vanguardia.

Es una de las secuelas de la batalla que el ejército israelí y milicianos de Hizbulah mantienen a la par de la sangrienta invasión de Gaza. No obstante, desde hace días los ataques han escalado al punto de convertirse en una suerte de guerra de baja intensidad, inflamada por el asesinato israelí de Taleb Abdullah, el comandante de Hizbulah de mayor rango abatido desde el inicio de las escaramuzas el 8 de octubre.

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A man walks past posters depicting hostages kidnapped during the deadly October 7 attack on Israel by Hamas, in Tel Aviv, Israel June 14, 2024. REUTERS/Marko Djurica

Al día siguiente, el grupo chií libanés replicó con la mayor oleada de proyectiles presenciada (215) y que, por primera vez, llegó hasta Tiberíades, urbe a la orilla del mar de Galilea, a 40 kilómetros más al sur. Desde entonces, tiene una alta tasa de ataques diarios, mientras Israel endurece sus bombardeos, incluido uno con el que el día 13 asesinó a dos mujeres en Janata. La grave escena la completan los proyectiles incendiarios israelíes y los drones explosivos de Hizbulah, que a lado y lado de la divisoria están prendiendo los bosques, algunos próximos a las poblaciones.

Si bien las muertes de civiles libaneses son mayores, con al menos 97 víctimas –Hizbulah admite el deceso de 342 de sus miembros, a los que se suman 63 militantes de otros grupos armados y un soldado libanés–, el norte israelí registra asimismo la pérdida de diez civiles, y quince militares y reservistas, sin olvidar los más de 150.000 desplazados en los dos bandos (94.000 en Líbano y 64.000 en Israel).

Esto ha hecho de Kiryat Shmona una “ciudad fantasma”, con vistas a varias columnas de humo, como ocurre durante nuestra visita. Al caminar por sus calles, otrora turísticas, apenas hay coches, a excepción de autobuses que funcionan en horario, aun si van vacíos o con soldados como únicos pasajeros. De sus 24.000 residentes, solo quedan algunos trabajadores –la mayoría va y viene del lugar de evacuación– y unos pocos adultos mayores, que no pueden o no desean irse.

“Sentimos que nuestro país no está con nosotros”, dice Yehiav, que desde su piso ve posiciones de Hizbulah

El resto están esparcidos “desde Eilat (la ciudad más meridional de Israel) hasta Kiryat Shmona”, concreta Ariel. Fusil en mano, mientras se mueve inquieto por la comunidad, verifica alertas en su móvil. Al sonar una sirena, espeta que, “en el mejor caso, hay cinco segundos hasta la caída del misil”, por lo que “no hay margen de ir al refugio, solo tirarse al suelo y cubrirse la cabeza”.

Y es que en la zona, las poblaciones israelíes y libanesas se miran de frente, y en algunos casos están apenas separadas por un muro o cerco de seguridad. “Eso que se ve enfrente es Kfar Kila, desde ahí disparan con balas o fuego de artillería”, cuenta Yehiav Zuri, que desde su piso observa esa posición de Hizbulah, una de las aldeas chiíes también evacuadas y de las más golpeadas por los ataques israelíes, los cuales, estos sí, reducen sus objetivos a escombros.

Padre de una niña y “un bebé que nació dos semanas antes de la guerra”, Yehiav y su familia se trasladaron a un kibutz a varios kilómetros al sur. “Es imposible criar en esta realidad. Nuestra casa es nueva y casi no hemos podido vivir en ella”, se lamenta. Hoy ha vuelto para recoger ropa de verano y visitar a su padre, quien solo soportó un mes evacuado antes de regresar.

Yehiav se queja de que “incluso pasados ocho meses no sabemos qué va a pasar, no vemos ninguna señal hacia un retorno” y, expresando un sentir generalizado, recrimina el “abandono” del Gobierno de Netanyahu a los habitantes del norte israelí. “No soy solo yo, somos miles los que decidimos vivir aquí, en lo que se conoce como la defensa del país, y sentimos que nuestro país no está con nosotros”, agrega, denunciando que “si solo dos o tres misiles cayeran en Tel Aviv, el Gabinete no permanecería en silencio”.

Tanto Ariel como Yehiav –armados por “posibles infiltraciones”– ven en esta larga evacuación un triunfo de Hizbulah y temen que cuanto más tiempo pase, más vecinos renuncien a volver. Tampoco creen en la diplomacia (ni en intentos de mediación de Francia, que Israel ha rechazado, ni en incipientes negociaciones impulsadas por Estados Unidos) porque los acuerdos, dicen, son constantemente violados, como la resolución 1701 de la ONU, dictada en el 2006 tras el fin de la última guerra entre Israel y Hizbulah.

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Para ellos no hay punto de retorno, y como gran parte de los residentes en el norte de Israel, se sienten decepcionados de que no haya “una ofensiva militar amplia en Líbano”. “Hace algunas semanas, el ejército dijo que estaba listo. Entonces, ¿a qué espera?”, clama Yehiav.

Pese a un desenlace que se estima catastrófico, también para el resto de la región, el canto a un futuro inevitable de sangre resuena aún más en Eitan Davidi. Margaliot, la aldea rural israelí de la que es líder, está junto a la línea fronteriza, sobre la ladera de una montaña, expuesta de lleno a Hizbulah. Debido a los peligrosos combates del día, sale corriendo de su criadero de gallinas, y reubica nuestra cita “para no correr riesgos innecesarios”.

“Los ataques de Hizbulah dañan nuestro medio de vida, nuestra rutina, el trabajo como granjeros y agricultores. Por eso instamos al Gobierno israelí a llevar a cabo una acción militar en el sur de Líbano para destruir a esta organización terrorista”, insiste Eitan con resentimiento. “Todos en el norte entienden que es necesario. Y no hay otra cosa que vaya a traer calma sobre el terreno”.

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